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7 Septiembre 2024, Puebla, México.

“El Chueco” está muerto y no lo sabe / Javier Kuramura

Sociedad | Crónica | 2.OCT.2022

“El Chueco” está muerto y no lo sabe / Javier Kuramura

A 100 días de la trágica muerte de jesuitas en Cerocahui

 

  • Una revancha no concedida de un juego de béisbol y un comentario desafortunado de un turista desataron la ira de José Noriel Portillo Gil, señalado como autor material de estos y otros dos homicidios
  • -Celebran misa en el templo donde fueron sacrificados los padres Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar
  • La ultima del criminal, asaltar la Oficina de Telégrafos de Bahuichivo para costear su libertad

 

 

Para Juan Ruiz Contreras. In Memoriam

 

Asediado por autoridades y acosado por mandos superiores de la organización criminal a la que pertenece Jose Noriel Portillo Gil, “El Chueco” es un hombre muerto y aun no lo sabe, señalan los habitantes de la Sierra Tarahumara en Chihuahua.

Esa creencia también es compartida por los guías de turistas que prestan sus servicios en los lugares más visitados de la sierra, quienes lamentan el trágico fin compartido por su compañero Pablo Eliodoro Palma Gutiérrez con los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales (Padre Gallo) y Joaquín Mora Salazar (Padre Morita)

El pasado 28 de septiembre se cumplieron cien días del lamentable suceso que enlutó a dos familias y a la Compañía de Jesús. Sacerdotes jesuitas celebraron una misa en la Parroquia de Francisco Javier en la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique, lugar donde Noriel Portillo cometió el crimen.

Durante la homilía se dijo que en la actitud de los jesuitas sacrificados lo importante no es morir sino lo que eres al morir: buenos samaritanos al servicio pastoral. El Padre Gallo y el Padre Morita tenían una verdadera vocación de servicio que los llevo hasta entregar su vida por sus semejantes, que fue la manera en que murió Jesús.

 

 

Los hechos

 

La mañana del lunes 21 de junio “El Chueco”, jefe de sicarios de Gente Nueva, de Los Salazares, y a cargo de la plaza de Urique, andaba –contrario a las reglas del narco-, bien aturrado con polvo blanco y alcohol cuando junto con sus hombres hizo una visita a una humilde casa de las orillas de Cerocahui, una comunidad de mil habitantes, en su mayoría rarámurí.

Ahí reclamó al beisbolista de la localidad Paul Osvaldo Berrelleza, el por qué no le concedía una revancha al equipo perdedor que Portillo Gil patrocinaba con recursos y uniformes, para quedar a mano.

La negativa de Berrelleza, quien estaba con una mujer y un menor de edad de su familia, obedecía a compromisos de trabajo y falta de tiempo: “No se puede ahorita”.

“Si no me la das, te va a llevar la chingada”, respondió “El Chueco” y luego saco una pistola, le metió unos balazos y ordeno a sus hombres: “Préndanle fuego a la pinche casa”.

Luego del incidente la gavilla dio oportunidad de que los familiares se fueran; levantaron el cuerpo de la víctima y secuestraron a su hermano Armando que en esos momentos llegaba para ver qué había sucedido, y se los llevaron con rumbo desconocido.

Horas más tarde de ese mismo día, con el alucine a todo lo que da, “El Chueco” se paseaba en una motocicleta tal y como llegó al mundo, desnudo, por las tranquilas calles de Cerocahui.

 

Para los serenos habitantes del poblado acostumbrados a sus desplantes y excentricidades, la actitud del sicario era de lo más normal, pero no para 23 curiosos turistas de una van splinter que eran orientados por Pablo Eliodoro Palma Gutiérrez, guía con una experiencia de más de 40 años en llevar frecuentemente viajeros al poblado y con un inmenso amor a la Sierra Tarahumara y a su gente.

Un grito salió del interior a través de las ventanas abiertas del vehículo que no pasó desapercibido por Noriel Portillo: “Ese güey está loco, bien loco”.

Atolondrado, “El Chueco” todavía tuvo una pizca de conciencia que lo hizo ir a vestirse; luego, regresó y busco la camioneta que estaba estacionada a las puertas del Hotel Misión Cerocahui.

Conocía muy bien a Pablo y a él se dirigió en el pasillo: “Dime quien fue el hijo de su puta madre que abrió el hocico; si no, a ti te va a cargar la chingada”.

La razón y el sentido común del guía de turistas lo obligo a reservarse nombre y persona del causante del incidente y trato de calmar la ira del “Chueco” sin lograrlo.

Dos “fierrazos” sacudieron el cuerpo de Pablo Eliodoro quien herido, aprovechó la intervención de los turistas y pobladores para intentar escapar de las balas de Portillo Gil y buscar refugio y protección en el lugar que consideró más seguro, la Parroquia de Francisco Javier donde se encontraban los padres Gallo y Morita.

Herido y jadeando, Palma Gutiérrez  llego al templo con la muerte a sus espaldas. Sin piedad, el narcotraficante le disparo y lo dejo tendido en el suelo. El padre Gallo, quien había bautizado al “Chueco” en ese mismo lugar, se inclinó ante el cuerpo agónico del guía de turistas para brindarle la unción de los últimos oleos.

Luego, vino la reprobación del sacerdote: “Pero qué hiciste. No te das cuenta de lo que acabas de cometer. Mataste a un cristiano en la casa de Dios. Un hombre bueno que traía turistas para mejorar la economía del pueblo”.

