Universidades | Crónica | 21.ABR.2025
Amparo federal o nueva ley orgánica ( Crónica 16)

BUAP 1989-1991, Crónica de una ruptura histórica
Introducción
En 1987 el Maestro en Ciencias Samuel Malpica Uribe gana la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla en sucesión de Alfonso Vélez Pliego. Lo hace con el respaldo de miles de estudiantes que participan en una elección con voto universal, directo y secreto que sustenta el proyecto de universidad democrática, crítica y popular, vigente desde 1973. Con Malpica Uribe inicia la quiebra de ese proyecto de universidad en manos de una izquierda política que encuentra su valor fundamental en la independencia política respecto del Estado, pero su talón de Aquiles en la dependencia económica de la voluntad gubernamental.
La ruptura entre las facciones dominantes de la universidad se produce en enero de 1989, durante el segundo informe del rector Malpica, quien acusa de corrupción a la administración de Vélez Pliego. Siguen dos años de conflicto que incluyen la destitución del rector, la constitución de un triunvirato de gobierno por una de las facciones en el Consejo Universitario y el desgobierno hasta que se celebran nuevas elecciones en abril de 1991, todo ello en medio de múltiples refriegas callejeras como la toma del edificio Carolino por los enemigos de Malpica y el asesinato en circunstancias nunca esclarecidas del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz el 22 de diciembre de 1989.
El conflicto termina con la reforma de la ley orgánica que suprime el voto universal, directo y secreto de los estudiantes, y con la recomposición de las relaciones con el poder público estatal. Lo que sigue es la crónica de ese proceso.
Publicamos en Mundo Nuestro nuevamente estas crónicas con el ánimo de contribuir a la discusión colectiva sobre la realidad de la universidad pública en Puebla en el marco del reciente paro estudiantil y las reformas impulsadas por un movimiento que sin duda es un punto de inflexión en la historia de la Beneméita Universidad Autónoma de Puebla.
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Crónica 16
Amparo federal o nueva ley orgánica
Viernes 19 de enero de 1990. “Nuestra universidad no es un partido político –dijo Samuel Malpica Uribe-, no tiene como objetivo derribar al gobernador Mariano Piña Olaya, pero vamos a luchar porque prevalezca el Estado de derecho”.
Estaba lleno el auditorio de Leyes de CU. Todavía no llegaban los notarios públicos para avalar el cuórum del Consejo Universitario que apoya al rector elegido en 1987. Iba Samuel a la mitad de su informe. Estaba a punto de decir que buscarían el amparo federal contra la violación de la autonomía universitaria. Dentro de la “lista de agravios” que traía en la cartera, había dicho que el gobierno se “descaró” al otorgar el subsidio al grupo opositor, había dado su versión sobre los acontecimientos que culminaron con el asesinato del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz, y por enésima ocasión, había perfilado el imaginario cuadro de la universidad popular y de masas contra el proyecto gubernamental de modernización educativa.
“Si derrotan a Puebla –dijo-, el camino va a estar allanado en todo el país. Pero la soberanía no reside en el rector o en el Consejo Universitario, sino en la comunidad universitaria”.
Y aplaudieron, eufóricos, sus seguidores.
Dos Consejos Universitarios, los dos con cuórum. El de Malpica certificado por dos representantes de la nobleza de los notarios públicos, ambos egresados de la UAP, sin que nadie se rasgara las vestiduras por la intervención externa.
Dos Consejos Universitarios, un total de 143 consejeros –76 en el de Malpica y 67 en el de Juvencio Monroy-, en dos sesiones interminables que se llevaron en conjunto más de 1120 horas-universitario. Dos Consejos, dos legitimidades precarias, la pesada conciencia del cisma y el interrogante sobre el futuro de la institución en un clima tan incierto y frío como el aire de invierno que acompaña la indiferencia de los estudiantes y trabajadores en los edificios de Ciudad Universitaria.
