diciembre 5, 2025, Puebla, México

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Percepción vs. realidad: Puebla y la inseguridad que se siente, aunque no siempre se ve / Ángel Francisco Sánchez Machorro

En el primer trimestre de 2025, 3 de cada 4 habitantes de la capital poblana se sentían inseguros, lo que tiene grandes impactos en el tejido social y el bienestar de la ciudadanía

Reportaje de Ángel Francisco Sánchez Machorro / Revista Medium Ibero Puebla

la capital de Puebla, la inseguridad se puede percibir más allá de los números y las estadísticas. Aunque los registros oficiales muestran pequeñas variaciones en la incidencia delictiva, el miedo que existe entre los ciudadanos sigue creciendo, se adapta y se instala como una presencia del día a día.

La ciudad no solo vive con miedo, lo anticipa. Según los datos proporcionados por la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del INEGItres de cada cuatro poblanos consideran que vivir en la ciudad es inseguro. Una percepción que, aunque vacile en relación a las cifras, permanece constante y vibrante en las calles, las rutinas diarias y los hábitos que se moldean con temor a formar parte de la próxima estadística.

Ya no es solo una idea: se ha vuelto un nuevo orden social. En la ciudad hay colonias en donde el cierre temprano de los comercios ya no responde al horario, sino al temor. Una ciudad donde las banquetas quedan desoladas al anochecer, las rutas cambian, las conversaciones son más cautelosas y las decisiones se toman pensando en la seguridad personal.

En colonias como Xonacatepec y Bosques de San Sebastián, la delincuencia se ha vuelto una realidad perceptible, que se cuela entre las conversaciones vecinales y grupos de WhatsApp que forman parte de una respuesta por parte de los locales, como una forma de suplir la respuesta policial.

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Foto: Angel Sánchez.

Puebla ha estado durante años en el radar nacional por sus altos niveles de inseguridad, aunque no siempre ocupe los primeros lugares en cifras de incidencia delictiva. El verdadero problema — y el más recurrente— ha sido la percepción. En marzo de 2025, la ENSU reportó que el 74.5% de los habitantes de la capital de Puebla considera que vivir en la ciudad es inseguro, una cifra que, si bien llega a representar una ligera disminución respecto al trimestre anterior, sigue por encima del promedio nacional (61.9%).

Las razones de esta percepción se presentan de múltiples maneras y no siempre de manera visible. En las estadísticas, los delitos más reportados son el robo (56.9%), la violencia familiar (13.3%) y las amenazas (10.8%)según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Sin embargo, la experiencia cotidiana nos dice otra cosa. Las calles solas al llegar la noche, evitar usar los cajeros automáticos, el transporte público considerado como zona de riesgo y la constante vigilancia vecinal hablan acerca de las medidas de cuidado personal y colectivo nacidas desde la ciudadanía.

Este fenómeno no es nuevo. Desde hace varios años, Puebla ha enfrentado a problemáticas estructurales: alto desempleo juvenil, pobreza persistente, falta de oportunidades educativas y un creciente debilitamiento institucional, factores que al final se terminan combinando para generar contextos ideales para que proliferen los delitos.

A esto se suma un fuerte deterioro en infraestructura: 68% de los poblanos ha reportado fallas en el alumbrado público; también, muchas colonias viven con cámaras de vigilancia inservibles o sin presencia policial de forma regular. Otro elemento clave es la desconfianza en las instituciones: solo el 3% de la población confía en la policía preventiva, y más de la mitad de quienes han tenido contacto con autoridades reportan actos de corrupción.

Esta ruptura entre la ciudadanía y el Estado no solo limita la denuncia, sino que ha generado un nuevo miedo a la presencia de las fuerzas policiales en las colonias. Para muchos, no existe diferencia entre ser víctima de un delito y ser ignorado por el sistema que se supone debería protegerlos.

En estos contextos, el miedo se vuelve algo razonable. Ya no se juzga como un pánico irracional, sino que se vuelve una respuesta por parte de la sociedad, que se ha visto en la necesidad de adaptarse a convivir con el riesgo cotidiano.

