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28 Junio 2024, Puebla, México.

Ceniciento. Historias verdaderas 6 / Günter Petrak

Cultura | Ficción | 23.JUN.2024

Ceniciento. Historias verdaderas 6 / Günter Petrak

Nunca fui bueno para tratar con las mujeres, en cuanto al amor y el sexo. En ese aspecto, podría hacer una lista de fracasos, experiencias dolorosas, frustraciones y metidas de pata. No así en el asunto de la amistad. Tengo un montón de amigas y en este episodio hablaré de algunas de ellas. Comenzaba el nuevo siglo y tuve la oportunidad de impartir un curso de diplomado a un grupo de mujeres entre las que había amas de casa, compañeras de trabajo en la universidad, profesionistas y hasta la hija de un afamado periodista radiofónico de Puebla. Era un grupo bien integrado, alegre y apasionado por aprender. Poco a poco, el aula se extendió a otros espacios de convivencia y varias de ellas se volvieron anfitrionas en veladas que duraban hasta la madrugada. Yo había entrado en la cuarentena (de años) y me di cuenta de mis carencias en ciertos aspectos de socialización, por ejemplo, no sabía bailar. Así fue como me inscribí a un curso de salsa en “La Casa del Mojito”, un restaurante bar en Cholula. Pero sólo éramos dos alumnos, una joven gringa y yo. De modo que se me ocurrió invitar a las señoras de mi grupo, quienes no lo dudaron. Pronto llenaríamos la pista de baile un instructor cubano, siete mujeres y yo. No aprendí a bailar, pero bien que nos divertimos. Nuestro tema habitual en las reuniones era la literatura y así fue como una de ellas nos compartió la invitación para asistir a una representación de algunos textos de “Asfódelos”, del escritor modernista Bernardo Couto Castillo, en la Casa del Lago, en la Ciudad de México. Fue interesante, pero hacía falta diversión, así que alguien sugirió ir a bailar salsa al Bar Fly, en Polanco. ¡Y cómo bailamos! Música en vivo, mojitos, risas… y yo solito, moviendo el bote con cuatro mujeres a la vez. La alegría más alegre es como una ola de agua salada que te acaricia los pies en la playa, sabe a música y te embriaga más profundamente que el mejor trago. Su aroma y textura se extendió hasta la camioneta en la que viajamos de vuelta a Puebla, chofer incluido. Ya en la carretera nos detuvimos a cargar gasolina y a comprar agua en un minisúper. Al bajar del vehículo, noté que mi forma de caminar se había modificado, como si una pierna se hubiera vuelto más corta. “Tanto baile, tantos mojitos” pensé. Compré unas papas fritas y regresé a la camioneta. Fin del viaje. Acordamos vernos en la oficina del papá de Ale, en su estación de radio, por la tarde. En casa me di cuenta de que mi andar patojo se debía a que había perdido el tacón de un zapato… Llegué puntual a la cita, un edificio en el centro de Puebla, Bettina también. Cuando nos subimos al elevador, hurgó en su bolsa y me dijo, con una risa socarrona: “Ten, ceniciento” y me dio el tacón de mi zapato. De ella, de Bettina, escribiré en mi próxima entrega.