SUSCRIBETE

19 Abril 2024, Puebla, México.

Arte y cerámica en Oaxaca / El taller centenario de las hermanas Jiménez / Sergio Mastretta

Cultura /Sociedad | Crónica | 28.JUL.2022

Arte y cerámica en Oaxaca / El taller centenario de las hermanas Jiménez / Sergio Mastretta

 

"Aquí estamos", dicen convencidas Soledad y Teresita Jiménez.

La bondad en la voz de las dos alfareras. Descubro en el trazo del pincel sobre el platón que cuelga de la pared la voz cristalina y fina de Soledad. Y el tono recio y preciso de Margarita en la flor que  talla con una punta de acero sobre el caolín en el pequeño plato blanco que sostiene en sus manos. Rayado, calado, dibujo en el barro. La belleza en las manos de las dos alfareras.

 

1 Soledad y Teresita

 

Soledad tiene76 años de edad;  Margarita, su hermana 69. Son las alfareras de la loza chorreada de Oaxaca. Las encuentro en el patio de la casona en la que viven, resguardo del taller de cerámica que heredaron de sus padres y en el que han trabajado todos los días de su ya muy larga vida. Un taller creado en 1901 por su abuelo y que impulsara con la producción de loza común en la primera mitad del siglo su padre, Ignacio Jiménez, y que encabezara desde 1960 y hasta el año 2013 su madre, Adela J. de Jiménez, una mujer decidida a desarrollar nuevas técnicas y diseños para elevar la calidad artística que haría famosa a la cerámica del taller Jiménez. Un taller que tiene en ellas el resguardo de la memoria centenaria de la loza chorreada en la que sirven los moles exquisitos del mercado de la ciudad de Oaxaca.

 

2 Una semblanza fotográfica del taller de la familia Jiménez

 

 

3 El fogón apagado

 

 

El fogón apagado. El motivo primero de este relato: el destino que le espera al final de la vida a un taller alfarero.

La historia de la cerámica y de una familia alfarera empieza por el fuego. Margarita señala la boca de uno de los dos poderosos hornos que humearon el barrio de la calle Zaragoza. Y en el recuerdo de Lucio, un trabajador que llegó de niño al taller y murió de viejo ahí mismo. Lucio, un zapoteco estricto,  perfecto en la estiba de las piezas, imbatible en la alimentación del fuego al fondo del socavón al que se entraba por la derecha del horno. Hoy ya no existe. “Todavía lo estoy viendo a Lucio –me dice--, aventando con tiros precisos los leños hasta el fondo, para que quedaran bien derechos, afiladitos uno tras otro en escalerita, para que el fuego los abrazara y la lumbre se levantara bien derecha, en un vuelo encendido de calor para quemar las piezas. Quisimos mucho a Lucio, yo era pequeñita cuando él ya era un hombre fuerte y mayor, aquí llegó de niño, aquí murió de viejo”. La memoria de Teresita se lleva a Lucio a la calle, a la cantina de enfrente, lo pone a cantar, tiene una voz recia, luego luego se adivina que es él el que empina el pulque y las canciones felices y adoloridas, ya se sabe entonces que este día Lucio no llegará a trabajar. “Mi mamá era muy estricta, allá en la calle que los hombres hicieran lo que quisieran, eso era su asunto, pero de la puerta para adentro, ella mandaba. Nunca vimos a Lucio tomado en el taller.”

El horno, uno de los dos que funcionaron en el taller Jiménez, permanece con su boca abierta y el interrogante sobre el futuro de esta casona que le ha dado vida a una de las artes plásticas más representativas de Oaxaca. La loza chorreada que con la que te sirven todavía una taza espumosa del chocolate una mañana cualquiera en algunos de los puestos del mercado 20 de Noviembre.

 

4 El patio galería

 

 

El taller de las hermanas Jiménez es una galería del paso del tiempo. La loza chorreada se aparece en cada rincón del patio de la casona que todavía ocupan Soledad y Teresita. A la izquieda dos tinas de agua revestidas con flores y motivos prehispánicos. Al fondo otras dos, al pie en ambos lados de la escalera, avisan de que estas mujeres alfareras en algún momento hicieron talavera. En las maceta dispersas con geranios a los que no les falta el agua en estos días de sequía; en la ranita que alumbra un friso del balcón, en los escalones por los que se trepa a un segundo piso apuntalado, a punto de derrumbe en su viguería podrida, y que resguarda la utilería de un taller en el que trabajaron sin descanso los tornos para que cobraran vida platones, macetas y jarrones. El trueno, que viera plantar a su padre en los años cincuenta, entremetido entre las escaleras coloreadas de azulejos, alegradas con tazas y teteras, que ya no deja ver  el chacuaco del horno. La oscura boca del horno, ornamentada con platones y murales empotrados, y la contemplación de un tiempo que no volverá.

 

Tampoco lo harán los trabajadores. A la izquierda del patio, bajo una techumbre que no se viene abajo gracias a la cimbra que sostiene la trama de vigas podridas, la maquinaria con la que la inventiva mecánica del alfarero Ignacio sostuvo el abasto del barro amasado. El macetón descascarado y los geranios en flor. Imagino a Lucio ir y venir con sus brazos rudos bajo las órdenes estrictas del alfarero Ignacio; el cigüenal da movimiento a cuatro mazas que golpean la piedra de tierra hasta convertirla en polvo fino; volantes y poleas dan fuerza al molino que bate el barro.. Vuelta y vuelta, golpe y golpe, bate y bate. Ruido humedo, con sabor a tierra. El taller de alfarería.

