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9 Mayo 2024, Puebla, México.

Contigo aprendí, Montserrat  /  Emma Yanes Rizo

Cultura /Sociedad /Universidades | Opinión | 3.SEP.2023

Contigo aprendí, Montserrat  /  Emma Yanes Rizo

Déjame que te cuente     

Monserrat Galí Boadella nació en la ciudad de México, en el barrio de Tacubaya, de ascendencia catalana. Tenía una mirada profunda e inteligente. Defendía a cabalidad sus ideas políticas y en el ámbito cultural, pero tenía un gran corazón que le permitía convivir con sus contrarios, siempre y cuando fueran personas honestas. Era agnóstica, sin embargo fue una estudiosa incansable del arte virreinal, en particular en Puebla de los siglos XVI al XVIII, consideraba a los dos últimos siglos de esa etapa la época de oro de los gremios y de sus artífices, quienes  generaron una propuesta artística novedosa, propia de la Nueva España, fruto de artesanos tanto peninsulares como nacidos ya en la propia Puebla, además de la permanente participación de mestizos, indígenas e incluso de chinos y africanos. Durante la conquista y en los años posteriores, consideraba, España no era un país homogéneo, por lo que fue en estas tierras donde la cultura de Sevilla, Cataluña y Génova, entre otras, adquirieron  características propias. En ese sentido, explicaba, no hay ninguna cultura completamente pura (salvo las tribus que viven completamente aisladas), se prestan símbolos, diseños y colores las unas a las otras, incluido desde luego el mundo prehispánico. Lo que mueve a la historia cultural es la voluntad de arte del ser humano, generalmente unida, hasta antes del siglo XIX a lo religioso, el arte de entonces busca la perfección de la técnica para alabar a Dios.

Montserrat Galí todavía tuvo oportunidad de conocer en galeras la edición de la última de sus obras. La ciudad episcopal y la catedral cuya construcción articula su entramado urbano y condensa los valores religiosos, sociales, políiticos y culturales con los que exhibe su poder económico y social.

 

En occidente, la división entre las artes liberales (teatro, poesía) y mecánicas (aquello realizado con las manos, incluida la pintura de caballete), consideraba como artífices u obreros, a los hoy conocidos como artistas plásticos, sólo desde mediados del siglo XVIII esto empezó a cambiar, en particular para pintores y escultores. Los gremios eran valorados fundamentalmente por el material con que se hacían sus obras: empezando por el oro y la plata, dejando al final por ejemplo a los trabajadores de la tierra, a los alfareros. La época de oro de las artes aplicadas en México fue en la etapa virreinal, cobró nuevos bríos con la independencia de nuestro país.

Como ciudad episcopal y centro de las artes, consideraba Galí, Puebla merecía la  formación  de un doctorado en historia del arte, con reconocimiento oficial de la BUAP y el Instituto de Estéticas de la UNAM. Y así se hizo, llegaron entonces a la docencia de ese seminario personalidades como Consuelo Maquívar y Paula Mues. Fue la suya una política cultural para fortalecer los saberes locales. Como historiadora del arte fue también defensora del patrimonio, peleó junto con Rosalva Loreto contra el Teleférico promovido por Moreno Valle que destruyó la antigua Casa del Torno (por lo menos se logró su reconstrucción), se opuso junto con otros ciudadanos a la infamia de la macro Rueda de la Fortuna en el Paseo Bravo, denunció el despilfarro en el proyecto y construcción del Museo Barroco, así como los atropellos y pérdida de documentos en la Biblioteca Palafoxiana.

 

Investigaciones monumentales como esta sobre José Manzo y Jaramillo, una figura que jugó un papel determinante en el arte de la Puebla en el siglo XIX, llevaron al reconocimiento de la categorìa SNI III para Monserrat.

 

En 2018 obtuvo el grado de nivel III en el Sistema Nacional de Investigadores, en ese año en un registro de 624 académicos, solo tres eran mujeres. Galí se pronunció entonces porque a las mujeres investigadoras se les dieran por lo menos cinco años de gracia en su etapa reproductiva, ya que en general a diferencia de los hombres, en esa etapa ellas requieren atender las necesidades familiares. No era muy propensa a los halagos académicos. Vestida siempre con propiedad y elegancia, eran en realidad una mujer sencilla. La recuerdo en una vecindad del Barrio del Alto organizando brigadas para la elección a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador; y a ella misma repartiendo volantes casa por casa,  desmintiendo las campañas de difamación contra el candidato, un día tras otro. Cómo olvidar a la gran académica y conferencista Monserrat Galí, los miércoles de cada mes en el zócalo de la ciudad, sola, o con ayuda de voluntarios, denunciando una y otra vez el incendio de la guardería ABC durante el sexenio de Felipe Calderón, sin castigo alguno para los culpables. Nunca más, decía.

Hablaba siempre con orgullo de sus hijas y a veces alternaba las asesorías de tesis con el cuidado de los nietos a los que ponía a dibujar. La biblioteca de su casa en Analco (el otrora barrio indígena del otro lado del río), estaba siempre abierta para sus alumnos y más de un académico extranjero pernoctó ahí previo a algún seminario. Montserrat fortalecía los saberes locales, pero tenía los ojos puestos en el mundo. Tomó con humor la trastada que le hicieron para obligarla a renunciar a la entonces Subsecretaría de Cultura (todavía fusionada con Turismo), pero siguió defendiendo el patrimonio cultural de Puebla.

Para descansar tocaba la flauta y más de una vez nos deleitó con su música.

Contigo aprendí que la historia del arte no es la de los estilos decorativos, sino la de la expresión cultural de los pueblos; y que se requiere de la voluntad de arte y de la destreza técnica para fortalecer esa necesidad social; el arte ese ese impulso que hace inevitable la expresión de los sentimientos humanos.

Contigo aprendí que son estrechos los cubículos académicos, que hay que volver una y otra vez a los archivos y compartir las fuentes con quien lo merece, porque el conocimiento debe ser universal. Pero sobre todo salir a la calle, para que se nos refresque la mirada y nos cuente su historia cada edificio, cada escultura, cada azulejo; preservar la memoria para conocernos mejor a nosotros (as) mismos,  y por qué no, para forjar una nueva historia.

Contigo aprendí también, que pese al miedo y la ansiedad, en algún momento hay que aprender a decir: ya es tiempo.