Puebla es una ciudad en donde los delitos pueden disminuir levemente, pero la sensación de inseguridad se mantiene viva, alimentada por la experiencia propia, los relatos de amigos y conocidos, y la constante exposición mediática de hechos violentos. Y así es como la percepción de inseguridad deja de ser solo una cifra y pasa a convertirse en nuestro día a día, en nuestro aire que respiramos; más allá de lo que pueda decir lo datos, se ha aprendido a convivir con el miedo.

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Foto: Angel Sánchez.

Voces ciudadanas: vivir con miedo y sin respuesta

En Santa María Xonacatepec, Joselin García ha aprendido a vivir con precacución. Después de más de cuatro años en la zona, asegura que la violencia no es un fenómeno nuevo, pero sí uno que ha crecido hasta volverse insostenible.

“La situación se siente cada vez más violenta, más inestable. La incertidumbre y la ansiedad han ido en ascenso”, comenta con seriedad.

A pesar de que su rutina ya estaba pensada para evitar riesgos — no caminar por ciertas calles, no salir de noche, mantener un perfil bajo — , reconoce que el ambiente ha cambiado.

“Durante el día me siento tranquila, en la noche no mucho”, explica.

Como muchas otras personas en la colonia, ha perdido la confianza en las autoridades.

“Uno llama hasta cuatro veces a la policía y simplemente no vienen”, denuncia.

Frente a la ineficiencia institucional, Joselin propone soluciones claras: comunicación directa con las autoridades mediante grupos vecinales, cámaras en puntos estratégicos, cursos de defensa personal y rondas policiales más frecuentes.

“Pero todo eso requiere algo que no tenemos: voluntad y respuesta del otro lado”.

En la colonia Bosques del Pilar, otra vecina — que lleva más de 16 años habitando la zona — coincide en la gravedad del problema.

“Hay mucha inseguridad. Hemos tenido que cambiar de rutas, tener más cuidado”, relata.

Como muchas mujeres, ha limitado por completo sus salidas nocturnas, priorizando el autocuidado en un entorno donde incluso la policía ha sido blanco de la delincuencia.

“La misma policía ha sido víctima”, menciona entre resignación y alerta.

Su propuesta también parte de la colaboración comunitaria: mejor vigilancia entre vecinos, más cámaras de seguridad y una policía capacitada, con buenos sueldos y equipamiento digno.

“Si no se les da lo básico, ¿cómo nos van a cuidar a nosotros?”, cuestiona.

Ambas voces revelan un patrón que se repite en distintas colonias de Puebla: una ciudadanía que no espera milagros del gobierno, pero sí exige presencia real, mínima protección y canales de comunicación efectivos. Porque en estas zonas el miedo ya ha dejado de ser noticia y se ha vuelto rutina.

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Zonas de alta percepción e incidencia delictiva (2025). Según datos del Ayuntamiento de Puebla, del INEGI, reportes de medios locales y testimonios de vecinos de distintas colonias.

Entender el miedo: lo que nos dicen los datos… y lo que no

El Dr. Tadeo Luna de la Mora, responsable del Laboratorio para la Paz con Reconciliación de la IBERO Puebla, analiza las causas más profundas de la percepción de inseguridad en Puebla y los nuevos rostros que ha adoptado la violencia urbana. Con una trayectoria enfocada en el estudio de los sistemas legales, la inseguridad y, más recientemente, la atención a víctimas, el Dr. Luna aporta una mirada crítica y fundamentada sobre cómo se construye el miedo en el entorno urbano y cómo influye la desconfianza institucional en la vida cotidiana.

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¿Qué factores estructurales y sociales sostienen este miedo colectivo? ¿Qué hace que una ciudad como Puebla, incluso con ligeras mejoras estadísticas, mantenga niveles tan altos de desconfianza y sensación de riesgo? En el siguiente video, el Dr. Luna comparte sus perspectivas.

Además de los factores estructurales, el Dr. Tadeo también reflexionó sobre el impacto de los medio y redes sociales en la percepción de inseguridad. Señala que plataformas como TikTok o WhatsApp no solo informan, sino que moldean la realidad cotidiana, amplificando el miedo. Esta narrativa entra en conflicto con los discursos oficiales, que a veces buscan proyectar seguridad manipulando cifras o promoviendo campañas publicitarias.

