Sociedad /Sociedad civil organizada | Entrevista | 30.JUL.2023
Hacen falta lágrimas para llorar tanto dolor / Una conversación con el Padre Héctor Martínez, misionero en la Tarahumara
“A mí me sacan de la Tarahumara y me matan”, dice Héctor Martínez, el Vicario de Sisoguichi, la comunidad rarámurí en la que a mediados del siglo XVII se establecieran los misioneros jesuitas en el corazón de las montañas de Chihuahua. 350 años después, este hombre afable, afectado de la rodilla derecha tras años de participar en las danzas que conforman el centro de la espiritualidad indígena, trabaja decididamente por darle sentido a la presencia de la iglesia católica en el territorio del que sin duda es el más complejo de los pueblos originarios de México.
Nacido en San Luis Potosí, Héctor Martínez tiene 58 años de edad, y ha pasado los últimos 30 años en la Tarahumara. Un largo trecho entonces. Esta conversación con él tiene el propósito de intentar comprender lo ocurrido en todo este tiempo: los cambios sufridos en un territorio en el que la palabra resistencia explica muy bien lo que significa ser rarámurí. El acoso civilizatorio de la propia Iglesia, el profundo trabajo de los jesuitas, la irrupción mestiza, la penetración absoluta del crimen organizado, la ausencia de Estado y el papel que en todo ello juega la iglesia católica y la Compañía de Jesús.
Todo ello visto de un vistazo por este misionero, sacerdote diocesano, ejemplo de vida religiosa que acompaña con sabiduría y pasión la realidad social del pueblo rarámuri.
La trayectoria del sacerdote Héctor Martínez
Ocupa la oficina en la que trabajó el jesuita José Alberto Llaguno, quien fuera el primer obispo de la Tarahumara entre 1974 y 1992. Este sacerdote diocesano es sin duda un exponente del proceso de transformación que vive la misión católica: contra la intentona de expulsar a los jesuitas de la sierra por parte de la jerarquía de la Iglesia mexicana en los años noventa del pasado siglo, los religiosos del clero secular trabajan hoy para reforzar la pastoral indígena impulsada por la Compañía de Jesús.
Sergio: ¿Tú tienes aquí más de 30 años?
Héctor Martínez: tengo aquí treinta años, llegué de 28 del Perú, yo estaba en Perú de misionero, nací en San Luis Potosí. Yo tengo entonces treinta años en la Tarahumara, ocho en Guachochi, luego salí a estudiar a biblia para traducir el nuevo testamento al rarámuri, era algo planeado para cinco años y nos llevó 10 años, pero tenemos ya el Nuevo Testamento en tres variantes lingüísticas.
Sergio: Tú hablas rarámurí al grado de que has logrado esta traducción…
Héctor Martínez: Sí, por eso no quise que me cambiaran de zona, me costó mucho estar en las comunidades aprendiéndolo, y me querían cambiar a San Rafael cerca de Cerocahui donde la variante dialectal es muy diferente, y les dije, ¡no, es echar a perder el trabajo que ya he hecho! Y fue cuando los jesuitas decidieron irse de aquí y buscaron quien pudiera venir, y ellos votaron por mí, y me dijo el obispo ¿te vas a Creel? Creel es muy bonito, sus comunidades indígenas, pero el pueblo es muy mestizo, muy turístico y ya estaba medio harto por los pleitos con la gente, que la cuestión del aeropuerto, que los megaproyectos, el enfrentamiento con el narco era durísimo, no nos mataron porque no se atrevieron ahí, en el marco de Creel.
La oficina del Padre Llaguno
La oficina del Padre Martínez entonces no es solo un lugar de trabajo, es ella misma casi un centro de culto. Se conserva la foto de Pepe Llaguno con el papa, su escritorio y sus libros. Pero hay dos cosas muy valiosas para el Padre Martínez: la foto de Monseñor Romero, el arzobispo salvadoreño asesinado por los militares de su país en los años ochenta; la tomó el propio Obispo Llaguno, es inédita, y se la piden de todos lados. Además, la camisa del propio Romero con su jubileo y un sombrero que les regaló la Iglesia de El Salvador por ser Sisoguichi una parroquia romeriana, monseñor Romero es el patrono de la diócesis: y por ello les regalaron la camisa y el sombrero del arzobispo.
“Hemos tratado de no tocarlo, solamente unos libros para decorarla –dice el Padre Martínez, y explica que en ella realiza reuniones de consejo parroquial, de consejo del presbiterio de la diócesis. Una especie de cuarto de guerra desde la que el obispo y el vicario impulsan la pastoral indígena: un sacerdote de cada región, de las cuatro vicarías: la del norte, sur, centro, occidente, y 17 parroquias. Uno o dos sacerdotes en cada una de ellas. Los jesuitas, quienes por muchos años tuvieron en Sisoguichi su sede principal, desde hace unos años se concentraron en Cerocahui.
