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7 Septiembre 2024, Puebla, México.

 Bettina. Sincronías. Historias verdaderas 7 / Günter Petrak

Cultura | Ficción | 2.JUL.2024

 Bettina. Sincronías. Historias verdaderas 7 / Günter Petrak

El tejido de nuestra existencia tendría ahora un hueco, pero sus hilos parecían enseñarnos que el amor y la muerte son, en un instante, vecinos…

 

Preámbulo

No soy religioso. Tampoco me considero supersticioso, aunque he tenido experiencias que algunos considerarían sobrenaturales, como las relatadas en mis historias verdaderas 2 (La tía viejita) y 5 (Capullo), pero, si las repasamos bien, veremos que poseen explicaciones racionales. Esta historia, sin embargo, involucra una vivencia extraña, dolorosa y a la fecha inexplicable, al menos para mí. Creo en la sincronicidad del universo. Hay energías y fuerzas que fluyen sin ser vistas, el caos responde a leyes y el azar no es más que el resultado de ciertas causas y efectos. Como académico, cuando impartía la clase de Procesos Socioculturales y Subjetividad para alumnos de la Licenciatura en Psicología y gracias a mi pasión por la semiótica y la hermenéutica, me adentré en el estudio de la magia como expresión de la necesidad del hombre por controlar y explicar su mundo y en la clase de Semiótica incorporé el estudio de los códigos adivinatorios, desde un enfoque lógico. No hay forma de defender a la astrología desde el punto de vista científico, pero resulta interesante y hasta divertido jugar con sus “leyes”. Soy libra, signo de aire y mi signo opuesto, pero, al mismo tiempo complementario, es aries, fuego... IEM y E (historias verdaderas 4), Ceniciento (historias verdaderas 6) y un buen número de mis mejores amigas y amigos (y un par de intensos amores pretéritos – ups-) fueron o son aries. El “fueron” no es porque se hubieran mudado de signo, sino porque ya fallecieron. Bettina era espigada y utilizaba el pelo corto, su ascendencia europea podía observarse en su rostro y en algunos rasgos de su personalidad. Era seria, pero también alegre. Una parte de nuestra amistad estuvo enlazada a las reuniones del grupo de señoras con las que compartíamos el aula y las veladas; pero gradualmente encontré espacio en su casa, donde me invitaba el café y algún pastel alemán cocinado por ella. La confianza mutua flotaba en el aire y se mezclaba con el olor a café y a pan horneado. Le contaba anécdotas personales y chismes, compartí con ella mis cuitas y reflexiones, y ella siempre atenta, solidaria y discreta, era como un puerto en el cual me refugiaba de las tempestades de mi, en ese entonces, alocado temperamento. Bettina, más reservada, hablaba con la elocuencia de sus miradas en las que lo mismo podía uno encontrar un destello de alegre luz, una quietud de manantial o una tristeza sedosa y nocturna. Bettina llenaba cada vez más el espacio de mis afectos. Llegué a quererla con apasionada ternura, como a una hermana, como a una cómplice, como se quiere a una melodía nostálgica cuyas notas son la promesa de algo imposible, de cosas que suceden de repente, impredecibles, inesperadas…

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Era el año 2005, año del gallo, según el horóscopo chino y no pintaba nada bien para su opuesto, los nacidos bajo el signo del perro, como yo. De hecho, según la astrología china, el gallo es mi némesis. Pero les he dicho que no soy supersticioso. Me interesan los códigos adivinatorios como objeto de estudio. Era fácil desechar el oráculo revisando cómo me había en los anteriores años del gallo y no me había ido mal. No sabía lo que me esperaba…

Entre mis escritores favoritos está Italo Calvino y fue precisamente ese año que adquirí el libro “El castillo de los destinos cruzados”, que incluye otro relato, “La posada de los destinos cruzados”. El autor lo escribió utilizando las cartas del tarot, inspirado en la presentación y análisis de los tarots de Marsella y Visconti que hizo para una afamada editorial italiana. No tardé mucho en comprar un mazo del tarot de Marsella y aprendí a echar la suerte para entender las reglas de interpretación. Escribí observaciones y las guardé pensando en utilizarlas en mis clases de semiótica y hermenéutica.

