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27 Abril 2024, Puebla, México.

Mi paraíso recobrado: 2 de diciembre, Emma Rizo in memoriam / Emma Yanes Rizo    

Cultura | Crónica | 5.DIC.2023

Mi paraíso recobrado: 2 de diciembre, Emma Rizo in memoriam / Emma Yanes Rizo  

Dejame que te cuente

Cuando nací me aferré a su pecho y sentí la calidez de su cuerpo. Desde entonces su presencia fue mi paraíso, su risa era un sol que alumbraba las mañanas, se volvía estrella luminosa y luna melancólica al anochecer, para  despertar de nuevo con una sonrisa. Ese era su ciclo de vida. Murió mi madre un 2 de diciembre de 1995, el mismo día un año después, nació mi sobrina Emma que desde luego adoptó su nombre y que sigue sus pasos literarios al igual que mi hija Paulina. Nació Emma Rizo Campomanes un 24 de diciembre de 1934, hija de la joven aristócrata Juana Campomanes que arribó a Cuba con su familia sorteando los abatares de la Revolución Mexicana; y ahí se casó con el trabajador ferrocarrilero Paulino Rizo. Mi propia madre lo narró así en una pequeña autobiografía:

Mi historia comienza cuando mi abuelo decidió emigrar de México durante la Decena Trágica, entre asesinatos y duelos por las calles, acompañado de mi abuela y de la tribu de sus hijas, entre ellas Juana, todas vestidas a la moda de París, con más entusiasmo por el viaje que temor por el futuro. En el camino fueron dejando los cubiertos de plata que almacenó la abuela en la casa de Medinas, los trajes de terciopelo y casimir y alguno de los de razo, aunque las niñas insistían en llevarse sus zapatos mandados a hacer exprofeso para cada traje con ese material.

Emma fue la más chica de tres hermanos. Juana regresó a México con su marido Paulino, quien se dedicó a la venta de los novedosos televisores. Vivian en Polanco, en la calle de Mariano Escobedo.

Emma estudió en el Colegio Francés, luego en la Ibero, donde conoció al padre Ángel Martínez, jesuita nicaragüense que le inculcaría el amor por ese país. Se casó con el poblano Enrique Yanes Abaroa, para entonces gerente de un banco y luego propietario de una fábrica de productos de limpieza. Arribaron a Cuba en su luna de miel el mismo día del discurso de Fidel en la Habana, mi madre se sorprendió al mirar cómo una paloma se posaba en el hombro del líder revolucionario.

A su retorno a México, se fueron a vivir a Puebla, pero la ciudad conservadora le quedó chica a la recién casada. Fundó entonces el Instituto Femenino Integral, con clases de literatura, teatro y filosofía para que las mujeres tuvieran más expectativas que las de ser amas de casa; ahí conoció a la inquieta  Ángeles Mastretta y se volvieron como hermanas. Rizo incursionó en la poesía y junto con Enrique y el locutor José Luis Ibarra Mazari, revolucionaron la radio con nuevas propuestas musicales y literarias; en su hogar eran frecuentes las tertulias de donde surgió el movimiento Puebla Ciudad Musical. Para entonces Emma Rizo realizó su primer acto de rebeldía: Dejó de ser Emma de Yanes, para convertirse en la escritora Emma Rizo. Después de una crisis financiera Enrique se integró a la industria del mármol y la familia se fue a vivir a la Ciudad de México, a Coyoacán. Mi madre inició su vida docente dando clases en el Colegio Miguel Ángel, pero no le renovaron su contrato en represalia por enseñar a Simone de Beauvoir y a Jean Paul-Sartre. Inspirada por la filosofía jesuita quiso llevar sus conocimientos a los jóvenes más necesitados. Obtuvo una plaza en CCH Oriente, que le cambió la vida al vincularse con otro sector social y con docentes vinculados a movimientos contestatarios. Apoyó activamente la revolución guatemalteca contra la dictadura y luego la revolución sandinista. La casa se volvió entonces refugio y sustento de los insurrectos. Y por las noches solían visitarnos Enrique Batis y Eduardo Mata o la mismísima orquesta, bajo el cobijo de Enrique, respetable hombre de negocios pero sobre todo un bohemio profesional, amigo entre otros de Chava Flores y Pepe Arévalo. Pasó después Emma Rizo a ser Directora Cultural de la ENEP Acatlán. Fue la única funcionaria que apoyó la huelga universitaria de 1977, pero permaneció en el puesto porque dijo el rector: “Emma Rizo es Emma Rizo”, para entonces escribía en Ovaciones, en la revista Cuento y editaba la Libreta Universitaria de la Enep Acatlán, donde se podía leer desde Carlos Monsivaís y Vicente Quirarte hasta jóvenes creadores. Apoyó el movimiento del Suterm y del Stunam. “Suterm, apaga la luz”, fue una de las consignas que aún recuerdo a su lado en las manifestaciones sobre avenida Reforma.

La sorprendió un cáncer en la flor de la vida, a sus 58 años, con una novela por escribir y recién aceptada en el doctorado en psicoanálisis. Dos años después supo que lo suyo no tenía remedio. Escribió entonces:

Acabo de enterarme de que el cáncer que me extirparon hace dos años justos, se ha vuelto a presentar reivindicando sus derechos, de algún modo lo presentía, tal vez por eso tuve una actividad febril en los últimos tiempos, Acatlán, la escuela de Música, el círculo psicoanalítico, y los viajes, dios mío, cuanto insistí en irme a Cuernavaca. Sin embargo, ahora resulta que lo del cáncer no es sino una oportunidad más para conocer el valor y el triunfo del cariño, me he rodeado de ternura y de la generosidad de mis amigos, mis hijos, mi esposo y mi hermana, mi adorada hermana. La otra cosa es que enfermarse, la posibilidad de pensar en morir  --- aunque de todos modos lo sepamos -- implica recapitular sobre cómo hemos vivido y cómo desearíamos vivir. No entiendo por qué pude enfermarme sin terminar mis estudios, y mi novela. Ahora sólo quisiera, por favor, ver de nuevo el mar. 

Su novela quedó pendiente, en su honor la escribiría después su hermana Esther, Rebozo de aroma publicada en la editorial Suma, Planeta. A Emma Rizo apenas le alcanzó la vida para compilar sus cuentos, publicados en un libro póstumo Mujeres Calladas, que editó Cal y Arena.     

La certeza de su muerte le permitió despedirse poco a poco. Con buen humor nos pidió que le buscáramos un sitio en el panteón de Dolores; hizo incluso para su funeral una lista de invitados imprescindibles y pidió que cuando llegara el día Thusnelda Nieto cantara al pie de su tumba y Ángeles Mastretta dijera unas palabras. Ese 2 de diciembre de 1995, mi padre y nosotros sembramos una jacaranda al pie de su tumba. Jacaranda imperial, le decían a ella.

Se fue Emma Rizo y el cielo se puso de fiesta. Pobres de nosotros los vivos. Nunca logré romper el cordón umbilical, nunca quise. Es ese cordón mágico el que me sostiene en mi infinita orfandad; el que me regresa una y otra vez a mi paraíso; el que me hace no temerle a la muerte y disfrutar el día a día, sentir en cada amanecer como si siguiera aquí su infinita sonrisa. Convivo con mi madre en sueños y veo mis manos parecidas a la suyas, disfruto leer a Sor Juana para recordarla y sobretodo la veo de cuerpo presente aquí en la tierra en los momentos más inesperados; sé que la imagino, pero ella sabe que no es así. Hace de cada instante en que la miro mi paraíso recobrado.

No se extrañen si la ven por ahí.