Relación de lo sucedido con los jesuitas y el proceso que sigue para ellos en la Tarahumara
Porque la conversación con el Padre Martínez se enmarca en la coyuntura del asesinato de dos de los misioneros jesuitas en la comunidad de Cerocahui, en junio de 2022. El Chueco, un cabecilla del crimen organizado denunciado incansablemente por los misioneros, provocó con ese crimen terrible, la recomposición del trabajo pastoral de los sacerdotes católicos en la Sierra Tarahumara.
“Cerocahui es de la zona de occidente y la sede de la vicaría occidente –explica Héctor Martínez--, ahí se fueron los jesuitas, ellos iban a entregar en cinco años y empezarían a retirarse, se iban a quedar con Samachique, que es la zona más apartada y con la clínica de Santa Teresita, que es una clínica de internados, artesanías, perforación de pozos y atención médica.
Sergio: ¿Por qué se separaron ellos?
Héctor Martínez: Por falta de personal, pero cuando vino lo de Cerocahui, al contrario, reforzaron y ahorita hay cinco sacerdotes, o sea llegaron dos más, para reforzar al equipo y sustituir a los dos padres que mataron, más aparte en 2022 reforzaron el equipo en Creel con uno más y a Samachique con otro más. Después de la muerte de los padres había una lista de 60 jesuitas y se escogieron cinco, para reforzar y se decidió ampliar la presencia en Cerocahui en 10 años más.
Ritos y espiritualidad rarámuri y los cambios aceptados por la iglesia
Sergio: ¿La sede del obispado se mantiene aquí?
Héctor Martínez: no, la sede del obispado es Guachochi. Lo único que se quedó aquí fue la catedral para no quitarle la solemnidad como iglesia, porque aquí es mucho más rarámuri. Aquella es una ciudad como Madera, como el Salto, mestiza, mientras que Sisoguichi es mucho más indígena, sobre todo las comunidades. La cabecera es más mestiza. El obispo es Juan Manuel González Sandoval, misionero de La Natividad de María, y estamos encantados con él, ya tiene seis años.
Sergio: Contra la idea de sacar a los jesuitas de la Tarahumara ustedes en la práctica refuerzan su política.
Héctor Martínez: El obispo, aunque no hace mucho ruido, ha sido muy combativo, cercano a los pobres, nunca está en su sede, siempre anda en las comunidades, yo creo que es de los obispos más pastorales que hay en el país, gracias a él, así calladito y todo, y don Raúl Vera y algunos otros logramos que se aceptaran los ritos indígenas para todo el país, el sahumerio de las mujeres, los cantos propios en el idioma, no traducidos al español, como en Mérida, que querían traducir por ejemplo el pescador a la lengua, y decir ¡no! Dejar que sus cantos propios expresen su manera de ser, ahora la visita cuando fuimos a Roma, a mí me tocó hacer la propaganda, porque la Tarahumara es la única diócesis, que no pertenece a los obispos de México, nosotros dependemos directamente del Papa, y eso ha hecho que él le tenga un cariño especial a la Tarahumara, nos ayuda a mantener los hospitales, los internados, nosotros recibimos más subsidio del Papa Francisco como tal y de los papas anteriores que el que nos puede dar el gobierno mexicano o la Iglesia mexicana por ser lo que es la Tarahumara, la única diócesis de misiones, y aquí sigue siendo co-catedral, por eso el obispo celebra todo aquí, aunque su sede oficial esté en Guachochi, él los domingos viene aquí, las celebraciones principales de todas las diócesis se hacen aquí.
La espiritualidad rarámuri
Sergio: ¿cuál es la importancia de la danza en los rituales?
Héctor Martínez: Hay una tesis antropológica muy famosa presentada en La Sorbona y que recibió el Cum Laude, hecha por el jesuita Pedro de Velazco, a lo mejor lo conociste, es poblano. Está ahorita en Hermosillo. Él hizo un libro que no lo tenemos nosotros aquí, está en Creel, es un libro que se llama Danzar o Morir, el estudio antropológico de la religiosidad rarámuri, donde él pone que la danza es el vértice de resistencia religiosa y cultural del rarámuri, no solo es la resistencia a la penetración eclesial, a imponer sacramentos, estructuras y formas de catequesis, sino una resistencia a la penetración mestiza. Los rarámuris son conocidos por pies ligeros, que porque corren mucho, pero ese es un estereotipo gubernamental, en el fondo los rarámuris son pies ligeros porque danzan, o sea, no todos corren, pero todos danzan. Sus niños, mujeres, hombres, sus fiestas están llenas de danza, aquí en esta parte el 8 de septiembre se llena, cinco o seis grupos de matachines, hombres y mujeres, darle de comer a dos mil personas, ellos lo hacen, nosotros solo los ayudamos con el café y en donde se quedan, con el participar en la fiesta, darles la misa en rarámuri, nosotros logramos del Vaticano eso, que nosotros como sacerdotes no usemos el vestido romano, sino la indumentaria tarahumara, que sea nuestra estola que nos identifique, más el cristo. Pero que las danzas no sean algo sincrético o folclórico, como en el centro, sino que son parte del rito. Por eso la iglesia tiene un cristo resucitado que puso David Sales de la Mora, quien hizo la basílica de Guadalupe, el cual tiene las manos extendidas y que quiere representar que las danzas los lleva al padre como la oración rarámuri.
