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17 Julio 2025, Puebla, México.

La Resurrección. Otra historia Verdadera de Günter Petrak

Cultura | Crónica | 23.JUN.2025

La Resurrección. Otra historia Verdadera de Günter Petrak

 

Dice el dicho que “tres cosas come el poblano: cerdo, cochino y marrano” y su afición lo ha llevado hasta la blasfemia (en el mundo musulmán), pues los tacos “árabes” en Puebla no son de carnero como en Oriente Medio y Europa sino de puerco. Esta historia tiene que ver con marranitos y comadres, con formas de ganarse la vida y de vivir en una zona marginada. Para escribirla he vuelto a leer el libro “De vacas, cerdos, guerras y brujas” del antropólogo social Marvin Harris y he hurgado en mis archivos para rescatar mis reportes de trabajo cuando participé en un programa de la Secretaría de Desarrollo Social Municipal allá por el 2011.

La Resurrección es una junta auxiliar de la ciudad de Puebla, habitada desde tiempos prehispánicos y donde, en la actualidad, todavía se habla náhuatl. El nombre proviene de la iglesia de Nuestro Señor de la Resurrección construida en el siglo XVII y en cuyo atrio cada año se celebra la “Feria de la Memela”, pues si algo saben preparar de manera inigualable las mujeres de la localidad son las quesadillas, las gorditas, los tlacoyos y las memelas. Actualmente consta de los territorios que fueron otorgados en audiencia del año 1684 al Marqués de Monserrate, Francisco Javier Vasconcelos, quien fue dueño de la llamada hacienda de San Diego Manzanilla. Esto lo comparto no para presumir mis conocimientos sino porque explica el nombre del cerro de Marqués, desde el que se observa la cabecera municipal y el volcán de la Malinche, y el del bosque de Manzanilla al cual solía ir de campamento con mi padre, cuando era niño, y que ya no existe (excepto en el nombre de la colonia colindante con la autopista México- Veracruz).

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Mi trabajo en Sedesol consistía en promover y organizar cooperativas para apoyar a los habitantes en su búsqueda de ingresos económicos. Fue una experiencia interesante y de la que aprendí mucho. No fue fácil, había que recorrer la zona, censar y tratar de convencer a las personas para incorporarse al programa. Había cierta inseguridad y un “güero” ajeno a la comunidad, como yo, era visto a veces con recelo por los habitantes o por los miembros de organizaciones que consideraban ciertas zonas como “su” territorio. Pero al final logré formar más de diez grupos, todos de mujeres interesadas en el proyecto. Entre las primeras cosas curiosas que pude observar, estaba la costumbre de matar el marrano para la fiesta. Algunas familias hacían un sacrificio enorme para alimentar al animal durante meses y en un dos por tres terminaba en la panza del montón de invitados y en el itacate que se llevaban a sus casas. Al principio me pareció “irracional” este comportamiento, pero cuando vino a mi memoria el ensayo “Porcofilia y porcofobia” de Harris, me pareció encontrar una explicación: la fiesta y la generosidad de compartir crean vínculos solidarios y aseguran la mutua correspondencia: sacrifiqué mi marrano, pero mi vecino hará lo propio y en su momento, seré recompensado. Así entonces, me hallé de pronto en un patio, rodeado de unas veinte señoras, todas deseosas de participar en el programa, ya saben cómo, organizándose para criar marranitos.  Y ahí estaba yo, tratando de transmitirles mi entusiasmo, explicándoles en qué consistía el programa, en los pasos a seguir, en la necesidad de comprometerse para trabajar en común, preguntando si tenían dudas: una señora alzó la mano:

—¿Y cuando nos dan los marranitos?

—Bueno… mire, primero debemos organizarnos. Después podríamos ver si es posible obtener recursos de algún programa federal o estatal. ¿Están de acuerdo? ¿Quieren participar?

—Síííí— gritaron al unísono.

—Bien. La tarea para la próxima reunión es formar grupos, busquen amigas, familiares, comadres con las que se sientan a gusto y piensen en qué tipo de negocio quieren emprender. Luego vamos a hacer el plan, es muy importante saber si nuestra idea se puede llevar a cabo. ¿Les parece?

—Síííí.

—De acuerdo, ¿tienen alguna duda?

Una señora alzó la mano:

—¿Y cuándo nos dan los marranitos?...

