Es domingo, Culiacán amanece en un silencio que pesa. No es el silencio habitual de la ciudad, sino uno cargado de miedo. Callaron los vendedores de periódicos con sus gritos que anunciaban las novedades, calló la música de banda, y los coches dejaron de circular. Sólo el eco estruendoso de las balas se escucha, la lluvia ensordecedora que no permitió dormir la noche anterior. La vida está detenida, paralizada por el miedo en una ciudad que lleva más de una semana tomada como rehén. Pero esta violencia no irrumpió de repente en Sinaloa; lo que llegó es una versión más cruda de la normalidad, una que no sólo ensordece, sino que se instala de manera profunda en la cotidianidad y no sabemos cuándo parará.

Iliana del Rocío Padilla Reyes es profesora en la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Juriquilla, UNAM.

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