
Cultura /Sociedad | Crónica | 8.SEP.2023
La tarara si, la tarara no: viaje en busca del abuelo Enrique Yanes Legaspi / María Antonia Yanes
Taramundi ,Asturias, Agosto del 2023.
Vine a Taramundi, porque me dijeron que aquí nació Enrique Yanes Legaspi. Se fue joven y nunca volvió. El verde del bosque se lo heredó a mi padre quien lo llevaba en los ojos. En el pequeño pueblo no hay mucho que hacer, más que mirar la montaña y lo misterioso de su niebla; melancolía que él se llevó consigo y que nunca dejó. He venido con mi hija, quien ha hecho de España su segunda casa. En esta parte de Asturias, la tierra y las historias se resbalan en la lluvia suave. Pedazos de lajas puestas en lo empinado de las calles bordean los caminos; el filo de las navajas que se miran en las tiendas llevan escrito Taramundi.
Nada hay sobre el abuelo, ni el cementerio muestra testigos. La iglesia está cerrada y el ayuntamiento no puede ayudarnos pues la encargada de registros está de vacaciones. Vengo a recuperar algo que nunca perdí pero que sí tuve; la foto de un hombre guapo cuya sonrisa ilumina una máquina de telas de una fábrica en Puebla; otra foto más en la que carga a dos de sus pequeños hijos, están al parecer en un día de campo en esa parte de mi país rodeada de volcanes y niebla.
Taramundi es una pequeño lugar que solo está divido por una línea entre Galicia y Asturias, así que todos conviven con su lengua gallega y asturiana. Su extraño nombre me hace pensar en algo como si se tratara de tararear el mundo; aislados en el bosque y sus enormes eucaliptos, pensaban que fuera de ahí había otros sitios más hermosos: nosotras solo vemos la belleza y la paz; en sus molinos, cascadas, jabalís y cervatillos, que corren libres.
Nos han recibido Julio y Maribel, quienes pertenecen a una parte de aquella familia que ya no encuentra cercanía en la rama del árbol. Lo hacen como quien recibe al hijo pródigo, en este caso la hija. En su mesa de bienvenida, hay pan, una enorme pierna de serrano, que Julio corta con habilidad, también una perfecta tortilla española y un ate de membrillo que preparó Maribel. En estos tiempos dos mujeres en busca de su origen son más motivo de curiosidad que de prejuicio, o al menos así lo sentimos. Han intentado encontrar algún indicio de mi abuelo, pero solo saben de un letrero de lo que alguna vez fuera su casa llamada La Portela.
Somos una madre y una hija, que también se reencuentran, azoradas y felices descubrimos un pasado que nos acerca; nos abrazamos y reímos. Ella como yo, también busca algo de sí misma aunque no sabe qué. De la tierra recogemos manzanas y tomates que aun cuelgan de sus hojas. También nos asomamos a la panadería de Julio y Maribel quienes se levantan todos los días a las 4:30 de la mañana; ellos viven con sus dos hijos, Daniela y César el más pequeño, dueño de once gallos y varias gallinas a las que ha dado diferentes nombres. “Los gallos solo se llaman gallos porque son iguales”. A él le gusta cruzarse hacia el río que está frente a su casa y ahí captura ranas que lleva a su vecina. Esta vez lo acompañamos y solo encontramos una pequeña ranita a la que han nombrado Príncipe.
Los que se fueron de aquí, huyeron de la guerra, creyendo en la esperanza de la América y sus bondades de tierra y pan. Es cuando Imagino a mi abuelo buscar fuerza de los árboles y la tersura del musgo, o como César, coleccionando ranas y gallos. César ha encontrado otra rana, y la lleva con Príncipe. También ha sacado varios huevos tibios que han puesto sus gallinas y sus dos patos.
Antes de irnos imagino a Enrique Yanes Legaspi al lado del río, aventando piedras al agua, cuyas ondas se multiplican mientras emite la melodía de una canción. El mundo gira como un molino; el viento nos despide.
La tarara sí , la tarara no, la tararamundi.