La vida del migrante [o viajero] está habitada por objetos rotos. Por eso, para mí, el acto de reparar es una forma casi ritualística, terapéutica, de recomponerme a mí misma.
Hace años, hurgando en un bazar de antigüedades en La Habana, di con este juego de té hecho en… ¡¿Corea del Norte?! Modesto, de fabricación industrial, no era ni lujoso, ni especial, pero sus formas tenían una cualidad sutil, casi poética.
Me intrigó y de inmediato comencé a fantasear sobre la biografía de los objetos [No es difícil imaginar que llegaron a Cuba a través de los circuitos del comunismo en el siglo XX].
La azucarera se rompió la semana pasada. Pasé varios días pegando el asa. Mientras lo hacía, volvieron a mí los recuerdos de la visita al Museo de Diseño de China en Hangzhou en 2024. Las prendas de la Revolución Cultural me impresionaron especialmente: el Partido Comunista chino prohibió los estampados coloridos y promovió el uso de ropa sencilla y utilitaria, en tonos apagados como el azul, el gris y el verde.
En Corea del Norte, los objetos decorativos también eran raros y a menudo se consideraban burgueses. No obstante, mi juego de té podría haber estado destinado a la gente común, ya que los motivos tradicionales coreanos estaban permitidos con fines propagandísticos.
Incluso en contextos de totalitarismo, los seres humanos necesitan, y consiguen crear, poesía, belleza y símbolos. Los políticos mueren, los partidos desaparecen. Las formas permanecen. Piden ser leídas. Podemos resignificarlas.
Mi juego de té es ese recordatorio. Por eso lo atesoro. Por eso lo he llevado conmigo a tres países. Por eso, aunque se ha roto un par de veces, sigo reparándolo.
