diciembre 5, 2025, Puebla, México

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Oaxaca, crónica de un sitio anunciado / Misael Sánchez

Viernes 17 de octubre de 2025. Oaxaca amanece sitiada. No por tropas extranjeras, ni por ejércitos medievales. No hay catapultas ni arietes, pero sí pancartas, altavoces, camionetas de lujo y sombrillas de colores. La ciudad, como cada cierto tiempo, entra en modo bloqueo. El magisterio esta vez. Otros días son los burócratas, los normalistas, los transportistas, los mototaxistas, los materialistas y hasta los que no saben qué están bloqueando, siempre se despliegan como piezas de ajedrez sobre el tablero de la zona metropolitana, a veces de las regiones, como ahora.

Desde Matías Romero hasta San Francisco Tutla, pasando por Teotitlán de Flores Magón y el puente Caracol en Tehuantepec, esta vez, los accesos están cerrados. Las casetas de peaje en Huitzo, el Papaloapan y Coixtlahuaca se convierten en puntos de confusión para turistas que, con mapas en mano y cara de “¿qué está pasando?”, descubren que Oaxaca tiene su propio sistema de defensa civil: el bloqueo como arte, como costumbre, como ritual.

La noche anterior, en una casa de Tlalixtac, don Efraín se preparó como si fuera víspera de elecciones. Compró cervezas como si el país fuera a entrar en ley seca. “Por si acaso”, dijo, mientras llenaba el refrigerador con víveres, botanas y una caja de su mezcal favorito. Su esposa, más práctica, hizo una lista de tareas: lavar ropa, limpiar el baño, podar el jardín. “Si vamos a estar encerrados, que sea con dignidad”, sentenció.

En otro rincón de la ciudad, Mariana, estudiante de la UABJO, se conectó a su clase virtual. O eso dijo. En realidad, estaba viendo “El cuerpo en llamas” en Netflix. “La profe también está en el bloqueo”, justificó. Hace más de una semana que no hay clases presenciales. La universidad está en paro, pero nadie sabe exactamente por qué. Algunos dicen que es por falta de pagos, otros por solidaridad con el magisterio. Lo cierto es que el campus está más vacío que la promesa de diálogo con la presidenta.

A las 6:30 a.m., el agente civil no identificado —alias “El Chino”— inicia su travesía desde Zimatlán. Su objetivo: llegar al centro de Oaxaca antes de las 8:00 a.m. para abrir su local de jugos. El taxi colectivo lo deja en San Pablo Huixtepec. De ahí, camina 2 kilómetros hasta encontrar otro urbano que lo lleva a San Antonio de la Cal. En el crucero del aeropuerto, el bloqueo lo obliga a bajarse. Camina otros 3 kilómetros. “Esto ya parece triatlón”, murmura mientras esquiva vendedores de tlayudas y maestros con altavoces.

Cada bloqueo, también, es una oportunidad para transportistas que llevan pasajeros por tarifas dobles y hasta triples, por caminos de terracería, para vadear el bloqueo, mientras los lugareños aprovechan para vender su cosecha, sus aguas, nieves y paletas.

En San Francisco Tutla, una señora con sombrero de palma y voz de soprano grita: “¡No hay paso, compañeros! ¡Aquí estamos en resistencia!” Mientras tanto, su camioneta RAM 2023 está estacionada bajo la sombra de un árbol, con el aire acondicionado encendido y música de Los Ángeles Azules a todo volumen. “Es que el calor está fuerte”, explica.

Aunque el viernes es de caos, el sábado es de compras. No habrá bloqueo. El magisterio tiene semana inglesa. El sábado y domingo, los maestros y maestras acuden a Liverpool, Sams, Sears y Plaza Oaxaca. Aparcan sus camionetas de lujo, bajan con bolsas de diseñador y se toman selfies frente a los escaparates. “La lucha también necesita descanso”, dice una maestra a la que nada le impedirá ir este fin de semana por una licuadora en oferta.

En Plaza del Valle, los manifestantes del viernes se convierten en consumidores del sábado. Las filas en Sam’s son más largas que las de los bloqueos. El domingo, algunos hasta van al cine. “Hay que aprovechar que no hay marcha”, comenta un maestro mientras muestra sus boletos para “Misión Imposible 9”.

En Santa Lucía del Camino, doña Lupita convierte el bloqueo en jornada de limpieza. Barre, trapea, lava cortinas y hasta limpia el techo. “Nunca tengo tiempo, pero hoy sí”, dice con orgullo. Su esposo, en cambio, se instala en el sillón con una cerveza y una lista de películas. “Esto es como un domingo sin misa”, declara.

En Juchitán, un grupo de jóvenes organiza un torneo de videojuegos. “Ya que no podemos salir, que al menos haya competencia”, dicen. El premio: una pizza familiar y refrescos de cola. En Teotitlán de Flores Magón, un señor pone su bocina en el patio y organiza una clase de zumba para los vecinos. “¡Que el bloqueo no nos bloquee el ánimo!”, grita mientras baila al ritmo de Shakira.

Oaxaca no está paralizada. Está en pausa. Como si el tiempo se detuviera para que todos respiren, se quejen, se rían, se adapten. Los bloqueos no son novedad. Son parte del paisaje. Como el mezcal, el mole y la Guelaguetza. Hay quienes los sufren, quienes los aprovechan, quienes los ignoran. Pero todos, absolutamente todos, los reconocen como parte del ADN urbano.

Y mientras la Sección 22 exige diálogo, mientras los normalistas piden plazas, mientras los burócratas rechazan pagar impuestos, la ciudad se reinventa. En cada esquina, hay una historia. En cada bloqueo, una anécdota. En cada casa, una estrategia de supervivencia.

También es una buena oportunidad para ver las estampas urbanas. A las personas desesperadas, ansiosas, irritadas, pero también a quienes, con su sombrero de Napoleón, caminan en este universo, sobre las ruedas de sus zapatos.

Y este mecanógrafo se declara sobreviviente. Ha cruzado avenidas cerradas, ha caminado bajo el sol, ha esquivado pancartas y ha aprendido a vivir con la incertidumbre. Hoy, viernes 17 de octubre de 2025, Oaxaca está bloqueada. Pero también está viva, creativa, resistente.

Porque aquí, en esta tierra de marchas y movilizaciones, cada bloqueo es una oportunidad para contar una historia. Y este, es solo uno de tantas.

Redacción de Misael Sánchez / Reportero de Agencia Oaxaca Mx