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29 Marzo 2024, Puebla, México.

Nuestras tristes escuelas cerradas / Héctor Aguilar Camín

Sociedad | Opinión | 27.JUN.2021

Nuestras tristes escuelas cerradas / Héctor Aguilar Camín

Día con día

 

La catástrofe visible

 

Nos recuerda Michael Reid en su columna “Bello” de la revista The Economist, favorita de millones de votantes mexicanos, que con solo 8 por ciento de la población mundial América Latina ha registrado una tercera parte de las muertes globales por covid.

 

Las economías de la región han caído en un 7 por ciento promedio y enfrentan panoramas poco prometedores de recuperación para los años que siguen (ver aquí).

 

Estas catástrofes visibles ocupan los titulares de la prensa mundial, y los de cada país con su propia crisis, pero al lado de ellas, nos dice Reid, está la “tragedia silenciosa” de las escuelas cerradas durante un año y el panorama incierto de cuándo reabrirán, pues la pandemia, lejos de haber sido domada, está volviendo por sus fueros.

 

La experiencia mexicana de estos días ilustra esa incertidumbre. Se había anunciado el regreso a clases en Ciudad de México, pero el cambio de semáforo de verde a amarillo, por indicios de repunte del covid, detuvo la medida.

 

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Lo mismo ha sucedido en Argentina y Colombia, y en el resto del subcontinente, donde la clausura de las escuelas ha sido casi total durante la pandemia, a diferencia de otros países, donde se encontraron formas de mantener abiertas las escuelas o sostener al menos un esquema mixto de presencia física y enseñanza por internet.

 

Canceladas las clases presenciales, la única opción de clases a distancia ha mostrado dramáticamente la desigualdad vigente en la región, donde 95 por ciento de los hogares ricos tienen internet de calidad suficiente para la tarea, nos dice Reid, y 45 por ciento de los pobres no lo tienen.

 

Imposible medir todavía los costos emocionales y las cifras de deserción escolar que este año de clausura traerá consigo. Pero algo se ha medido ya.

 

En 2018, las pruebas de PISA para estudiantes de 15 años exhibían a los participantes latinoamericanos tres años por debajo de sus contemporáneos en lectura, matemáticas y ciencia.

 

El Banco Mundial calcula hoy que 77 por ciento de los estudiantes de la región estarían por debajo del rendimiento mínimo esperado para su edad, frente al rezago de 55 por ciento de 2018.

 

Tristes escuelas cerradas.

 

El  rezago

 

Según la OCDE, el cierre de las escuelas durante el último año tendrá un impacto en la productividad de México equivalente a 4.5 por ciento del producto interno bruto.

 

Por la ausencia de habilidades que se hubieran adquirido en ese año escolar, México dejará de producir algo así como 1 billón 120 mil millones de pesos (https://bit.ly/2SQFnf3).

 

Se perdieron unas 217 clases presenciales, nos dice Rafael de Hoyos (nexos, junio 2021), mientras que en Europa se perdieron en promedio 93 y en EU, 46.

 

A esto hay que agregar los impactos en deseducación y deserción por la larga clausura, aludidos ayer en este espacio.

 

“Antes de la pandemia”, dice el Instituto Mexicano para la Competitividad, “los mexicanos alcanzaban en promedio aprendizajes correspondientes a tercer grado de secundaria. Hoy, su conocimiento llegará solo al equivalente a primero de secundaria”.

 

Al menos 10 millones de niñas, niños y jóvenes corren el riesgo de rezagarse en conocimientos que necesitarán después, al tocar las puertas del mercado de trabajo.

 

“La clausura escolar”, agrega Gilberto Guevara Niebla, “afectó aspectos cruciales de la maduración personal en sus dimensiones cognitiva, emocional y moral” (Crónica, 21 de junio 2021).

 

La deserción escolar es alarmante.

 

Según el BID, al menos 628 mil estudiantes mexicanos de entre seis y 17 años han interrumpido sus estudios debido a la pandemia y a las dificultades de acceder a la educación a distancia. (IMCO: “Educación en Pandemia: los riesgos de las clases a distancia”).

 

Desde siempre, tanto los logros como los estragos de la educación han sucedido en México lejos de la mirada de la sociedad. Las escuelas han sido tradicionalmente un espacio expropiado por el gobierno y el magisterio.

 

Alguna transparencia han traído las pruebas internacionales de conocimiento, como las de PISA, que comparan los resultados educativos mexicanos con los del mundo.

 

Y algún remedio debería derivarse de estas otras mediciones de improductividad y deserción escolar que nos advierten sobre los enormes daños provocados de estos meses funestos de escuelas cerradas y autoridades pasmadas, sin estrategias claras, ni educativas ni de las otras, contra el virus.

 

Frente a la pandemia, México ha sido el país de dejar hacer y dejar pasar.

 

La destrucción

 

Al empezar la vacunación en Cuajimalpa, los responsables de escoger lugares adecuados reportaron que muchas escuelas no servían para la tarea porque habían sido saqueadas. Funcionarios del INE que buscaban lugares para instalar sus casillas, encontraron un panorama semejante, en todo el país.

 

A fines de mayo, El País reportó que, entre marzo de 2020 y marzo de 2021, las escuelas de México habían sufrido casi 7 mil robos (https://bit.ly/3gNk5qL).

 

Dieciocho escuelas habían sido robadas cada día durante ese año, con promedios regionales variables. Cada mes robaron 65 escuelas en Jalisco, 48 en Guanajuato y 23 en Ciudad de México.

 

Al robo de cables eléctricos, equipos de cómputo, mobiliario, tubos de drenaje, inodoros y lavabos, se asociaron actos de vandalización pura: vidrios rotos, armarios destrozados, puertas destruidas.

 

Los robos sugieren que las escuelas no solo fueron cerradas, sino abandonadas a su suerte por la autoridad.

 

Escuelas públicas hay unas 196 mil en México. Podría alegarse que 7 mil escuelas robadas no representan un daño patrimonial tan grave. No creo que esa estadística consuele a nadie. Además del costo patrimonial hay en estos hechos un costo de moral pública.

 

Si no hay respeto a la integridad de las escuelas, una de las instituciones mejor valoradas por los mexicanos, algo esencial se ha perdido de solidaridad social.

 

El robo a escuelas públicas tiene un toque de profanación, como el robo de una iglesia o de un asilo, pues pocos bienes hay más respetados, si no admirados, por la sociedad.

 

Los maestros solían encabezar las mediciones de confianza pública. La educación solía ser la aspiración mas compartida del país y el bien público que más agradecían los mexicanos. Inquieta pensar que hay un extendido grupo de mexicanos que vieron en las escuelas vaciadas por el covid una oportunidad de robo, vandalismo y saqueo.

 

Se dirá que es nada frente a la brutalidad del crimen, las masacres, los secuestros, los feminicidios.

 

Desde luego, pero creo que en torno a las escuelas públicas hay un intangible de compromiso, respeto y esperanza de parte de la inmensa mayoría de los mexicanos.

 

Robarlas y saquearlas afrenta un código especial, particularmente sensible y delicado, de nuestra moral social.