Enajenado y fuera de sí por los efectos del consumo de droga y alcohol, además de la excitación por los acontecimientos, “El Chueco” asesinó a quien le brindó el primer sacramento y luego despachó al que le dio la primera comunión, el Padre Morita.

Había un tercer sacerdote en la escena, el presbítero Jesús Reyes, quien nervioso por lo que había presenciado solo esperaba la detonación del arma de Portillo Gil en su contra.

Sería que ya no traía balas o seria la providencia, la cosa fue que “El Chueco” se transformó, recobro tantita lucidez y se volvió un mar de llanto en arrepentimiento. 

Durante casi una hora descargó sentimientos encontrados, culpas, muertes, abusos y pecados de toda una vida de delincuencia en el confesionario del sobreviviente Jesús Reyes.

Después, las suplicas del confesor de respetar la integridad de los cadáveres no ablandaron el corazón de Portillo Gil, quien con la ayuda de su gavilla levantó los cuerpos de Palma Gutiérrez, de Gallo y Morita para desaparecer con rumbo desconocido.

 

Tiempo de fuga

 

De inmediato, ante el escándalo nacional por lo ocurrido, las autoridades federales en coordinación con estatales y municipales tendieron un operativo conjunto con unos 2 mil elementos de seguridad para localizar a los desaparecidos y ofrecieron una recompensa de 5 millones de pesos a quien proporcionara informes que condujeran a la captura del líder de la banda.

En los días subsiguientes encontraron el cadáver de Paul Osvaldo Berrelleza y a su hermano con vida. Las pistas también condujeron a la ubicación de los cuerpos de los sacerdotes y del guía de turistas.

La banda del “Chueco” los sepultó clandestinamente en un paraje a unos diez metros de la cinta asfáltica enfrente del camino que conduce al cerro de las antenas, a unos 12 kilómetros de distancia del Divisadero de Barrancas del Cobre, sobre la carretera que conduce a Creel, cerca del monumento a la fertilidad (Pitorreal) que se ubica a un costado de las vías del tren Chihuahua-Pacifico (Chepe). Ahí, en su memoria, los pobladores de la región colocaron tres cruces.

Durante el extenso operativo policial, que aun continua, se han producido algunas aprehensiones de la gavilla del delincuente, mientras que una patrulla de ministeriales sorprende al “Chueco” y lo captura.

Sabiéndose perdido lanza una oferta muy tentativa y ofrece 2 millones de pesos para recuperar su libertad, uno para cada ministerial. Estos aceptan el tentador ofrecimiento y lo dejan libre.

El martes 26 de julio la Fiscalía General de Estado reporta haber recibido una denuncia de robo con violencia ejecutado al momento de abrir, a las 7:50 horas, en la Oficina de Telégrafos de Bahuichivo, distante a 17 kilómetros de Cerocahui.

“No hay otro que se pueda atrever a tanto”, de inmediato comentaron los pobladores de la región. “Fue ‘El Chueco’.

La Fiscalía detallo que un par de sujetos armados perpetraron el lugar a la fuerza y se llevaron 1 millón 167 mil pesos, que correspondían en su mayor parte a la dispersión de apoyos de la Secretaría del Bienestar a través de los Programas del Gobierno Federal.

Los juglares de la región aseguran que el botín fue de 2.5 millones con el cual el criminal más buscado en Chihuahua recuperó el fondo de su libertad y obtuvo una “ganancia” extra.

 

 

Está muerto y no lo sabe

 

La historia de esta tragedia que se cuenta entre guías y turistas en el diario ir y venir de los transportes recreativos por los mágicos lugares de la Sierra Tarahumara, se escucha también cuando pasan por las cruces de los padres y el guía sacrificados; en el estacionamiento del Parque de Aventura Barrancas del Cobre y en los parqueaderos de la Cascada Basaseachi, de la Cueva de Catalina, del Mirador Otero, del Valle de los Monjes y de la Cascada Cusarare.

Forma parte ya de leyendas, mitos e historias de estas tierras, como lo son: La matanza de estudiantes en el Lago Arareco, cometida por “La Hiena”, “El Coyote” y “La Fiera” el 14 de abril de 1987; La masacre de Creel, con la muerte de trece personas ocasionadas por la burla de ganadores sobre perdedores de unas carreras de caballos, el 16 de agosto de 2008; y de “La Limpia” que ejecuto el narco del Cartel de Sinaloa, Enrique López Acosta, “El Cumbias”, la mañana del 15 de marzo de 2010 asesinando a 9 integrantes de la familia de un empresario, también de Creel.

Antes de estos acontecimientos, “El Chueco” fue señalado por el secuestro del turista Patrick Braxton Andrews, un profesor estadounidense que en noviembre de 2018 fue confundido como agente de la DEA y posteriormente encontrado sin vida cerca del poblado de Urique.

“Está muerto y no lo sabe”, es la consigna que atribuyen los moradores de la sierra al delincuente: “La tira lo persigue, andan sobre sus pasos”.

“El Chueco” ha violado las reglas que imponen las organizaciones criminales a las que pertenece: No consumir lo que se produce, no consumir alcohol, no mostrar armas en público y no matar sin una orden del jefe. Aunque se siga escondiendo en los recónditos parajes de la Tarahumara, dice la gente en la sierra, está sentenciado.