Lunes 14 de julio de 2025: En la Angelópolis hay enfrentamiento en el pancracio, gracias a los personajes que pertenecen al Consejo Mundial de Lucha Libre.
Voy al recinto gracias a Juan Carlos, un amigo, quien tras vivir siete años en Mérida, regresó a Puebla. No sabe mucho de este deporte pero otro camarada suyo lo invitó la semana pasada y este lunes quiso ir a la revancha entre un luchador rudo del que no recuerda el nombre, contra Atlantis, a quien despojaron de su máscara y, como buen técnico pidió la pelea para esta semana.
Son las 7:30 de la noche, vamos desde mi casa a la de mi amigo, que se ubica entre las calles 33 oriente y 16 de septiembre, pues él se quiere cambiar de ropa.
Juan vive junto al estudio fotográfico de Rodrigo Castelán. Los Castelán se hicieron famosos en la ciudad desde hace varias décadas por tomar fotografías a los poblanos, sobre todo para sus títulos universitarios y otros documentos oficiales. De niño llegué a leer en otras zonas de la ciudad como el Centro Histórico y Plaza Dorada “Castelán, Hermanos” Estudio Fotográfico Profesional. No me sorprende que éste Castelán esté por su lado y en un lugar más pequeño. Lo veo y pienso: me agrada que dicho negocio se resista a morir.
Con esa nostalgia, mi acompañante y yo, abordamos un microbús de la ruta 4 que nos acercará a la zona de la Arena Puebla. Vamos con la seguridad de poder entrar y divertirnos, mentar madres y desestresarnos un poco. Ya me voy imaginando las frases que voy a gritar: “¡Esos de abajo, chinguen a su madre!”.
En el camión, mi amigo me pregunta hace cuanto no voy a las luchas, mientras, se ríe y dice cosas como: “Es que verás como los de abajo les gritan a los de arriba: ‘Pinches pobres, para una vez que vienen’!, y brother, les sacan los billetes” y se vuelve a reír. Yo le recuerdo que hice algunas crónicas para un periódico local en 2013 cuando fui reportero de guardia. ¡Ahorita te enseño donde se colocan los reporteros para hacer sus crónicas!, le digo, ingenuamente.
La Arena Puebla fue inaugurada el 18 de julio de 1953, con una batalla estelar donde Enrique Llanes, Tarzán López y Black Shadow derrotaron al Santo, al Cavernario Galindo y el Verdugo. El coloso se ubica en la 13 Oriente 402, en la zona del barrio del Carmen. En el recinto caben tres mil aficionados. Y también es una escuela de lucha libre profesional con más de 20 años de experiencia. Luchadores como “El egipcio”, Arturo Casco “La fiera”, “Pegaso” o “Sangre Chicana” se han formado ahí.
Para las ocho de la noche, el lugar está lleno. Y afuera escuchamos a los revendedores que gritan frases como: “¡Balcones en 500”!”. Juan Carlos me dice que el precio normal en taquilla para la función de hoy era de $150. En internet, es de $180. Está sorprendido de ver a tanta gente: Parejas, familias completas, niños, niñas, abuelos, abuelas, turistas. Una fila enorme de aficionados que casi da la vuelta a la calle, se alistan para entrar al sitio.
Le digo a Juan Carlos que se fije como las parejas van combinadas: un par con pantalón de mezclilla y sudaderas rojas y lisas; él un morenito y ella con lentes y cabello largo hasta la cintura. Otra pareja: dos robustos con sudaderas negras y pantalones blancos, como los que usan los boxeadores. Tres chicas con pantalones cortos de mezclilla parecen turistas; caminan a la taquilla, y al no encontrar boletos, no tardarán en retirarse en un auto negro.
Los revendedores siguen gritando precios. La gente en su vaivén rechaza boletos para la zona general a $350. Un chico de gorra y sudadera blancas dice que un pendejo le quería vender boletos a $800. Los gritos se mezclan entre el olor a cemita con papas fritas, chalupas verdes y rojas, y esquites que no sabemos bien si se terminaron de cocer o no.
Apenas pasó media hora. Empieza a lloviznar y Juan dice que ya mejor se quiere ir. Le digo que intento hacer una crónica desde afuera de la arena, y que mejor se atraviese a preguntar cuánto cuesta un peluche de Kemonito. Regresa con la respuesta: $380.
