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8 Mayo 2024, Puebla, México.

La cueva de Catalina, la artesana rarámuri /   Emma Yanes Rizo

Cultura /Sociedad | Crónica | 13.JUL.2023

La cueva de Catalina, la artesana rarámuri /   Emma Yanes Rizo

Déjame que te cuente                                                                         

 

Catalina Mendosa Chaves, de 61 años, vive con su esposo en una cueva habitacional en la comunidad de Río Oteros, Bocayna, en la Sierra Tarahumara. Las cuevas han sido viviendas naturales de los rarámuris, son espacios naturales, frescos y cómodos, que los protege de las inclemencias del clima: El sol abrumador, la lluvia, el frío, las nevadas. Y  si así lo desean se mudan en diciembre rápidamente a la parte baja de la montaña, dado que son pocas sus pertenencias. En su cueva Catalina cuenta con tres estrechas camas, una mesa, un fogón y un cesto de ropa. El espacio, cubierto en la parte exterior con madera, cuenta con una ventana que al abrirse permite disfrutar de una hermosa cañada. Los rarámuris son semi-nómadas, su mayor riqueza no es convivir con la naturaleza sino en ser parte de la misma.

 

 

Catalina nos recibe risueña y amable, e incluso toca con curiosidad mi blusa y sus bordados  oaxaqueños y se intriga con mi bolsa de mimbre. No habla español, plática con soltura en rarámuri. Su esposo también rarámuri la traduce: “Que bienvenidos, que pasemos a su casa", y nos quedamos un rato mirando por la ventana la majestuosidad de la montaña.

 

 

 

Catalina es artesana de la fibra del Sotol, con una delicadeza extraordinaria reproduce contenedores de vasos, tasas, jarras. También trabaja la corteza de los pinos con lo que reproduce la flora y fauna del bosque: flores, ardillas, lagartijas, hormigas.

 

 

Catalina viste la colorida ropa tradicional de las rarámuris. Nos cuenta que ellas no usan el negro ni en los entierros porque en la muerte hay que celebrar la  vida.

 

 

No es la cuevas su casa sino en el bosque mismo. Desde niña aprendió a platicar con él, que es también el padre/madre Onorúame. Le enseñó en sueños a escuchar a los hongos curativos, las plantas y a mirar la maldad o la bondad en las personas. Dice que nunca fue a la escuela, pero sabe leer las miradas. Sintió desde niña el llamado y se hizo curandera, tenía el don, le dijeron en su comunidad. Ella  sabe estirar la mollera, ayudar a las personas a encontrar su alma perdida, detectar en los ojos las dolencias del cuerpo. Las mujeres rarámuri dice, son fuertes, tienen cuatro almas: el pensamiento, el corazón, el estómago y el ombligo y la matriz, para dar la vida. Los hombres rarámuri sólo tienen los tres primeros. En cambio los Sabochis o mestizos como nosotros, ya seamos mujeres u hombres, sólo tenemos un alma. Los Sabochis viven desconectados del bosque, son envidiosos y maltratan a los árboles; los que no, como quienes los visitamos, se acercan al bosque para buscar la paz perdida. Somos almas en pena, pobrecitos de nosotros, pero somos bienvenidos.

 

 

Desde mi miseria, me acompaña Catalina al balcón que da a la montaña, para contemplar su riqueza.