Sergio: ¿Has aprendido las danzas?
Héctor Martínez: Sí, claro, yo fui monarco, como le llaman, y por eso me fregué la rodilla, porque eran danzas y danzas días enteros, hasta que me lastimé por andar zapateando.
El narco, la iglesia, los cambios en la sierra
Sergio: En esos años posteriores a Pepe Llaguno, ¿cómo ha cambiado la tarahumara?
Héctor Martínez: Ha cambiado muchísimo en cosas buenas y muchísimo para el mal. En tiempos de Pepe el narco estaba latente pero clandestino, pero ahora es algo tan público, secuestrando municipios, secuestrando los ejidos, no hay parte de la vida que no esté permeada por el narco, lamentablemente. Ese es el cambio más grande. Eso ha generado otros tipos de violencia, como la tala clandestina, el apoyo a las mineras, eso es lo doloroso. De lo bueno, la diocesisación de la Iglesia, que no sean solo los jesuitas quienes la lleven adelante. Hubo un ventaja, llegó un obispo que venía con la consigna de acabar a los jesuitas y correrlos, y él fingió demencia, me trajo a mí, se hizo muy amigo de los jesuitas, especialmente (del jesuita) Ricardo Robles, le permitió participar como asesor y coordinó a los asesores del Ejercito Zapatista, que aquí tenía una no clandestina base de estudio, aquí se alimentaba, él lo coordinaba, eso fue muy bueno. Ese obispo se fue a Tampico, y llegó alguien a quien sí le pidieron que acabar con todo eso, se llamaba Rafael Sandoval. Pero con los años fue entendiendo, a los diez años lo cambiaron y se nombró a un nuevo obispo que tenía nueve años aquí como sacerdote en la misma congregación. Con él ha sido otra cosa, nació en San Juanito, su sede está en Guachochi pero pasa más tiempo aquí. No cambió nada de lo de Llaguno. Allí en la iglesia están las lápidas de los jesuitas, las mandó a embellecer, que estén limpias, a pesar de que él es religioso diocesano es muy pro jesuita, fue invitado por la amistad tan grande con José Llaguno, el obispo legendario que hubo aquí, al Congreso Internacional de teología india, como parte de la Tarahumara. En general es muy bueno, es muy amigo, me hizo su Vicario General, yo te puedo hablar muy bien de él, pero es otra cosa, un hombre sencillo, misionero, nunca está en su obispado porque dijo, no, la diócesis es mi territorio, el decidió vivir una semana en cada parroquia, se mueve entre las 17 parroquias, hace, visita, confirma, y es un ejemplo de pastor. Hizo un magnífico plan global de pastoral que sirvió de ejemplo para el país. En eso la tarahumara sí creció mucho, en el compromiso de la Iglesia rarámuri.
La resistencia frente al narco
Sergio: ¿Tú piensas en instituciones? En esta toma que el narco ha hecho de estructuras económicas y políticas, ¿la iglesia es la estructura que se mantiene todavía virgen?
Héctor Martínez: La economía criminal. Absolutamente sí en Tarahumara, no puedo decir lo mismo de Sonora o Sinaloa, ni Durango, donde sí hay un contubernio, un acuerdo, o financiamiento de obras sociales. En cuanto a la Tarahumara, yo creo que es la iglesia más virgen en cuanto que nadie nos puede decir que recibimos donativos del narco o le limpiamos dinero, ha sido muy distante. A la mayoría los conocemos, ha habido un diálogo con ellos, yo les pedí que se retiraran de aquí, les explicamos las razones y se fueron, después de la muerte de los padres, claro, ellos ya no querían exponerse mucho. La Tarahumara es de las iglesias, por la pobreza que tiene, más auténticas, más cristianas, más populares, no tenemos una pastoral de masas, es muy difícil trabajar con el pueblo mestizo, nuestras comunidades de base sobreviven, pero, casi todos los que están en comunidades de base, la iglesia de avanzada, son ya mayores, a los jóvenes les cuesta mucho comprometerse. En el mundo rarámuri no.
Dos Iglesias, la mestiza y la rarámuri
Sergio: Los jóvenes del mundo mestizo. ¿Hay dos iglesias entonces?