En mi ida y vuelta buscando un revendedor de boletos para la zona general a buen precio, pregunté por las máscaras, que van desde los $150 hasta los $300. El vendedor puntualiza que también vende máscaras acolchadas, van desde los $200 a los $350 pesos y también vende las semiprofesionales, esas van de $500 “pa’ arriba”.
La lluvia continúa y nos arrinconamos en un pequeño depósito de vinos y licores, en contra esquina de la Arena. Un señor se nos acerca y nos da un cartel de la Triple A, para una función del próximo sábado pero en el gimnasio Miguel Hidalgo. Nos dice que son puros luchadores que salen en la tele. Nos recuerda que hoy la Arena está repleta porque hay un buen cartel. Pero hay tanta gente que no sabemos quiénes participan hoy.
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Juan Carlos dice que la quincena está cerca y que los niños están de vacaciones. El señor del anuncio de la Triple A dice que los revendedores no bajarán el precio hoy porque hay familias que sí compran los boletos a $500.
Decidimos esperar hasta las nueve de la noche. Si no hay boletos, comeremos una cemita, mero enfrente de la Arena, con “El gordo”. Calculamos que hoy venderán unas trescientas cemitas. Cada cemita en el local desde hace unos trece años cuesta 90 pesos. Entonces, vemos a una familia, acomodada en mesas sobre la calle. Son siete personas. Tres de ellas niños. En la mesa patrocinada por una cervecería hay un refresco familiar de dos litros sabor toronja. Hago la cuenta en mi cabeza: Nueve por siete, más el refresco. Me acerco a la señora que prepara las cemitas, viste con pantalones cortos de mezclilla y usa tenis oscuros de la marca Umbro. Parece que ella también entrena lucha. Reflexiono y pienso que ya todo me huele y sabe a lucha libre. La mujer no me quiere decir cuántas cemitas venderá hoy; dice que no las piensa, que ella solo las prepara.
En el puesto de las cemitas “El Gordo”: Quien me recibe, dice que su esposa es la preparadora de las cemitas, y su papá era el dueño del negocio, mismo que ocupa unos cuarenta metros cuadrados. Por años, el interior del lugar estuvo decorado con lonas y éstas tenían caras de los luchadores profesionales, varias de ellas autografiadas. Hoy, esas lonas ya no existen. Solo las paredes amarillas revelan el paso del tiempo. El dependiente dice que su suegro era “El gordo” y el negocio va en la segunda o tercera generación.
No quisimos gastar quinientos pesos en un boleto. Seguimos afuera y vimos pasar una patrulla. Desde adentro de la arena, un dueto o trío de borrachos gritan escondidos tras las paredes: “¡Esos policías que chinguen a su madre!” A ver, que les digan algo, dice Juan Carlos y nos morimos de risa.
Se oye la Arena, como si dentro una fiera se despertara y rugiera, o como un mar de fondo que se azota con furia contra unas rocas, pero este mar, es la Arena Puebla que sigue lanzando sus frases: “¡Beso, beso!, se burla el público de los gladiadores: ¡Otra, otra, otra! y me imagino la marca de los manotazos en el cuerpo de algún gordinflón.
Juan Carlos y yo, observamos todo lo que podemos, como a otro señor que llegó al expendio de vinos donde nos cubrimos de la lluvia: se empinó dos cervezas lo más rápido que pudo. A él tampoco le interesaba el gran cartel, sí el ambiente: Llegar a la zona, a esa esquina y embriagarse, si no dentro, junto al coloso o lo más cerca que pudo de él y de su fiesta.
Luego pensé en que pude entrar como reportero y fingir que iba a cubrir la lucha estelar para algún medio. No quise usar ese viejo truco. Preferí observar desde afuera a otros borrachos que intentaban ligarse a una muchacha de cabello negro, que por cierto, si la mirabas de espaldas tenía lo que puede calificarse como un cuerpo bonito.
También vimos como un trabajador de la Arena intentó meter, sin boleto a tres tipos, algunos de ellos con gorras y mochilas. Lo intentó al menos dos veces. No los dejaron pasar. Esta fue la mejor señal de que, para la Arena hoy fue un buen día.
Antes de irnos, reflexionamos Juan y yo: ¿Por qué un peluche de Kemonito vale $380? Claro, es el consuelo del padre a su hijo, quien por no comprar los boletos a tiempo, como nosotros, le compensa con la figura del popular personaje de la lucha libre mexicana. El niño pudo estar triste por no ver al Místico, uno de los más grandes del Consejo Mundial de Lucha Libre. de la actualidad, responsable de que la Arena Puebla esté abarrotada hoy.