 

***

           

El programa duró poco tiempo. Participé en él casi siete meses y logré asesorar grupos de mujeres en distintos proyectos: tortillerías, pastelerías, panaderías, tiendas de regalos y, por supuesto, granjas de cerdos.

El grupo más numeroso constaba de nueve señoras muy entusiastas. Su disposición y alegría era tan contagiosas que quise darles una sorpresa: me fui al mercado, compré un cochinito de alcancía, una pieza artesanal de yeso decorada de forma vistosa, pasé por el banco y cambié algunos billetes por monedas de diez pesos que puse en la panza del cerdito.

—Los marranitos cuestan 600 pesos, aquí les he puesto 900, si cada una de ustedes ahorra diez o quince pesos a la semana, en dos meses podrían comprar tres cerditos y empezar la granja.

—¿Nos los regala?

—¡Claro! Es mi forma de cooperar con ustedes. Vayan anotando en cuaderno cuánto van agregando al ahorro ¿Les parece que nos veamos el próximo mes para preparar el espacio y repartir tareas?

Cuatro semanas después las vi, pregunté cuánto había en la alcancía.

—La verdad, nada. Rompimos el cochinito y nos repartimos el dinero…

 

***

 

Mi experiencia laboral abarca algo más de cincuenta años, fui obrero, auxiliar contable y “auxiliar de proceso”, vendedor, maestro, capacitador de enfermeras-secretarias-contadoras-policías-reos, terapeuta, artesano, coordinador académico, jefe de departamento, colaborador de revistas… y los espacios recorridos son tan disímbolos: industria, escuelas, zoológico, oficinas, pueblos, cárceles y en casi todos conocí un variopinto inventario de vidas y caracteres. Aunque mi formación alemana no contribuyó mucho a volverme expresivo, siempre he tenido tendencia a establecer vínculos, me entrego fácilmente y no pocas veces he sufrido dolorosas decepciones (efecto de mis malas elecciones y apegos). Pero, de igual modo, he recibido innumerables muestras de afecto, empatía y solidaridad en los momentos más difíciles como he dado cuenta en mi perfil de Facebook y en mis anteriores Historias Verdaderas. Y en estas divagaciones (que tienen una razón de ser) no puedo resistir la tentación de reproducir una frase del escritor Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura 2000: “La verdad no existe más que en la experiencia e incluso sólo en la experiencia personal, y aun en este caso, una vez que ha sido contada, se convierte en historia”. La Resurrección fue un espacio de aprendizaje y de experiencias enriquecedoras para mí que comparto, no por narcisismo sino porque pueden generar alguna reflexión, porque pueden ser un reflejo de vivencias similares de mis lectores o, simplemente, como una manera de agradecer, a la vida, a la luz que ilumina aún uno de mis ojos y a ciertas personas como mi comaletzi (comadrita) y mis ahijadas de La Resurrección, Adri PC, Brisa Cyp y Andrea Cyp. Las conocí cuando tenían la iniciativa de montar una tortillería y, aunque el proyecto no se logró, fui padrino de Brisa cuando se graduó de primaria y luego de Andrea, cuando se graduó de su carrera de Comercio. Las apoyé en conseguir becas, con la ayuda de mi amigo Alberto Aguilar y mi amiga Alejandra Montero, y me siento orgulloso de haber contribuido con un granito de arena a sus logros actuales. Sólo dos veces recibí la visita de mi comaletzi en casa, porque no es tan fácil desplazarse en transporte público desde las faldas de la Malinche hasta Cuautlancingo. La primera vez me trajo una imagen del “Señor del Perdón”, de San Pedro y San Pablo Tequixtepec, Oaxaca, que guardo en un lugar muy especial y la segunda vez vino como un ángel que me conmovió. Fue poco después de que compartiera en mis redes sociales la situación precaria y vulnerable en la cual me encontraba por mi brote de DMAE. Nos sentamos en la terraza y de su bolso sacó algo que escondió en el puño y me ofreció con ternura. Era un billete que me resistí a aceptar al principio… finalmente lo tomé con emoción… a veces, hay lágrimas que acompañan una sonrisa.

“Cosas quiero, como una gran ola de ternura deshaciéndome un ruido de caracol, un cardumen de peces en la boca, algo de eso frágil y desnudo, como una flor a punto de entregarse a la primera luz de la mañana, o simplemente una semilla, un árbol, un poco de hierba”. Gioconda Belli