Héctor Martínez: Sí. La iglesia rarámuri y la iglesia mestiza no son la misma y ni queremos que lo sea. A veces viene gente de fuera y se imagina las dos iglesias juntas en una especie de idealismo absurdo, porque son visiones completamente diferentes de Dios, del cristianismo, y de la cosmovisión, y más bien siempre hemos identificado al pueblo mestizo como el devastador del bosque, el que les ha robado el territorio, el que ha traído los mega proyectos. Un gobierno con un vacío tremendo en la tarahumara, que está tratando de retomar con la gobernadora Maru su lugar, pero hubo una especie de desaparición del estado en los últimos 12 años, en las administraciones pasadas, no había policías municipales, los policías eran los sicarios, la mayoría de los presidentes municipales eran impuestos por el crimen organizado. Se creó un vacío del Estado, que se fue mermando en salud, educación, derecho a la vivienda. Donde los megaproyectos estaban controlados por ellos.
Los megaproyectos
Sergio: ¿Qué entiendes por megaproyectos?
Héctor Martínez: Los mineros, el gasoducto, aeropuerto, que el aeropuerto se empezó hace 10 años y no opera, y bien le dijimos muy claramente a los gobernadores que si no se arreglaba el problema de la tenencia de la tierra no se iba a inaugurar, y 10 años después ocurrió. Les dijimos, miren, tenemos 300 años en la tarahumara, conocemos a la gente como nunca, asesórense, no cometan los mismos errores que nosotros cometimos, porque si alguien se ha equivocado en la tarahumara ha sido la iglesia, con sus misiones civilizatorias, con sus internados, con sus hospitales, y hemos ido aprendiendo, no hagan un proyecto como el aeropuerto que los va a meter en un problemón por toda la corrupción en torno al aeropuerto. Entonces allí está, 10 años y no se ha inaugurado, por todo un problema, una demanda que la UNAM avaló, de que le tenían que dar a la gente 90 millones de reparación legal por todo el daño ecológico, por aguajes, árboles que cortaron, entonces yo fui el negociador. El gobierno aceptó en su tiempo darles 45 millones, y los aceptaron en obra social, no en dinero, en decir, queremos una escuela, queremos un dispensario, una casa de artesanías, queremos que nos den en el aeropuerto la posibilidad de tener capacitación para manejarlo, porque es de nosotros, no lo concesionen, enséñenos a los indígenas cómo se opera un aeropuerto, pero el gobierno esas cosas no las aceptó porque ya lo tienen concesionado, y mientras no lo hagan el aeropuerto no se va a abrir. Y decía (la gobernadora) Maru, no, conmigo yo voy a llegar, y ya se ve lo siguen anunciando que este año y que este año, pero mientras no se solucione de fondo el reconocimiento de la posesión a ellos y se les repare el daño, no hay manera.
Los políticos del despojo
Sergio: ¿Cuánta tierra es la que se involucra?
Héctor Martínez: No sé hectáreas sean, pero son muchas en la zona del aeropuerto, en Creel, y la otra parte son todas las zonas de las Barrancas del Cobre, que las compró Manlio Fabio Beltrones, en un atropello impresionante, porque era un fideicomiso de interés social, se trataba que todas las ganancias del teleférico, de todo ese gran parque fuera para las comunidades indígenas, y en un momento dado lo cambiaron y entraron particulares inversionistas, entró Beltrones y compró toda la sierra, todo el mirador, con la finalidad hipotecaria de poner casas de todos los ricos de Sonora que no aguantan el calor y que tuvieran su casa de verano, con el fresco de la sierra. Claro que eso tronó. Hubo prestanombres, sobre todo priistas, que demandaron a las comunidades por despojo, o sea, todas las comunidades de la sierra están demandadas por el diputado Omar Bazán, quien es el prestanombres de Beltrones, y tiene demandadas, él y varios, a las comunidades por despojo, cuando ellos tienen siglos viviendo aquí.
Sergio: ¿Qué postura tiene el gobierno federal?
Héctor Martínez: El gobierno federal se ha hecho de la vista gorda, es un asunto muy local, aunque el fideicomiso es federal y tiene dinero federal por la infraestructura turística, en realidad es un problema del gobierno del estado.
Sergio: Todo eso está denunciado perfectamente, ¿se sabe?
Héctor Martínez: Todo, y lo peor es que la Coordinación Estatal de la Tarahumara, que es la Secretaría de los Pueblos Indígenas, la fundó Fernando Baeza cuando el famosísimo fraude aquel a Barrio, con la asesoría de los jesuitas, entonces los jesuitas sienten que esa secretaría es muy de ellos, porque le dieron forma, y vivió veinte años fantásticos, de auténtica secretaría de servicio, y pionera en la zona rarámuri, y la queremos mucho.
