
Hoy me fui de turista al arcoíris…
Soy heterosexual, lo confieso con la misma resignación con la que se acepta que a uno le tocó nacer con pie plano o sin talento para el karaoke. Pero igual me lancé al Pride, cámara en mano, como quien va a documentar el fin del mundo y se encuentra con una fiesta donde nadie se está muriendo, sólo están bailando sin permiso.
Vi glitter resistiendo al sudor, plataformas de 20 centímetros desafiando las leyes de Newton y pancartas que gritan más verdades que muchos himnos nacionales.
Vi piel, plumas, besos sin culpa, cuerpos que no piden perdón por existir.
Y ahí estuve yo, un espécimen del heteropatriarcado domesticado, aprendiendo que el amor —el de verdad, no el que te venden en Sanborns el 14 de febrero— no necesita explicación, ni género, ni permiso del gobierno.
Tomé fotos como quien quiere robarse un pedacito de libertad para llevarlo a casa y plantarlo en una maceta.
No sé si las imágenes hacen justicia, pero lo intenté.
Hoy no marchaba, sólo miraba. Pero miraba con respeto, con risa, con ganas de que este mundo les quepa completo a quienes ya se hartaron de que los metan en cajitas con moño azul o rosa.
Feliz Pride, aunque seas hétero.
Porque esto no es solo fiesta ni bandera: es resistencia con rímel, revolución con tacones, y yo, aunque llegue tarde, aquí estoy para aplaudirlo.
















