Una visita breve a este paraíso anual del mundo de los libros y las letras impresas en español
Guadalajara, Jal. ¿Que la cultura no deja? Ahí está el caso de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la FIL. Recibe noventa mil personas diarias durante nueve días, para redondear un millón cada año. Pero el efecto resonante de este evento es mayúsculo. En esos nueve días es algo así como el ombligo de la cultura literaria universal.
Con la presencia de la crema y nata del mundo de la cultura a partir de los libros, en ese lapso y durante meses antes y después es un referente mundial. Llegan aquí escritores, editores, agentes literarios, artistas, diseñadores, libreros, empresarios, diplomáticos, intelectuales y visitantes de casi todo el mundo.
Los hoteles se llenan, el aeropuerto y las terminales registran un movimiento intenso, el transporte una enorme demanda. La derrama económica es millonaria en toda la ciudad. El público, sobre todo jóvenes, forman hileras y torrentes para entrar y recorrer viendo, comprando y asistiendo a la presentación de libros de todos los géneros.

La gente de aquí, prácticamente de todos los ámbitos, siente suyo el evento, lo elogia y lo cuida, porque tiene conciencia de la proyección que esta ciudad tiene en una multiplicidad de medios. En esos nueve días llegan periodistas y promotores culturales de las más variadas latitudes y dentro de la feria se hacen programas de radio y televisión todo el tiempo.
Baste mencionar que participan con su oferta 126 editoriales universitarias e instituciones afines, cientos de estands de editoriales, librerías, instituciones públicas y privadas. El catálogo de la feria es un periódico de 48 páginas con toda la información que usted requiera.
Aparte editan un plano de exhibición completísimo y detallado. El catálogo general consigna, día por día, docenas y docenas de presentaciones de libros, con sus autores, comentaristas, editores y público. Hay muchos salones para esta actividad, rigurosamente programada hora por hora. Cada 45 minutos se presentan decenas de libros para todos los gustos.

Las salas no se atiborran, el cupo es muy cuidado para que haya un clima de atención e interés pleno al presentador, magnífico sonido y demás servicios. Toda la feria ocupa una superficie de 35 mil metros cuadrados, el equipo organizador fijo cada año es de 70 personas y durante la feria incorporan a unos 200 jóvenes estudiantes que presentan una estupenda ayuda de orientación y guía.
Adentro hay pequeñas islas de alimentos, pero del mismo modo servicios de banco, agencia de viajes, área de servicios médicos y estaciones de radio y televisión transmitiendo en vivo.
La organización funciona como reloj suizo, el programa se sigue cronometrando tiempos. La entrada es controlada directamente por elementos de la policía municipal, quienes revisan boletos y mochilas de los miles de estudiantes de aquí y de todo el país. Este proceso es rápido, de modo que una fila de visitantes que cubre dos calles, se atiende en cuestión de minutos.

Se respira un ambiente de seguridad. Al menos no registré un solo caso de cartera robada, libros sustraídos o acoso de algún tipo. Los muchachos gozan del festejo librero, cargan sus paquetes y descansan con sus mochilas tomando refrescos y helados en diversos sitios alfombrados.
Hay aparte una sección internacional con la participación de cerca de 50 expositores de muchos países y agencias culturales internacionales. En paralelo, hay un programa de actividades culturales de música y teatro.

Entre los visitantes extranjeros predominan los que provienen de Estados Unidos, Colombia, España, Argentina y el resto de países latinoamericanos. No sólo es la compra y venta de libros, hay días en que los agentes literarios y editores cierran negocios en salones destinados para ello, de modo que esto también funciona como un horno de producción y distribución de materiales impresos a futuro.
La feria es la más importante del mundo de habla española y todo este universo la convierte en un espectáculo cultural de los tres o cuatro que mueven la economía de esta ciudad anualmente.

La visita nos deja una pausa para recorrer brevemente el Centro Histórico de Guadalajara. Se percibe un clima de seguridad en términos generales, no se advierte el merodear de raterillos a lo largo de caminatas por la ciudad y en torno a la feria a cualquier hora.
Se cuenta sotto vocce, que hay como “valores entendidos” en el ámbito de la delincuencia para proteger a la gente por la calle. Se dice que cuando un delincuente menor comete un abuso o robo, es detectado por “halcones” de la propia hampa y sufre terribles consecuencias. Cierto o falso, el mito permite en efecto caminar muy tranquilo por la ciudad.
Circulan solo dos tipos de autobuses aquí: rojos y verdes. Son grandes, muchos de modelos recientes, bien cuidados y con un sistema de cobro en donde el conductor ya no maneja dinero. Lo hace una máquina que recibe la moneda de diez pesos y otorga el boleto. No se nota en general exceso de velocidad, hay respeto a las normas viales y no se ven autobuses pequeños, destartalados ni combis.
Del aeropuerto hacia la ciudad está en proceso la ampliación una gran arteria que tendrá dos carriles más para un sistema de Metrobús, lo cual permitirá cubrir en 45 minutos ese trayecto; hoy se hace en una hora y veinte en horas pico y un poco menos en otros horarios. Esta y otras obras son preparativos para el año próximo, cuando Guadalajara será una de las tres sedes mexicanas del Mundial de Futbol.
Así a ojo de pájaro se aprecia y goza la FIL, un paseo inolvidable del mundo de las letras impresas en español.

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