Sergio: ¿y con qué gobernador tronó eso?
Héctor Martínez: empezó a tronar desde con Duarte, con Corral se desbalanceó y con Maru fue el acabose, pero por quien puso, puso a Enrique Alonso Rascón Carrillo, suplente de Omar Bazán en la diputación. Nosotros le decíamos a Maru pon a alguien, o de la sierra o que tenga una trayectoria muy grande de pueblos indígenas, y no, lo puso él, trajo un golpe para todos tremendo para todos, sobre todo los jesuitas en abierta oposición a Maru, muy dura, que remata con la muerte de los padres. A raíz de ahí, empezamos un diálogo que fue muy provechoso, ella se sensibilizó mucho, vino mucho, teníamos toda la experiencia de una mesa alimentaria con la que enfrentamos la pandemia, fuimos la única zona del país no infectada de COVID, aquí en Sisoguichi no hubo un solo caso de Covid, la única iglesia que nunca cerró porque no había necesidad, la cerramos y la gente nos pidió abrirla, con ustedes, sin ustedes, a pesar de ustedes, la iglesia se va a abrir, y vamos a hacer nuestras fiestas. Tuvimos que doblar las manos, no hubo un solo caso de Covid, ni un solo muerto.
La resistencia rarámuri
Sergio: ¿se vacunó la gente?
Héctor Martínez: sí, nosotros conseguíamos camiones que la fundación del obispo o la iglesia y la diócesis pagaba, llegaron camiones cargados de gente y se vacunó, pero se vacunó como prevención, pero no hubo un solo caso.
Sergio: Con esta idea de la resistencia a las instituciones, no solo el narco, sino el Estado con proyectos como el que acabas de decir de la mano de Manlio Fabio Beltrones, ¿esta resistencia contra el poder que viene de fuera, llámese narco, Estado, la propia iglesia, el turismo, se mantiene en las comunidades rarámuris?
Héctor Martínez: Sí, hay cosas que han tenido éxito como esto de las artesanías, porque les de mucha vida, por ejemplo, si tú a ellos les regalas tela, vas a hacer a las mujeres más felices del mundo, regálales tela y hay una vinculación donde la abuela le está enseñando a tejer a la hija, la hija a la nieta, y entonces creas cultura, en todos esos vestidos, por las telas que nosotros regalamos. Pero qué hace la mayoría de la gente con lo que nos traen, vacía sus lokers, sus roperos y a la Tarahumara, pero no se nos ocurre llevarla con la gente, nosotros le pedimos al gobierno, regálennos tela y que la gente cosa sus vestidos, eso es generar cultura, estamos en un proyecto de protección del idioma, que a los niños se les enseñe, de crear guarderías, porque el gobierno federal las cerró, donde las nanas, o las cuidadoras hablen rarámuri. No ha funcionado Sembrando Vida, nos ha causado muchos problemas acá por la cuestión de que está controlado por el narco, y por el alcoholismo, por los que venden el alcohol, entonces en vez de ser un proyecto exitoso como en otros lados, en la sierra Tarahumara eso ha dividido a la gente, porque el valor que el rarámuri le da al dinero es muy diferente, si tú a un rarámuri le das 50 pesos, 500 pesos o 500,000 es lo mismo, no lo saben utilizar porque no es su manera cultural de ser, por ejemplo: hace poquito vino una señora a decirme, padre, me dieron del gaseducto $11,000 y se los di a mi hijo para que los metiera al banco para pagarle la educación a mis hijos (tiene 4 hijos), ella pensaba que tenía una fortuna. Al hijo alguien le dijo, nooooo, cómprate este celular… Ahí viene la mamá, hicieron tonto a mi hijo y le vendieron un celular de $11,000, ahí voy yo a hablar con el vendedor y me dice que el celular hasta valía más, y le digo, no, regrésaselo, no seas malo, y por ser yo lo regresaron el dinero y le devolvieron el celular. Pero para la mamá $11, 000 era como si tuviera la vida solucionada, no es así, los rarámuris si este año llueve y hay maíz se lo van a acabar en tezhuino, no lo van a guardar, porque los rarámuris viven para la provisionalidad no para la previsionalidad, no tienen ese sentido, podría decirlo yo así: “San Francisco de Asís fue un santo maravilloso, fue un rico en el fondo, de la naciente burguesía europea que decidió hacerse pobre; los rarámuris son los pobres que se dan el lujo de seguir siendo pobres. Todos los proyectos que yo he querido meter de la pavimentación de la carretera me lo rechazan, no, no, no, si tu metes la carretera acuérdate, padre, es la serpiente negra que nos va a devorar a nuestros hijos, por ahí se los va a comer el mundo, y tienen razón, desde que entraron las carreteras la migración aumentó, y sus hijos ya no están en las comunidades. Bueno, vamos a meter agua potable, necesitamos que llegue el agua, padre, no entiendes, para nosotros ir a caminar al aguaje es nuestra forma de socialización porque vivimos en dispersión, ir con el cántaro favorece hasta el noviazgo, caminan todos y van viendo el paisaje, yo queriendo hacer que llegara el agua. Para mí fue una conversión porque yo venía formado en la teología de la liberación, con todo lo que viví en Perú, en una iglesia de izquierda, en eso simpatizaba mucho con AMLO, por ejemplo, con el padre Solalinde, con todos los grandes obispos y por eso me vine a la Tarahumara, cuando yo vi que en la misión, los cosmonianos donde había estudiado, no había posibilidades de hacer una iglesia autóctona, sino que era imposición romana de la doctrina, así que dije o me voy con don Raúl Vera a Chiapas o me voy a la tarahumara. Fui a los dos lados y no, no, no hay comparación, en Chiapas hay riqueza, mucha riqueza en las comunidades indígenas, el clima… el problema es otro, el despojo que se dio ahí, la tarahumara es el lugar para mí de los más pobres del mundo, conocí unas zonas pobrísimas, yo no he conocido una zona con más pobreza real que con los tarahumaras, de morirse sus niños, se me han muerto en la camioneta gente al trasladarla, de no tener carreteras, del país, la zona más marginada, y conocí África.
