I
La Semana Santa en Huazamota se torna en una semana infernal. Es Jueves Santo y las temperaturas alcanzan hasta los cuarenta grados. Legiones de sátiros embadurnados de miel y ceniza, con tiaras de obispo mostrando cuerpos de mujeres jugosas, invaden el pueblo y se apoderan de las calles buscando capturar al redentor.
La vida apacible se torna un verdadero pandemónium. El ejército de judíos embijados de negro, anuncian su llegada pegando de gritos y aullidos, golpeando puertas y saltando, machete en mano, para espantar a la gente y presagiando malos augurios. El cielo y la tierra se han colapsado y las potencias instintivas se mezclan con las buenas conciencias.
Los días benditos se convierten en días aciagos. De la tierra craquelada y del río exangüe van apareciendo los hijos de la tiznada, los cochis y otros mostros aterradores. Semidesnudos, van raspando los machetes por el suelo para afilarlos y copular con la tierra. Hacen sonar flautas lastimeras vaticinando la muerte del supuesto hijo de Dios.
Las huestes endemoniadas van comandadas por los cochis o capitanes del desorden. Su primera misión consiste en destituir a las autoridades e impedir la circulación de vehículos para poder hacer de las suyas. Nadie puede entrar o salir del pueblo. El trabajo y el juego deben cesar. Está prohibido bañarse o echar novio. Todos quedan a merced de su mando, secuestrados por la dinámica inexorable de la naturaleza, que cínica y públicamente, no distingue entre la reproducción y la exterminación. Son la ley. Irrumpen en las casas buscando al nazareno e intimidando a sus moradores. Aprovechan la ocasión para robar capirotada o beber agua fresca de los cántaros.
Día y noche, los tiznados de calzoncillo y huarache o de shorts y tenis del gabacho, son arengados por lo capitanes, azuzados por látigos chirriadores para ejecutar danzas de serpiente, entrelazándose y envolviéndose entre los feligreses, copándolos y obligándolos a presenciar el apareamiento de las potencias terráqueas. El tiempo y el espacio se han fusionado. El origen primigenio del mundo se manifiesta con toda su fuerza libidinal y sacrificial, por las ardientes quebradas del suelo duranguense.
El catolicismo es asaltado por el paganismo y la apostasía. El burlesque y el desenfreno de los judíos contradicen toda mesura. La alegría y la algarabía se imponen sobre todo esfuerzo solemne o compungido de los sacerdotes, renegando de ser imágenes impúdicas y actos sacrílegos. Los inocentes son obligados a presenciar la pasión de Cristo y se les encierra dentro del templo. Como en Las Bacantes de Eurípides, las perversiones dionisíacas de un dios extranjero se apoderan de todo intento de orden o discrecionalidad.
El terror y la agitación se incrementa al caer la tarde. Los forajidos son informados
del lugar donde se encuentra el alias ungido. Celebra una cena a la cual no fueron invitados y para capturarlo convocan a los centuriones del Imperio Romano. Afilan sus machetes en escaramuzas haciendo sacar chispas de sus hojas. Prenden sus antorchas ante la llegada de la noche y se dirigen al Monte de los Olivos, en cuyo huerto han dado por fin con el cabecilla de los apóstoles.
Todo apesta y resuena a metal. Son los machetes calientes a fuerza de tanto golpearse; los botes de lata que arden bajo estopas de petróleo; las cadenas de los celadores que se arrastran por el suelo antes del prendimiento y los yelmos de los soldados romanos agitándose contra sus pechos. El astro sol nada puede hacer ante la caída de la noche y el falso rey es detenido para satisfacción y algarabía del rebaño maldito.
Al día siguiente comienza el suplicio. Cargar y arrastrar la cruz por las calles ardiendo en calor, en medio de sornas, insultos, latigazos, escupitajos y jaloneos para prolongar la agonía. La serpiente humana envuelve y arredra al impostor para llevarlo al
matadero.
Por entre el gentío asosegado, hace su aparición la muerte, un ser esquelético de cabellera encrespada, acompañando a la procesión necrófila, armado, cual indio flechero, con su arco y carcaj para asaetear de muerte al iluminado. No hay escapatoria: los romanos y los borrados sacrificarán al hijo de Dios para que sufra su calvario.
