Universidades /Sociedad | Gráfico | 4.SEP.2021
Universidad en el vacío: regresar y volver a irse / Ana Mastretta Yanes
Voces en los días del coronavirus
Fotografías de Ana Mastretta Yanes
Hoy fui al Complejo Cultural Universitario a pasar un rato con mi soledad, me pareció un buen lugar para hacer mi tarea de foto. El CCU es el rincón de la ciudad donde viví la mitad de mi vida universitaria, hasta que llegó la pandemia y nos obligó a cursar por lo menos cuatro semestres en línea. Quise que la cámara me ayudara a averiguar cómo la crisis sanitaria ha cambiado un espacio que era de compañía y amistad, donde solía reír con mis amigas, besar a mi ex pareja y observar a mis amores imposibles.
Como siempre, llegué caminando por toda la avenida Cúmulo de Virgo. Casi todas las entradas estaban cerradas, así que tuve que ir hasta la Atlixcayotl para poder entrar. Un poli (en la uni les llaman DASU) me tomó la temperatura, me echó gel y me dijo que el único local abierto era el Café Aguirre. Le pregunté si le podía tomar una foto, pero me dijo que no, porque estaba su jefe cerca.
Ya dentro de las instalaciones saqué mi cámara en busca de los rincones que nunca pensé que se me arrebatarían. Improvisadas vallas me impedían pasar por casi todo el lugar cuando me encontré con la cafetería estudiantil. Solía comer ahí dos o tres veces a la semana, sus platillos eran carísimos y poco sabrosos, pero me dolió tanto verla cerrada... ¿Se habrá puesto a vender cubrebocas la dueña?
A la distancia ví a más integrantes del DASU reunidos, todos con sus cubrebocas. Caminé hacia ellos imaginando una gran foto, pero antes de que pudiera explicame comenzaron los regaños. Me informaron del absurdo de que en el CCU no se puede tomar fotos con cámara profesional, que solo con celular. Comenzó una pequeña interrogación y no me quedó de otra más que guardar la cámara, no les importó que fuera estudiante de la BUAP. Sin más remedio, seguí caminando hasta que me topé con otras vallas, éstas me impedían el acceso hacia el área de mi facultad. Necia, me escabullí hasta llegar más cerca del edificio, logré tomarle una foto, justo al ala donde se ve el taller de escultura.
Me volvieron a interceptar y me fui iracunda, no sin recordar que casi siempre estaba igual de enojada con el CCU, nunca me gustó mucho. No tiene árboles y es el constante recordatorio de lo que pudo ser un gran espacio para la cultura en Puebla, pero que acabó sometido a los intereses comerciales. Cargo con tanta nostalgia que creo que hasta extrañaba esa ira, siempre me motivaba a pensar cómo gestionarlo para que fuera finalmente un lugar para el arte y los estudiantes.
A pesar de todo, volver al CCU me dejó una extraña sensación de alegría. Quizás me martirice un poco, pero me he cuidado tanto del COVID que no recuerdo la última vez que abracé a alguien (fuera de mi familia nuclear). He salido con mis amigas, siempre en lugares ventilados y con cubrebocas, las he visto abrazarse entre ellas, mientras yo observo ridícula desde la “sana distancia”. Sea como sea, terminé mi tarea, puedo volver tranquila a casa. Mi maestro dice que toda fotografía es histórica, que las cosas siempre cambian. Me pregunto cuánto tiempo tendrá que pasar para que estas fotos pertenezcan a un mundo ajeno.