La incomprensión mestiza contra el Jesús histórico
Héctor Martínez: Precisamente la resistencia de ellos es ese aislamiento, la tragedia no es que se mueran sus niños de hambre, es que no hayan programas de gobierno que apoyen a la manera cultural sus procesos de atención y alimentación, no los tienen, todo es imposición, una señora llegó una vez y me dijo en rarámuri, padre, no quiero ir al doctor, porque siento que me muero aquí en el estómago, la cantidad de adrenalina que segrega la señora si le hacen una pregunta, si la sienten, si la tocan, nosotros no lo entendemos, le he hemos pedido al gobierno, hagan cursos de interculturalidad, no puede llegar con sus servicios de medicina, psicología…, porque el rarámuri tiene otra forma de dialogar y de ver la enfermedad, entonces para ellos una visita al doctor es traumática, van mucho a las clínicas de las religiosas, tenemos tres hospitales de la tarahumara y uno está aquí, es muy exitoso, tiene 75 años, o les encanta mandar a los niños a las escuelas indígenas rarámuri de la iglesia, que las tenemos en quiebra, les hemos dicho a los de Bienestar, no nos quiten la beca Benito Juárez, porque nos catalogan como escuelas particulares, cuando son escuelas de asistencia social, es una bronca enseñarle a Juan Carlos Loeda, el delegado del bienestar en Chihuahua, muy cercano al presidente, pero aún no ha venido, y ha venido, se ha dado la vuelta, pero quitó la beca Benito Juárez, que fue un atentado tremendo porque la gente tiene derecho a llevar a sus hijos a la escuela que quieran y esta es una escuela rarámuri y nunca se compara un internado indígena creado por los maristas, los jesuitas, las órdenes religiosas, a los del estado, donde hay montones de abusos, desde la infraestructura, porque es gente que es su trabajo, no hay la mística de la cultura, nosotros les hemos dicho, cada estado que entre tiene que hacer su curso de interculturalidad, para trabajar con una mayor eficacia y aprender en los pueblos originarios, y a raíz de eso se me ocurrió decirle a (la gobernadora) Maru, oye, un gesto de buena voluntad, vete a unos retiros, a unos ejercicios espirituales, va a ser el tema el Jesús histórico, como se percibe el Jesús histórico en las realidades sociales, no es el evangelio mítico que todos conocemos, sino el Jesús de la historia. Sí fue, a San Luis Potosí, y vino y absolutamente cambió, fue otra mujer, nos saludaba con sentimiento a los padres, estando allí fue una experiencia bonita, ha venido mucho más a la sierra, dio instrucciones a todos los secretarios, yo vi una conversión en ella muy bonita, pues es creyente, es católica, y a mí me impactó, es el Jesús histórico, que es una teología muy brava, muy fuerte, latinoamericana, y vieras que cambio, una sensibilidad, un gusto, un cariño, una atención, con los jesuitas un poco más distante porque no, no la aceptan, porque a través de mí mandaron una carta denunciando al Chueco, este cuate anda muy mal, y está haciendo esto con las religiosas, esto con las niñas, está controlando esto, esto y esto, y yo se lo entregué a Maru y le dije, Maru, esto urge atenderlo…
El despojo, los asesinatos y la responsabilidad del Estado
Sergio: ¿Antes de que mataran a los padres jesuitas?
