Cultura /Sociedad | Crónica | 7.AGO.2023
Sueños de barro: “las cuadrillas de aire” / Emma Yanes Rizo
Déjame que te cuente
“Aquél que mira fuera, sueña. Quien mira en su interior, despierta”. Carl Jung
Sólo de mediados del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, los sueños se volvieron algo distinto de la realidad; eran, se dijo, un acto mental individual, una representación del subconsciente.
En el mundo prehispánico los sueños en cambio eran parte activa de la realidad, una manera de comunicarse con los dioses, de recibir mensajes, de buscar el camino. Lo que sucede en México todavía hoy con los curanderos. En la etapa colonial las alucinaciones, los sueños de monjas, frailes y sacerdotes, incluidas las conversaciones con Dios, fueron tomadas por verdades y llegaron a santificarse a las y los religiosos; a través de esos sueños o ficciones la Iglesia expandió su poderío. En cambio, como ya se dijo, de mediados del siglo XVIII y en el XIX, los científicos racionalistas explicaron los sueños en un ámbito distinto de la religión y lo premonitorio, como producto de una actividad mental personal. En 1899 Sigmund Freud relacionó los sueños con vivencias emocionales y sus interpretaciones con un carácter simbólico. Así dejaron de ser parte activa de la vida social, al entrar en el mundo de lo subjetivo.
Sin embargo, es común entre los artistas plasmar sus sueños en sus obras y en esa medida volverlos reales y compartirlos con nosotros. A su vez, en el Santuario de la Virgen de Juquila, en Oaxaca, los peregrinos, en la zona del Pedimento, elaboran de barro sus deseos y sueños, que van desde coches, cocina, casa, camiones, por ejemplo, a salud, matrimonio y dinero. Se los ofrecen a la Virgen para que se los haga realidad.
Alfarero Carlos Soteno, de Metepec, Estado de México.
En ese sentido merece una mención especial la obra de escultura en cerámica de Carlos Soteno, de Metepec, Estado de México, recientemente premiada en el Concurso Nacional de la Cerámica en Tlaquepaque, que sigue la tradición de varias generaciones de su familia, así como de las curanderas de Tlayacapan, Morelos. La pieza de Carlos representa la curación de los enfermos, los enfermos de aire. Al centro de la pieza se encuentra el enfermo que es el propio Carlos, lo acompaña un viejo con su sahumerio que es el curandero que lo pretende proteger de una serpiente y de un remolino; lo defienden también San Miguel Arcángel y unos Caballeros; y lo acompañan para alegrarlo una mujer haciendo tortillas, una banda de música y una pareja de baile. Carlos soñó con esa pieza: se soñó enfermo; según nos cuenta él mismo, le pedía a un tío suyo que lo ayudara. Su pariente empezaba a dar vueltas alrededor de la cama hasta convertirse en un remolino. En ese remolino Carlos vio a su familia que lo acompaña en la pieza en la cabecera de la cama y vio pájaros y palomas que también están ahí. Se alegraba también con la banda de música y con la comida que preparaba la mujer. “De repente vi las piezas que me harían sanar. Fue muy bonito para mí ver mis piezas, que luego elaboré, como agradecimiento”, nos dice.
Esta pieza tiene que ver con dos tradiciones, los juegos o esculturas de aire de Tlayacapan Morelos que surgieron también del sueño de una curandera, Felipa Hernández Barragán, quien elaboró con los artesanos locales las figuras que usaba para curar dolencias o enfermedades causadas por “el mal de aire”, cuya tradición continúan sus descendientes. Los juegos de aire constan de 12 figuras, una de la cual representa a la persona enferma y otra al curandero, que generalmente lleva una paloma en la mano. Las otras 9 piezas son animales considerados perjudiciales: serpiente, milpiés, lagartija, tarántula, rana, coyote, escorpión y un toro, el último, de origen hispano y que se relaciona con el diablo. El “mal de aire” tiene su origen en la creencia mesoamericana de las propiedades positivas y negativas del viento, por lo que hay que reestablecer el equilibrio del paciente. Se necesita sacar el aire del paciente para que lo absorba la tierra. Una vez que el enfermo se “limpia” con cada una de las figuras, estas se depositan en una canasta y se llevan a un hormiguero al que se le ofrece comida, para que los animales del mal regresen a la tierra acarreados por las hormigas. De ahí la presencia, en la obra de Carlos, del enfermo, el curandero, la serpiente y el remolino. Pero en su sueño, además de las figuras tradicionales de un “juego o cuadrilla de aire”, aparecen aquellos elementos que en la vida real alegran y dan seguridad a la vida de Carlos: el arcángel San Gabriel, su familia, la mujer echando las tortillas, la banda de música y la pareja de baile.
Carlos es nieto de Modesta Fernández Mata y Darío Soteno León. Modesta nació en 1914 en Metepec, estado de México: A los dos años empezó a vivir con sus tíos Tito Reyes y Juana Fernández, a los 20 años se casó con Darío, de profesión albañil. En 1935 ella empezó a hacer figuritas de barro de “lo que se le venía a la cabeza”, sirenas, leones, caballos, conejos. Posteriormente hizo un nacimiento y más tarde un árbol de la vida, que sería el primero de ese tipo en Metepec. Conocida ya en el pueblo por su habilidad como alfarera los curanderos de la localidad empezaron a encargarle las “figuras de aire”, para curar a los enfermos, lo cual fue bastante recurrente en esa época. En 1937, Diego Rivera se admiró con sus piezas al pasar por el mercado de Metepec, le compró algunas a las que denominó “figuras milagro”, que todavía pueden apreciarse en la Casa Azul de Diego Rivera y Frida Khalo en San Ángel, Ciudad de México. De igual manera, en el mural de Diego Rivera de 1940 denominado "Encuentros del pasado y del presente", que se encuentra en el City College de San Francisco, California, se representan los distintos oficios artesanales: el telar de cintura, la cestería, la cerámica de torno; y en la esquina del lado derecho del mural aparece una pareja, probablemente en alusión a Modesta Fernández y su marido, ofreciendo en un mercado las “cuadrillas de aire” o figuras milagro.
Hoy Carlos Soteno, ganador en el Concurso de Cerámica de Tlaquepaque, regresa con su pieza a esa tradición, para con el barro curarse a sí mismo.