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Peligrosas ideas sobre Putin y Rusia (Dossier de la revista Sin permiso) /Anatol Lieven Ted Snider

Mundo | Opinión | 29.MAY.2022

Peligrosas ideas sobre Putin y Rusia (Dossier de la revista Sin permiso) /Anatol Lieven Ted Snider

Sin permisoAnatol Lieven esperiodista y analista británico de asuntos internacionales, profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Trabajó también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
Ted Snider es colaborador de Responsible Statecraft, es columnista de política exterior e historia norteamericana en Antiwar.com
 

Es una mala idea que los EE.UU. impulsen un cambio de régimen en Moscú

Anatol Lieven, Ted Snider

El 26 de marzo, el presidente Joe Biden hizo un claro llamamiento para que cambie el régimen en Rusia, declarando: "por el amor de Dios, este hombre [Putin] no puede seguir en el poder". Aunque el equipo de Biden tratara de darle la vuelta a su declaración, no parece haber duda de que refleja una opinión generalizada en la administración de Biden y en el estamento de poder norteamericano, británico y canadiense, en general.

Esta opinión es muy comprensible, dada la malignidad de la invasión de Ucrania por parte de Putin. Que sea sensato hacer de esto el objetivo de la política occidental hacia Rusia es una cuestión muy distinta. Hay dos condiciones esenciales para substituir a Putin. En primer lugar, debe ser cosa de Rusia, y no algo impulsado por los Estados Unidos, pues de lo contrario, el régimen que le suceda se verá permanentemente lastrado por una percepción de traición y derrota a guisa de Weimar. En segundo lugar, debe tratarse de un proceso controlado, no revolucionario, porque en las actuales circunstancias, es mucho más probable que una revolución en Rusia conduzca a un gobierno de la derecha fascista que a un gobierno liberal.

Sin embargo, en primer lugar, si Putin y su círculo íntimo creen que la intención de Occidente estriba en derrocarlos hagan lo que hagan, entonces desaparecerá todo incentivo por su parte para alcanzar una paz de compromiso en Ucrania. En el peor de los casos, podrían recurrir al uso de armas nucleares para salvar el régimen (y, como sin duda se convencerían a sí mismos, al propio Estado ruso).

En lo que respecta al pueblo ruso, hasta muchos de los que han llegado a detestar el régimen por su corrupción y criminalidad se preocupan profundamente de que, dada la debilidad subyacente del Estado ruso, un cambio de régimen forzado e incontrolado pudiera conducir a un debilitamiento catastrófico del propio Estado, lo que llevaría a otro período de anarquía y derrumbe económico.

Puede que esa sea la esperanza de los partidarios de la línea dura en Occidente; pero si es así, deberían pensar seriamente en las repercusiones de ese derrumbe sobre la seguridad de Eurasia y, especialmente, en la amenaza islamista radical para Occidente. En cualquier caso, es probable que el miedo a un hundimiento del Estado impulsado por los Estados Unidos afiance, y no reduzca, el apoyo al régimen entre los rusos. No debemos olvidar que en la gran mayoría de los casos en los que Washington ha utilizado sanciones económicas en un esfuerzo por producir un cambio de régimen -Cuba, Venezuela, Irak, Irán y Corea del Norte-, esa estrategia ha fracasado.

Los partidarios occidentales de la línea dura que quieren debilitar o destruir Rusia parecen no tener ningún interés real en el carácter de un régimen posterior a Putin, y mucho menos en el bienestar de los pueblos ruso o ucraniano. Para ellos, basta con que Rusia, como Estado, quede paralizada. Otros observadores (tanto liberales rusos como occidentales) han llegado a creer que Putin es tan malvado que lo que le substituya tiene que ser mejor.

Como si fuera cierto esto…Lo trágico es que, si hay una lección que la historia europea y rusa del último siglo debería enseñarnos, es que, por muy mal que vayan las cosas, pueden casi siempre empeorar. Por muy malo que sea Putin, no es ni mucho menos el peor líder que puede ofrecernos Rusia, sobre todo en estas circunstancias de un extremismo nacionalista cada vez más duro generado por la guerra de Ucrania. Es totalmente posible, dado el actual estado de ánimo en Rusia, que hasta un sucesor de Putin elegido por la población sea aún más imprudentemente agresivo.

En este contexto, los analistas estadounidenses también deberían examinar con cuidado la historia de los golpes de Estado respaldados por los Estados Unidos en diversas partes del mundo, y las imprevistas y terribles consecuencias que a menudo se derivan de ellos, una historia que ha sido objeto de una crítica magistral por parte de Stephen Kinzer. En su meticuloso análisis de los golpes de Estado respaldados por Estados Unidos, “Covert Regime Change”, Lindsey O'Rourke afirma que uno de los dos criterios necesarios para que Washington apoye un cambio de régimen es la posibilidad de "identificar una alternativa política interna plausible al régimen que se toma como blanco". Si se va a destituir a un líder por diferencias políticas irresolubles, debe existir la promesa de un nuevo líder que "comparta [tus] preferencias políticas".