A la 1:30 de la tarde, los malpiquistas atascan el auditorio de Derecho y observan una vez más ese caótico video testimonial de los sucesos del día 22 de diciembre. Se presta atención, al menos a la imagen –alcanzo a ver la figura menuda de Agustín Valerdi en la pelotera armada sobre los coches barricada en la Maximino-, porque el sonido, y por tanto el micrófono, está acaparado por la voz inentendible de Roberto Morales, secretario de Organización del SUNTUAP; lo veo de lejos, metido en la pantalla y en su traje, cuando desaparece Valerdi hacia el Carolino. Distingo al grupo de reporteros vilipendiados por los malpiquistas. Por un rato la mirada se me pierde en aquel viernes, en la figurita de Morales, en su voz multiplicada todo el día en la Maximino y la Plaza de la Democracia.
El televisor se apaga cuando logran el cuórum. Samuel Malpica sube al estrado. La euforia lleva al goya.
―Veinte días les damos a esos putos para ir a chingar a su madre ―nos dice en éxtasis Federico Chilián al terminar el goya.
Antes del acto con los notarios, se inscribe una pila de oradores. Luego luego, el cuarto de ellos, el químico farmacobiólogo Rafael Chamorro, que empezó diciendo que no había que hacer cacería de brujas, pide la expulsión de los de la Junta. Luego Maru Sánchez de Ita, coordinadora de Economía, expone el acuerdo de su escuela: que se reúna el Consejo en pleno, que una comisión haga propuesta al otro Consejo y que se realicen elecciones en el mes de marzo. Gritos en contra. Gerardo Cisneros hace una moción: que no se denomine a los otros “Consejo”, sino “facción disidente del Consejo”.
René Silva pide que se respete la postura de Maru, que trae un acuerdo de sus representantes. La economista afirma que el enemigo principal es el gobierno y su plan de modernización.
Después habla Germán Sánchez Daza, quien también les baja el ánimo a los triunfalistas: “Se tiene que respetar a quienes nos apoyan en todos los planteamientos de la administración. La universidad no consta sólo de quienes estamos aquí. Compartimos la indignación contra la violencia, pero vemos que la UAP no puede seguir como se encuentra, está en crisis y se agudiza cada día más, con verdaderos tropiezos académicos y administrativos. No podemos seguir en las posiciones triunfalistas de antaño, se debe castigar a los asesinos, pero tenemos que abrir los ojos a la naturaleza de la crisis, el problema fundamental es político. No podemos caer en posiciones revanchistas. Mi propuesta es que generemos un consenso, que recobremos la confianza de los universitarios”.
Sánchez Daza es terminante: “Dejemos el triunfalismo, veamos el problema político, la mesa bien sabe en qué condiciones está este Consejo Universitario, y si somos honestos hay que ser conscientes de nuestra verdadera fuerza”.
A las 5:20 de la tarde, en el otro Consejo, habla Alfonso Vélez Pliego. Es el orador número treinta en la absurda dinámica de discusión sobre si ratifican o no los nombramientos de funcionarios de Juvencio Monroy. “Se debe tener la sensibilidad política en la frágil unidad del movimiento”, dice el exrector. Al final ganará su propuesta de que el Consejo ratifique o rectifique a los nombrados. “Eso nunca lo aceptó él en su Rectoría”, comentan en el coro. Afirma que es válida la postura de adelanto de elecciones para resolver el problema de la legitimidad del gobierno universitario, pero él no la acepta, porque no resuelve el problema de fondo. Entonces propone realizar un “Consejo Universitario Constituyente” que discuta los problemas del voto universal y la composición del Consejo Universitario.
A esa hora miro al cielo, el fondo morado y los inescrutables designios del barroco mexicano.
A las siete y cuarto de la noche, de nuevo en Ciudad Universitaria, platico con Samuel Malpica en la mesa del Consejo, mientras en el aire está la discusión de si expulsan o no a Alfonso Vélez y los cuatro de la Junta.
―¿No es posible una negociación? ―le pregunto.
―Yo siempre he estado abierto a ella.
―De hecho, hay muchos puntos en los que las dos partes acuerdan sobre las necesidades de cambios...
―Así es, yo también creo en eso.
―Y también es una realidad la precaria fuerza de los dos Consejos...
―Sí, es cierto.
Una nota final sobre la paranoia. En el Barroco, el secretario Luis Enrique Sánchez dice de repente que los que están en Derecho se disponen a tomar el Carolino.
En el Auditorio de Leyes, algunos malpiquistas nos preguntan sobre el Consejo en el Carolino: “Dicen que ahí están Arturo Loyola y Jorge Méndez, como si fueran consejeros”.