Para Luna, aunque estas estrategias forman parte del trabajo del gobierno, la percepción solo podría mejorar de forma real cuando se presenten resultado concretos, no solo mensajes.

Frente a la creciente visibilidad de zonas como Bosques de San Sebastián y Xonacatepec como nuevos focos de violencia urbana, el Dr. Luna de la Mora explica que en criminología estos espacios se conocen como hotspots o “puntos calientes”, zonas donde se concentra la actividad delictiva. Señala que su aparición no es casual, sino producto de condiciones estructurales como la expansión urbana desorganizada, la falta de servicios básicos y la marginación persistente.

En ciudades como Puebla, dice, estos entornos sin acceso pleno a salud, transporte o educación se convierten en caldo de cultivo para la inseguridad. Sin embargo, advierte que hoy el fenómeno es más complejo: ya no hay una localización fija del peligro.

“Hemos visto balaceras y homicidios en zonas como Lomas de Angelópolis, supuestamente seguras y de alto poder adquisitivo. El riesgo ya no está confinado a los márgenes”, explicó.

Esta “deslocalización del peligro”, como la denomina, no solo rompe con la lógica geográfica tradicional, sino también con los estereotipos que asocian automáticamente la violencia con la pobreza. Pensar que el delito solo ocurre en zonas marginadas es una forma reduccionista de entender la inseguridad, que impide ver cómo esta se puede manifestar en todo tipo de entornos y realidades, incluso en aquellos mayores recursos y vigilancia.

El académico de la IBERO Puebla reflexiona sobre cómo las nuevas formas de inseguridad — como la extorsión, el cobro de piso, la trata de personas o el huachicol — no solo modifican las dinámicas criminales, sino que alteran profundamente la percepción ciudadana y el tejido social.

Explica que con la relocalización de los grupos delictivos a causa de la militarización, llega un cambio en la vida cotidiana; es decir, las amenazas ya no vienen de un solo frente, y la violencia erosiona la confianza, el sentido de comunidad y la estabilidad emocional de aquellos que la enfrentan a diario.

Al hablar sobre cómo evitar la expansión de nuevos focos de inseguridad, el Dr. Luna subrayó que el reto principal no es solo policial, sino social. Recordó que la militarización iniciada en 2007 generó miedo, provocando que muchos ciudadanos se aislaran entre vecinos. Frente a esto, propone recuperar el tejido social desde lo local, fortalecer las redes vecinales, retomar los espacios públicos y reconstruir la confianza.

“La seguridad también se construye cuando volvemos a reconocernos entre nosotros”, afirmó.

Al preguntarle sobre qué tipo de estrategia podría contribuir no solo a reducir los delitos, sino también el miedo que genera la violencia en la vida cotidiana, el Dr. Luna hizo énfasis en la necesidad de políticas integrales que no obliguen al ciudadano a ceder sus derechos a cambio de seguridad.

Antes de concluir, el Dr. Luna dejó una reflexión clave:

“El miedo no es el único sentimiento que genera inseguridad”.

A diferencia del término anglosajón fear of crime, que se limita al temor, el “sentimiento de inseguridad” en español abarca emociones más complejas: tristeza, rabia, rencor, incluso deseos de venganza.

“Por eso socialmente hay tanta demanda de castigo, porque el miedo también busca culpables”, explicó.

Entender esta dimensión emocional es fundamental para diseñar políticas que no solo combatan el delito, sino que también reparen el daño por la violencia en los vínculos sociales.

Con este último fragmento, el Dr. Luna cierra la conversación con una reflexión crucial. El miedo no solo moldea nuestro hábitos, también refuerzan los estigmas y prejuicios sociales. Nos habla de esta forma en cómo la inseguridad no solo se percibe, sino que también se proyecta sobre ciertas colonias y personas, creando etiquetas que profundizan la fragmentación social.

Así concluye este reportaje, escuchando lo que el miedo no siempre deja ver.