En el caso de Rusia, esa promesa no existe. En primer lugar, precisamente los partidarios occidentales de la línea dura que abogan por un cambio de régimen exigen también lo que equivale a una rendición completa de Rusia en Ucrania: el abandono no sólo del nuevo territorio que Rusia ha conquistado en esta guerra, sino de las repúblicas separatistas del Donbás que Rusia ha respaldado desde 2014, y -lo más importante de todo- de Crimea, que fue transferida de Rusia a Ucrania por los dirigentes soviéticos en 1954. Rusia volvió a anexionarse Crimea en 2014, la cual alberga hoy una base naval rusa, clave, la de Sebastopol, y la gran mayoría de los rusos consideran hoy que es territorio nacional ruso.

Ningún gobierno ruso podría aceptar la entrega de Crimea, salvo que se produjera una completa derrota militar. Hasta el líder de la oposición, Alexei Navalni, ha hablado únicamente de la posibilidad de un nuevo referéndum para confirmar el deseo de sus habitantes de unirse a Rusia. Y cualquier gobierno que renunciara a Crimea viviría a partir de entonces como un régimen de derrota y rendición. Es muy poco probable que un gobierno así durase mucho tiempo.

Los comentaristas occidentales (y liberales rusos) que creen en la posibilidad de un sucesor prooccidental de Putin están cometiendo en algunos aspectos el mismo error que los que exigen que Rusia se convierta en un "Estado nacional normal". Están ignorando el poder del nacionalismo, que domina en todo el antiguo bloque soviético. Toda la expansión hacia el este de la OTAN y la Unión Europea desde el final de la Guerra Fría, así como la reconstrucción de estados que eso ha supuesto, se ha visto impulsada en gran medida por los nacionalismos étnicos locales; que en algunos casos (Polonia y Hungría), con la protección occidental asegurada, se han vuelto virulentamente hostiles a la cultura democrática liberal occidental contemporánea.

Rusia, tanto con Yeltsin como con Putin, heredó, por el contrario, el nacionalismo de Estado de la URSS (e incluso del imperio ruso que la precedió). Esto ha tenido efectos malos y buenos. En el lado malo, ha significado que Rusia ha heredado el carácter imperial y las ambiciones de esos estados. Por otro lado, ha significado que dentro de Rusia, a diferencia de Hungría, Polonia o los Estados bálticos, el Estado aún no se ha convertido en un nacionalista étnico estrecho, lo que ha sido una gran suerte para las minorías étnicas y religiosas de Rusia.

En un ensayo publicado en 2012, el propio Putin escribió que Rusia era un Estado intrínsecamente multiétnico y multirreligioso (aunque con la lengua y la cultura rusas como elemento central), y advirtió que el chovinismo étnico ruso destruiría la Federación Rusa. De acuerdo con esta creencia, el régimen de Putin y sus principales élites económicas han sido completamente multiétnicos, y se han respetado las tradiciones culturales de las repúblicas autónomas de Rusia. No hay garantía de que esto siga siendo así bajo el sucesor de Putin.

En cuanto a las relaciones con Occidente, es evidente que Putin ha pasado a adoptar una posición extremadamente hostil. Sin embargo, no era este el caso anteriormente. Durante mucho tiempo, Putin trató de presentar a Rusia como una especie de "tercer Occidente" (junto a los dos Occidentes de América y Europa); cultural y políticamente distinto, pero parte del mundo occidental.

Por encima de todo, Putin trataba de apelar a Francia y Alemania en contra de los Estados Unidos, algo que, en opinión de los partidarios de la línea dura dentro del régimen ruso (ahora ampliamente llamado "el Partido de la Guerra"), le llevó a actuar en 2014 con mucha más moderación militar hacia Ucrania de lo que debería haber actuado. Hoy en día, se dice que estas mismas personas abogan por una aterradora escalada de la guerra en Ucrania. Si substituyeran a Putin, esto no resultaría mejor para nadie.

Los partidarios norteamericanos del cambio de régimen deberían recordar tanto los imprevisibles y a veces terribles resultados de los cambios de régimen inspirados por Estados Unidos en otras partes del mundo como el historial absolutamente horrendo de los Estados Unidos en su intento de gestionar los asuntos internos de Rusia en la década de 1990. Ese esfuerzo contribuyó a producir el régimen de Putin. Una repetición de ese comportamiento podría producir algo todavía peor.

Responsible Statecraft, 25 de mayo de 2022