diciembre 7, 2025, Puebla, México

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Nada es para siempre en este recinto / Dos poemas de Juan Hernández Ramírez

 

Nada es para siempre en este recinto

 

La llovizna moja los pétalos

de los blancos lirios este mes de junio.

El aguacero empapa el rostro de la tierra

y arrastra las hojas secas al arroyo.

Sale el sol y dispersa las nubes anegadas

y calienta el verde de las hojas vivas.

La noche siembra pálidas lunas

y estrellas tristes en el cobalto nocturno.

Y es que…

nada es para siempre en esta casa de arena.

La fruta es dulce, madura

y se la comen las ardillas.

El río lleva sus aguas revueltas

y de la mano arrastra los peces al mar.

Mi padre sembró granos de maíz negro

y a veces el viento las matas arrancó.

Muchas veces comimos granos dulces de elote

y atoles con chile y epazote para calmar el hambre.

Mi padre no tuvo palabras en español

para decirle a sus hijos que nos amaba.

Él encendía el fuego en invierno

para que calentáramos nuestros pies desnudos.

Él se llevó el silencio en los labios

pero con sus manos llenas repartió cariño.

Pero… en este surco de hormigas olvidado,

solo queda el polvo mojado cuando llueve.

Queda la palabra náhuatl por sus labios pronunciada

y la carcajada de los amigos por los chistes contados.

Queda en mi cenicienta memoria

la lluvia casi eterna de junio.

Mi padre siempre me preguntó…

“Sembraste maíz esta temporada”

El maíz, símbolo de subsistencia:

pero no cura de la muerte.

En este terrón de arcilla y muerte,

se tropezaron los pasos de Chano, mi padre.

Con su callado semblante,

solo mantuvo diálogos con su Madre La Tierra.

Finalmente La Tierra le tendió sus brazos

para cobijarlo con su regazo para siempre.

“Nada es para siempre en este lugar”

Alguien puso los huaraches a sus pies.

Los aperos del jornalero

se quedaron para escuchar otros cuentos.

El gallo en la cabecera, debajo del ataúd,

ya lleva más de tres cantos.

El chiquihuite de maíz está vacío,

el morral y el machete cuelgan de la pared.

 

Padre

 

Padre, cuando te vayas

bajo la desconocida lluvia,

llévate contigo mi duelo.

No dejes que en vano llore

la ausencia de tus pasos

en este mar de un solo puerto.

 

No me dejes en esta casa

que nunca ha sido mía,

solo la risa del viento fue mío.

 

Padre, llévate también los sueños

que son de la misma carne

porque, nunca nada ha sido nuestro.

 

Mi querido padre, llévate mis tristezas

para que nuestra memoria

sea solo sombra del olvido.