diciembre 5, 2025, Puebla, México

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Gilberto Castellanos: el olivo estalla / Gina Lizeth

 

 

Por  Gina Lizeth

El olivo estalla

Gilberto: ¿dónde comienzo ahora, si el paso inmune del reloj enciende la lluvia y reverbera el sortilegio de una gota sobre el domo del patio? ¿Cuál es la punta del ovillo que configura al mundo? ¿De dónde asirme, para no estallar?

Cae esa gota, con ella irrumpe la contundente furia del cielo que me exige gritar del poema XVI al LXXII de Omnívaga, siempre pedías que lo leyera completo. Estamos en la Casa de Cultura que debería llevar tu nombre. Dejo que el cauce fluya a partir de ese verso, esa línea onmívaga donde también caminas. Un mar de personas escucha tu voz entre mis cuerdas y en el corazón de ese mar: tu esposa, tus hijos y tu nieta. Reconecto con el aire que habita tus palabras. Para leerte, en voz baja y en alta, tengo que inspirar una larga tela de oxígeno que me despeje la mente y articule tus ritmos y cesuras, tus encabalgamientos y elevaciones. La lluvia no para. Tú estás aquí. Llovemos todos.

XVI

El paso inmune del reloj enciende la lluvia,

esa línea onmívaga donde también caminas;

sé que no inundaría mis deslaves;

soy regreso, el memorial y su aparejo.

                                                                                   

Omnívaga 2009

Gilberto Castellanos

 

Abril de 2008

 

Como una niña con letras de araña, llego hasta ti, con mi primer manuscrito entre las manos. Gilberto, me pides que te llame, ni maestro, ni poeta, solo: Gilberto. Después conoceré más de cerca la cálida sencillez de tu trato. Permites que lea mis garabatos, los intentos inmaduros por llevar mi lenguaje al cosmos de lo poético. Entre el oleaje, el mar abajo y la marejada, secciones de la que se convertirá en mi primera plaquette de poesía, hay dos tortugas, dos pequeños poemas en los que torpemente trato de describir el escudo ancestral de la caparazón, los ojos antiguos, el ritmo singular y el andar pausado de los quelonios. Entonces me preguntas por qué, ¿por qué escribir sobre tortugas? Igual de torpe que mi descripción, es mi respuesta: -Porque me gustan las tortugas.

 

Me das la mejor lección que he recibido de la poesía. Del maestro, del poeta, sí, pero también, de la poesía misma: -Primero tienes que ir donde habitan las tortugas, congregarte con ellas en sus milenios transitados sin prisa, comer y desovar donde desovan ellas y llorar como ellas cuando dejan los huevos en sus nidos. Hasta que te metas en su piel, sólo entonces puedes hablar de las tortugas en un poema.

 

La planta convierte en brazos

manos clorofílicas

la fotosíntesis sedienta.

En la hondonada abisal de los taludes,

con el desplazamiento ciego

temblor de branquias

coletazos despistados,

luz de un asombro.

 

Lofio genial fabricando sus bujías.

Bajo el esplendor subacuático

la penumbra se licúa

como si exigiera independencia

deseando conocer el juguetear del aire.

Con las irrupciones de su voracidad

los teleósteos desgarran

la carne y la piel de las sombras

alimento del destello hecho navaja.

 

Cuando llega al área de la luz,

la piedra -esclava entre las cofias-

se desviste de la oscuridad sepulta

y le es fácil desechar en un acto de desprecio

la presencia de las sombras.

¿Acaso el mirar es también mirada-mineral?

¿La flor que reconoce su agonía

en otras pausas del invierno

quisiera prolongar

la mirada de su coloración

en la anastasis continua de la luz?

Vivir es el mirar, mirando.

 

El mirar del artificio 1985

Gilberto Castellanos

 

 

Abril de 2009

 

Empieza el viaje sin retorno por el cosmos de tus versos, visitar las rutas de tu alma no es un trabajo para mí, es un privilegio y un deleite, aun así, me pagas un sueldo convenido, cada semana. Confirmo una y otra vez que tus ojos, desde la oscuridad, ven otra luz. Mi “trabajo” consiste en leer en voz alta tus libros para que continues con esa revisión profunda y concienzuda que empezaste hace años y que nunca termina. Me ofreces café y alguna fruta. Una de esas mañanas, Silvia deja sobre la mesa un manuscrito engargolado, me pides que lo abra y comience a leer, hasta que me digas que me detenga para cambiar un verso, una palabra o una sílaba. Leo la primera página: “Senderos de grana” (variaciones de un poema en cardioverba). Tres infartos, había sufrido ya tu corazón. Eso eres, pensé: poeta de la imagen y del corazón.

 

 

CORAZÓN DE MINERALES

 

Eres ubicuo corazón de vetas, riachuelos, dunas perladas,

cráteres que claman su amor con el azul, nieves tiernas

con su soledad en las violetas, oasis verdes en el desierto del metal

que no tendrá luz, corazón animal que al sentirse ardiente

piensa, que fue pájaro evasivo y el fósil todavía grita

qué rumbo llevaban sus remeras, corazón en las vendimias aorilladas

del sueño y la joven que lleva en el cesto los miedos de su edad

hasta el banquete, corazón de niño en el álbum de la tarde,

corazón verde para un tórax verde con fuego en el almácigo del pensar;

si un hallazgo repliega sus dudas: combustión de la sangre,

el impulso de los huesos hacia el día y el ensueño.

¿Has oído tu respirar que rebota en la garganta y apenas

alcanza la lengua? corazón que trota y no se asfixia.

 

Senderos de grana 2015

Gilberto Castellanos

Abril de 2010

 

Gilberto, ayúdame a encontrar ese último poema que me dictaste, porque hoy también te fuiste del mundo físico y sólo recuerdo un verso, la explicación de una palabra, el cambio de un verbo conjugado. “El olivo revienta”, -Georgina, por favor quita revienta y escribe: estalla.

El olivo tiene un significado profundo, es un árbol ancestral que teje en sus ramas lo sagrado, con él se bendicen los ritos milenarios de luz, redención y trascendencia a través de los siglos. El olivo estalla, ayúdame a encontrar sus gotas en tus libros.

 

 

La transparencia de la tarde fue tan clara

que un colibrí desapareció,

lo atrapó un niño en el dibujo de su cuaderno.

 

El árbol y el verbo 2011

Gilberto Castellanos