Héctor Martínez: Si, antes, pasan los tres meses y matan a los padres. Yo estaba en la Ciudad de México, Maru, le dije, la hago responsable, gobernadora. Ella tenía la carta de todas las atrocidades que está haciendo este tipo, y no tenía por qué haber pasado esto. Es hipotético, no es que ella haya sido la culpable, pero lo aceptó, vino, me pidió perdón, lloró, pues es una mujer, finalmente, y sensible, quiere a Chihuahua, y yo he aprendido a tomarle mucho cariño y atención, tenemos mucha comunicación directa, no aceptamos nada hacia nosotros como iglesia, pero sí a las obras sociales y hacia cuestiones de gente. Ahí sí meto las manos, o le dije, vente al concurso de artesanías , vale la pena, vas a codearte con la gente, pero bueno, agenda apretada la de los gobernadores…
Con AMLO ha sido muy buena la relación, él ha estado muy cercano a nosotros. Tuvimos un ataque aquí en Sisoguichi, nos rodearon alrededor de 60 sicarios, dispararon al aire, fue el pasado 26 de diciembre, fue una cosa de terror, se metieron a la casa, revisaron y se enfrentaron conmigo, ¿vienen por mí?, les dije, porque yo era el que les había tirado al Chueco con todo, pero no, era el grupo contrario, no eran del Chueco, entonces no, se retiraron y se fueron, no hicieron nada, pero allá los atrancaron, yo le hablé al Pato (el jesuita Xavier Ávila) y él le habla al gobierno y les mataron a dos, entonces uno de ellos dijo nos vamos a vengar de Sisoguichi. Y a la semana lo mataron a él, y entonces ya descansamos. O sea, la cosa sigue compleja, y a raíz de ello fuimos con los sicarios que se retiraran, que no nos íbamos a hacer responsables de que o entrara el ejército o el grupo rival y se hiciera una matanza en el pueblo, que ya la había hecho, habían entrado a matar a seis personas. Hablamos, dijimos que no los queríamos aquí, hicimos una marcha, hablamos con ellos y se retiraron, bien, sin problemas ni nada.
Sergio: sobre la marcha, esta resistencia de la que hablábamos…
Héctor Martínez: es de la defensa del territorio y de los intentos que ha habido de muchos grupos de mestizos de sacar a los rarámuri del ejido, porque los rarámuri no son a veces tan productores.
Sergio: Danos una idea de la tenencia de la tierra, porque las comunidades tarahumaras rarámuris…
Héctor Martínez: forman parte de los ejidos.
Sergio: ¿De cuándo son esos ejidos?
Héctor Martínez: de los años treinta para acá, con Cárdenas, y el reparto siguió diez años, en tiempos de Cárdenas fue un reparto relativamente justo hasta que empezó el despojo con Salinas de Gortari, con él hubo otra vez acumulación de tierra y el control de los ejidos forestales. Entonces los rarámuri se oponen al corte de los árboles y los mestizos viven de eso, de hacer artesanías, muebles. Y no de venderlo en rollo, quien lo controla ahora es el narco, es la última versión, controla la venta clandestina de la madera. Los rarámuris aceptaron la tenencia ejidal de la tierra, pero donde se pudiera sembrar papa, maíz, frijol, calabaza, para subsistir, pero no para cortar árboles y entonces no les gustó a los mestizos e hicieron todo un consenso de sacarlos del ejido para que ellos pudieran usar el bosque.
Sergio: ¿Eso fue en todas las comunidades de la sierra?
Héctor Martínez: Sí, pero sobre todo en algunas más, en Norogachi, Sisoguichi, donde los rarámuris se levantaron y dijeron, no, no nos van a quitar, no queremos. Al final el bosque quedó en control de los mestizos, pero los rarámuris lograron conservar sus derechos de ejidatarios, ellos pensaban, no, no van a querer. Se formó un proceso al revés, sacar a los mestizos y dajar solo rarámunis en el ejido. Es de las glorias del gobierno del estado, en ese entonces, porque mandaron a todo un equipo gubernamental a trabajar con los rarámuris a ver todo el patrón y a sacar a todos los mestizos, ahí fue al revés.
La primera marcha fue del 92, la siguiente más grande fue del 2017, donde (el ejido de) San José Baqueachi saca a todos los mestizos que se habían metido a ser ganaderos, con un decreto de silenciarlos.
Sergio: ¿Cuál fue la reacción de los mestizos?
Héctor: Terrible, mataron al abogado defensor, atentaron contra la esposa y mataron a los otros rarámuris, pero se ganó. Y vinieron todos los mestizos con el obispo a decirle “es que nosotros hemos vivido allí” porque el obispo dijo, “perdieron, se ganó en base al derecho, sálganse, ustedes se tienen que salir, ustedes invadieron” y el obispo los defendió, el anterior, el que decía que no quería a los jesuitas, los defendió, en una ocasión que iba a venir gente matona hizo una marcha, mandó llamar que todos nos fuéramos con nuestras camionetas a la entrada del pueblo, él también, “nosotros ponemos, quieren empezar la matanza, empiecen con nosotros”. No se atrevieron y se fueron.