 

5 La Loza Chorreada

 

 

La jarra y los jarros. La loza chorreada desde la que experimentaron las Jiménez las posibilidades de los minerales para alcanzar los esmaltes más brillantes, los coloridos más nítidos, los azules más precisos para que el pincel alcance la luminosidad propia de la talavera de Puebla. Emma Yanes Rizo, ceramista y experta en talavera poblana, me explica frente a las tazas y la jarra con motivos florales escurridos el significado del término loza chorreada: “Es un defecto que se volvió en sí mismo una técnica. La loza chorreada no tiene de fondo el esmalte estannífero, es decir, plomo y estaño, que le permite a la talavera fijar el colorido del cobalto, el café del manganeso o el verde del cobre. La loza que hicieron en el taller Jiménez y en otros talleres de Oaxaca, se pinta sobre una base de caolín, un mineral que no permite la adhesión de los colores que, por lo tanto, se chorrean. En el taller de las Jiménez convirtieron ese defecto en arte. Y con el tiempo, fue tanta su destreza, que muchas de las piezas que ahora se ven en su patio son ya talavera.”

 

6 El jarrón de Soledad

 

 

Soledad contempla un jarrón que cumple con todas las condiciones de la talavera poblana. El fondo estannífero, la cadencia florida del azul cobalto. En la vitrina, la memoria de los esmaltes, la conciencia profunda del taller de cerámica.

 

7 Esplendor y orgullo

 

 

A la izquierda, enmarcada en la floritura de hojalata, la foto de la orgullosa y bella sobrina. El patio de las Jiménez en el remoto esplendor. Los jarrones que prueban la calidad de la loza chorreada. Al fondo, en la pared de la galería, los diplomas y las fotografías testigos del tiempo que no volverá. Sobre el escritorio de persiana el jarrón noclásico, orgullo del taller Jiménez.

 

 

Ese jarrón no lo venderemos nunca. Margarita afronta decidida la mera posibilidad que guarda la pregunta. Ese jarrón se quedará  por el tiempo que viva alumbrando los diplomas de viejas glorias, sobre el viejo escritorio con tapa de persiana. Si su voz no duda, sus ojos confirman la fortaleza de la memoria. La vida de la familia Jiménez contenida en ese jarrón neoclásico que condensa todos sus saberes y querencias.

 

7 Jaime

 

A la derecha, el matrimonio fundador del taller Jiménez en el remoto 1901, aquí mismo, en la calle de Zaragoza. A la izquierda, Ignacio, casado con Adela en el año 1926. Se les lograron como hombres mayores, dos hijos, Rafael y Jaime. Cuando Adela fue consciente de la condición de nacimiento de su hijo Jaime, decidió volcar su vida a la cerámica. Dejó la cocina y la casa como responsabilidad primera y decidió que su hijo nunca pasaría penurias pues encontraría en la alfarería un oficio. “Jaime se convirtió en el motor principal del taller Jiménez”, afirma Teresita.

 

 

9  Soledad y Teresita: "Aquí estamos" / VIDEO

 

Soledad y Margarita, sus voces y la memoria que guardan sus manos.

 

 

10 Aquí estamos, mamá Adela.

 

 

Con ella termina este relato. Adela nos acompaña en todo momento esta mañana. Murió de 101 años de edad, en el año 2013. Lo repiten una y otra vez Soledad y Margarita: ella se entregó al taller, dejó todo por sacarlo adelante y asegurar el futuro de su hijo mayor, Jaime, quien encontró en la elaboración de platos y tazas el aliento para encontrar su lugar en la vida. La imagino aqui ahora, fuera de la cocina y las responsabilidades de la casa que ha dejado a cargo de terceras personas. A ver, Lucio, que no está listo el horno y ya ayer acabamos de estibar el pedido de jarrones. Teresita, que no ha quedado bien este calado en las tasas. Jaime, procura no apretar demasiado la pieza, el barro todaavía está suave. Soledad, apúrate con la pintura de esos platos, pues se hace tarde para que vayas por tu hermana a la escuela. Así vive de lleno Adela el taller de su marido Ignacio, su taller alfarero. Y poco a poco lo ha convencido de darle el espacio a nuevas propuestas cerámicas a partir de la loza chorreada que tanta competencia encuentra en el mercado en esta mitad primera mitad del siglo XX, muy ceñida a la loza utilitaria. Hay que estar atento a los nuevos gustos de la gente en la ciudad de México, y de los gringos turistas, que ya se aparecen por aquí todos los días. Y experimenta con los esmaltes, busca darles forma a los chorreados, ya no tan solo los simples escurridos en los platos. A los jarrones y macetas, a los platones y vajillas Adela les imprime su propia mirada, los geranios del patio son su principal motivo. Adela logra así colores más precisos para los trazos que adornan las nuevas formas de las piezas. Con los jarrones y los murales Adela gana clientela, ya la llaman a los concursos, ya le dieron a su marido un diploma. Ella no quiere para sí el éxito que ya dobla en la esquina de los años sesenta.

Ignacio muere en 1960. Adela, con sus hijos y las jovencitas Soledad y Margarita, seguirán por su cuenta hasta doblar el siglo XXI. 

Encuentro a Adela Jiménez en cada detalle del patio. En la cerámica su querencia.

"Aquí estamos", le dicen sus hijas, Soledad y Margarita.