Mientras tanto mi amistad con Bettina fluía suavemente. Las reuniones con el grupo de señoras se habían consolidado y fueron más allá de los lugares habituales. Poseo tres fotografías de una Bettina luminosa y alegre en unas cabañas de Tetela de Ocampo, una población en la sierra norte de Puebla (explicación para mis amigas fuereñas y extranjeras). ¿Se vive la amistad de forma distinta según nuestra edad? No lo sé, pero sí sé que siempre encontraremos en nuestros amigos aquello que no tenemos; la amistad nos complementa, nos nutre, nos abraza, aunque a veces ni siquiera nos damos cuenta.

Y así llegamos al 21 de junio de 2005. El engranaje del Tiempo, los ciclos universales, la confluencia de fuerzas terrenales y celestes permitieron una curiosa concurrencia esa noche: el solsticio de verano coincidió con la luna llena. Momento interesante para tirar el tarot, me dije, y pregunté sobre mi futuro. La respuesta fue la carta de la muerte, de cabeza. La interpretación cuando la carta sale derecha implica cambio, una muerte espiritual, pero cuando sale de cabeza es muerte física. Decidí reintegrar el mazo, volverlo a barajar y extenderlo nuevamente, volvió a salir la muerte, de cabeza… Jodorowsky dijo alguna vez que el azar es un milagro disfrazado y yo me pregunto, en el fondo de mi alma, si existen también los milagros fatales, tristes, dolorosos.

No había pasado un mes cuando Bettina sufrió un aneurisma y fue ingresada de urgencia e inducida a un coma. No era posible operar. Quienes la queríamos estuvimos presentes compartiendo la angustia de su familia, en particular de sus hijos. Superó el trance, pero con pronóstico reservado y fue trasladada a su casa. Tuve la fortuna de platicar brevemente con ella mientras estuvo en cama. Cuando la saludé me preguntó si no se veía fea. Eres hermosa, le dije y la vi sonreír con cierta dificultad.

Era julio, mes de vacaciones y llevé a D y su mamá al puerto de Veracruz. Una vez que se instalaron en el hotel, emprendí la vuelta a casa. Cuando iniciaba la subida a las cumbres de Maltrata, recibí una llamada al celular. Ale me informó que Bettina acababa de fallecer y le avisé que llegando a Puebla le iría visitar. Ahí nos encontramos las amigas, los amigos y entre el desconcierto y el llanto nos abrazamos y en ese abrazo tal vez nos dimos cuenta de cómo se entrecruzaban nuestras vidas. La muerte nos había separado de Bettina, y nos había perdonado a los demás, aunque no sabíamos, ni sabremos, por cuánto tiempo. Ale moriría 16 años después. El tejido de nuestra existencia tendría ahora un hueco, pero sus hilos parecían enseñarnos que el amor y la muerte son, en un instante, vecinos… Las historias se entrecruzan, los recuerdos son a veces comunes, a veces tan diferentes. Las personas no vivimos las mismas experiencias de la misma manera y tampoco las recordamos igual. Esta es mi versión de los hechos, pero la historia no se acaba aquí. Cuando viajaba de vuelta a Veracruz, para traer a D y a su mamá, justo en el sentido opuesto del sitio donde había recibido la infausta noticia, un camión cambió de improviso de carril y me obligó a frenar bruscamente. Había aceite en la carretera y mi auto dio tres giros y se estrelló de frente contra el muro de piedra del cuartel de la Policía de Caminos. Estuve a unos centímetros de arrollar a tres oficiales, mi coche quedó reducido a la mitad y tuvieron que ayudarme a salir de él. El cinturón de seguridad me salvó la vida, pero tenía dificultades para respirar. Los paramédicos que me atendieron me dijeron que era necesaria una radiografía para confirmar si se había perforado un pulmón. Mi hermano fue por mí y me llevó al hospital. No había perforación visible, pero el médico me dio la instrucción de dormir sentado, para prevenir un ahogamiento en caso de una hemorragia no detectada. Fue una noche terrible y cuando las señoras del grupo, mis amigas, se enteraron de mi accidente, una de ellas me dijo que Bettina me quería mucho y tal vez había deseado llevarme con ella. No soy supersticioso, pero después sucedería otro hecho sin explicación. La única fotografía que tengo de mi amigo Alejandro Meneses, escritor, nos la tomamos unos días antes de su muerte, ese mismo mes. Algunos creen que cuando la parca llega a por uno, siempre se lleva a tres. Nunca sabré si ese tercero hubiera sido yo.

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