Sergio: ¿hay un vínculo entre este movimiento de mestizos con el narco?
Héctor Martínez: Sí, seguramente, pero en el caso de San José Baqueachi no me atrevería a decirlo, allí más bien fue gente que fue llegando y son pastizales. San José está en la zona colindante con Cuauhtémoc, son muchos pastizales y toda esa gente se volvió ganadera de hace 30, 40, 50 o 60 años, todos nacieron allí, en realidad fue muy doloroso para la gente que los corrieran, pero no hubo otra. Para los rarámuri fue hacer algo histórico y dijeron, vamos a hacer que se cumpla, tuvo que venir el ejército a sacar a los mestizos de sus casas, a sacarlos, fue un drama. Metieron al obispo, se quejaron del obispo, y él dijo, a ver, esto es decisión de la Suprema Corte, fue en segunda instancia, se van, para ustedes es fácil volver a empezar, algunos quisieron hacer un convenio y se sometió a votación de la comunidad y algunos se quedaron, pero a la gran mayoría, 30 o 40 familias se les corrió.
Sergio: ¿tienes alguna idea del número de hectáreas que se recuperaron de esa forma?
Héctor Martínez : Muchísimas se recuperaron, pero si tu pones “la lucha de San José Baqueachi" en La Jornada va a estar documentado porque hubo una reseña larguísima por la lucha. Quienes apoyaron allí: los jesuitas, el obispo y los redentoristas, sobre todo, a los redentoristas les tocó salirse de la comunidad porque los amenazaron y porque uno de ellos tomó partido por los mestizos y fue a decirles, nosotros tenemos derecho, llegamos antes aquí, y los otros dos, de parte de los rarámuri, entonces entre ellos hubo una ruptura y tuvieron que irse, el padre provincial dijo, no, no puedo tener una comunidad así fragmentada, peleada, y se salió, uno de ellos dejó el sacerdocio, mejor y se fue a trabajar y sigue viviendo ahí. Era de los que sí apoyaba a los indígenas, Nacho, muy querido.
Hacen falta lágrimas para llorar tanto dolor
Sergio: Muchas gracias por la conversación, imagino que para ti darle la impresión a alguien de fuera así de un trancazo no es fácil, y por eso yo valoro mucho el esfuerzo que has hecho para una gente que no tiene idea de todo esto, para comprender un poquitobla muy compleja trama que hay aquí, sí me ayudaste mucho.
Héctor Martínez: Sí, la tarahumara sigue siendo una trama hace faltan lágrimas para llorar tanto dolor, pero también, hay mucha esperanza, porque la resistencia de los rarámuris es impresionante, de veras, a través de la danza, para ellos su danzar es su reivindicación existencial, tú vas, aparentemente no hay gente en los pueblos, citan para las fiestas y ahorita habrá más rarámuri en Juárez o en Tijuana que en la Tarahumara, por el trabajo y la migración, pero regresan a sus fiestas y olvídate, se vuelven a vestir como tarahumaras, danzan, no caben, tienen que estarse metiendo cada hora grupos a bailar, y los sacan, y bailan, por eso te fijaste tenemos dos iglesias, la abierta, que ha de haber estado cuando tú estabas aquí, donde bailan unos, otros que bailan adentro y otros que bailan aquí, y otros en el … porque no caben por la cantidad de danzantes, y luego arrancan mujeres, porque nosotros les dijimos que no nos gustaba que las mujeres no bailaran, pero la pregunta correcta fue decirles, ¿qué le gustará más a Dios que las mujeres y los hombres bailen o solo los hombres? Y se juntaron los hombres, y pues que las mujeres bailen, la pregunta fue adecuada. Y entonces las dejaban bailar, primero en las madrugadas, a las 2, 3 de la mañana entraban las mujeres, y pues terrible porque eran las horas más duras, y entonces los criticaron, y entonces ellos dijeron, ustedes no saben lo pesado que es estar bailando y luego parar una o dos horas, y luego volverte a calentar es durísimo, en las temperaturas de -15 o -20, entonces tenemos que bailar hasta las 2 de la mañana, dejar a las mujeres que bailen a esa hora, y luego entrar nosotros y todos juntos bailando, para cerrar la fiesta. Entonces, hablando con ellos en su idioma entendimos que no era una cuestión de género, sino de lo duro que es bailando a -15 o -20 y luego parar y luego volver a echar a andar la maquinaria es durísimo, tienen toda la razón, y por más que tomen tezhuino, está helado, les calienta pero está helado, pero bueno, yo he sido muy feliz en estar con ellos, y en pelearme para que no me saquen.
Pero no, a mí me sacan de la tarahumara y me matan.