La tierra tiembla y se oscurece. Todo queda en suspenso, en silencio. Todo yace inmóvil y callado. Vacía la extensión del cielo. Dolor y muerte se expande por el caserío ante el temor de que la noche sea eterna, la luz se extinga y el mundo muera sin ella.
Empero, al día siguiente el sol resucita, nuevamente se hace la luz y repican las campanas pregonando la resurrección del señor. Se abre La Gloria y los asesinos y traidores tratan de huir de los rayos cegadores. Judas prefiere ahorcarse. Los hijos de la tiznada huyen pal monte, pero hasta allá son alcanzados por los barrabases que los sorrajan con varas y manojos de yerbas. Los tiznados resisten y soportan el castigo, pero antes de que caiga la noche son expulsados bajo una lluvia de piedras y, antes que ser lapidados, prefieren meterse a las aguas purificadoras del río para escabullirse al inframundo que los trajo.
Así culmina los días aciagos en la que el mundo permaneció volteado y confundido.
II
Si se ha entendido bien, los huazamotecos no hacen una representación de la pasión. Viven la pasión, encarnan la pasión. ¿Qué significa encarnar la pasión? Que ofrecen sus cuerpos para borrarse de ceniza y literalmente morir en vida. Dejan de ser lo que son para transfigurarse en almas demoniacas y seres oscuros, comportándose como el personaje que predican. Es decir, olvidan la persona que eran para figurar las fuerzas de la naturaleza de la cual son parte, asumiendo y evidenciando un drama cósmico para alcanzar lo que Nietzsche llama la “autoalienación mística” y convertirse en símbolos
concomitantes de la totalidad.
El cuerpo embijado o enmascarado se ha transmutado en jeroglífico que no necesita ser racionalizado ni sicoanalizado, pues el mismo personaje se torna inteligible, en la intuición simbólica, realizando el juego de las guerras estacionales y escenificando las potencias naturales que conforman el ciclo de la fertilidad/mortalidad. La máscara del cochino dirigiendo a los sátiros es el instinto de lo insaciable que penetra a la humanidad, logrando que: “La danza de las máscaras sea la causalidad danzada”, diría Aby Warburg.
Sobre un guion paracristiano, se monta la concepción mesoamericana del mundo, una visión demoniaca de las potencias naturales luchando en el ciclo de los tiempos. La noche y la oscuridad, la humedad y la sequedad, amenazan a la sociedad y son los mismos cuerpos lo que la salvan en un drama performático, poseídos por el sentimiento de la pasión por la vida.
La desmesura, la embriaguez y el éxtasis comunitario dotan de fuerzas a la naturaleza exangüe: “Cualquier individuo puede servir de símbolo… La esencia de la naturaleza va a expresarse. Resulta necesario un nuevo mundo de símbolos, las
representaciones concomitantes llegan hasta el símbolo en las imágenes de la humanidad intensificada, son representadas con la máxima energía física por el simbolismo corporal” (Nietzsche, La visión dionisiaca del mundo).
El sentido ideológico del símbolo solo puede penetrar, como aclaró Víctor Turner, por el sentido sensorial, por las emociones y conmociones del alma alterada. No hay intelección del mito del eterno retorno y del drama sagrado de la lucha universal sin una expresión simbólica a través de los sentidos y de las emociones, del desenfreno y la exageración, del caos y el desorden que hacen conciencia de lo deseable.
Somos el homo symbolicus como dice Cassirer, pero no sólo por ser creadores o comunicadores de símbolos, sino por convertirse el mismo en un símbolo, un jeroglifo prefigurador de las fuerzas desconocidas en comunión con el servidor sufriente huazamoteco
Comprender el sacrificio de Cristo no por los evangelios sino por la fuerza demoniaca de la vida, por la magia dionisiaca de la embriaguez y el paroxismo. Por las vituperadas enfermedades populares de la posesión y la transgresión. No imitando o
copiando, sino identificándose y comulgando con el fluir de los ritmos de la vida que también muere. Ese sería el misterio. Sentir lo exterior a través de la mutación interior, del enmascaramiento revelador y del borramiento liberador.
Los antiguos cristeros juegan a ser paganos por unos cuantos días. Viven la pasión como unos hijos de la tiznada.