diciembre 4, 2025, Puebla, México

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Oscar del Barco en México / Julio Glockner

 Texto leído en la presentación del libro Golpe ciego. Alternativas de lo posthumano, de Oscar del Barco  el 11 de agosto de 2025 en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.

Oscar del Barco llegó como exiliado político a México al mediar los años setenta, huyendo de la sangrienta dictadura del general Videla en su país. En nuestra universidad fundó el Centro de Investigaciones Filosóficas, creando así un espacio adecuado para escribir una parte importante de su vasta obra filosófica, poética y crítica del pensamiento occidental. Adivino su sonrisa sardónica, donde quiera que esté, si dijera que es el pensador más importante que ha tenido nuestra universidad, así que no voy a decirlo.

Trabajamos con él en el Centro de Investigaciones Filosóficas un grupo que él fue formando y al que unió, por sobre todas las cosas, la amistad y el buen humor: Nuestro grupo -escribió Oscar en el prólogo a El otro Marx– cortó amarras con el dogmatismo del Saber, con el asfixiante narcisismo de quienes, por ser dueños del Sentido, no se equivocan nunca”.  

Para no describir yo mismo ese grupo, voy a leerles lo que escribió el poeta argentino Carlos Ricardo después de estar con nosotros, en la misma frecuencia, un par de semanas:

Sus investigaciones iban desde la filosofía a la antropología y sus métodos no eran precisamente metodológicos; se trataba, las más de las veces de estudios de campo que podían ser visitas a prostíbulos, a cárceles, a manicomios o a comunidades campesinas o indígenas, o comer hongos en Huautla o peyote en la costa de Veracruz. Publicaban una revista, Espacios, que ya desde el mismo nombre indicaba el lugar de cruce de especialidades y espacialidades, la multiplicidad de las búsquedas y el despliegue por fuera de los límites propios de lo académico.

Entre su vasta obra se encuentran los libros: Esencia y apariencia en El Capital; Esbozo de una crítica a la teoría leninista de la organización, libro que causó mucho revuelo y dirigentes del Partido Comunista no vieron con buenos ojos su publicación. Estos dos libros fueron publicados en la Colección Filosófica que él mismo dirigió y donde fueron apareciendo una veintena de textos que dieron cuenta de las discusiones teóricas más relevantes en la izquierda francesa, italiana y latinoamericana de la época. En 1983 la Universidad Autónoma de Sinaloa publicó su libro El otro Marx; tiempo después apareció La intemperie sin fin y El abandono de las palabras; más tarde Juan L. Ortiz. Poesía y ética; Exceso y donación. La búsqueda del dios sin dios; en la narrativa publicó tres novelas Infierno, Variaciones sobre un viejo tema y Las campanas no tienen paz; en poesía los libros: dijo; Espera la piedra y Sin nombre, entre otros.

En el año 2004, ya de regreso en su país desde hacía más de 20 años, Oscar publicó una carta en la revista La intemperie, un mea culpa donde expresaba un sentimiento de culpabilidad por la muerte de jóvenes revolucionarios, la misiva provocó una larga discusión acerca de la lucha armada en Argentina durante las décadas de los 60 y 70, discusión que culminó con la publicación del libro No matarás. Sobre la responsabilidad, en 2007.

Hoy tenemos el gusto de presentar a ustedes el libro Golpe ciego, que reúne una serie de textos que Oscar escribió en México y en Córdoba, Argentina, su ciudad natal, compilados y prologados por Pablo Gallardo y Gabriel Livov, y publicados por primera vez en Argentina con el título de Alternativas de lo posthumano en la editorial Caja Negra en el 2010.  

Este libro contiene una serie de ensayos sobre Marx, Heidegger, Bataille, Antonin Artaud y Wittgenstein, pero también reflexiones sobre el Estado y el poder, la tortura, las posibilidades de una teología atea en la filosofía, sus experiencias con peyote, hongos y LSD y un interesante texto que aparece en el catálogo de su obra pictórica.

 

En México

En una entrevista para la revista El ojo mocho de Buenos Aires, publicada hace 25 años, Oscar confiesa que los años vividos en México fueron de una gran pesadumbre, a pesar de haber tenido aquí hijos y amigos, de haber podido escribir y publicar a su antojo, no se pudo adaptar, siempre lo acompañó “la nostalgia dolorosa del desarraigo”. “Me resultaba casi imposible vivir fuera de este lugar pequeño, bien circunscrito, donde vivo”, dice refiriéndose a su casa en Córdoba.

“Vivir en México me costó espiritualmente mucho -dice- era como si mi verdadero ser estuviera en otra parte.

“En México viví una paradoja, por un lado, la fascinación que me producía el México “profundo”, el México indígena y campesino, con sus vidas desamparadas y sus culturas, que ningún poder en la tierra pudo arrebatarles. Por otro lado, el rechazo al México oficial del PRI, de los caciques con sus guardias blancas, de la burocracia y la burguesía”.

En esa época el libro de Antonin Artaud Viaje al país de los tarahumaras fue de vital importancia para él. Oscar conocía a fondo el trabajo de Artaud y de alguna manera ese libro sobre los tarahumaras fungió como una especie de guía espiritual.

En realidad, Oscar, al igual que Artaud, conoció bien poco de ese México indígena y campesino, tal vez por eso creyó que “ningún poder en la tierra pudo arrebatarles sus culturas”. El comentario es, desde luego, desatinado, pues más bien se trata de lentos y a veces muy violentos procesos de aculturación, que han terminado por ser asumidos plenamente por una buena parte de la población indígena y campesina, seducidas por el discurso de la modernidad, con la idea del Progreso por delante, lo que ha ocasionado el desvanecimiento y la desaparición de lenguas, cosmovisiones, costumbres comunitarias y prácticas rituales en todo el país. No estoy diciendo que Oscar desconociera que estos procesos ocurren, lo que digo, simplemente, es que no se ocupó de ellos.

Sin embargo, Oscar, como Artaud, pudo tener la experiencia de lo más íntimo de una cultura indígena al probar dos especies de plantas sagradas que le permitieron maravillarse de un modo semejante al que lo hacen los sabios indígenas, tanto en la sierra mazateca con los hongos sagrados, como en las sierras de los wirrarikas o los tarahumaras en Jalisco, Nayarit o Chihuahua con el híkuri.

Paralelamente a estas intensas experiencias Oscar se fue “desprendiendo”, así lo dice, del mesianismo marxista y su idea de la “revolución”, para pasar a considerar a Marx como un “clásico” más. Ya no una fe ni una religión laica, sino más bien un pensamiento lleno de sugerencias y de hallazgos, y al mismo tiempo falible, como el de cualquier otro.  Este hecho, dice, “terminaría con mi laicismo, desarrollando lo que podría llamar una religiosidad sin ‘Dios’. Desde entonces mi trabajo está dedicado a dar vueltas alrededor de la idea de una “teología atea”, atea del Dios de la metafísica y abierta a lo que podríamos llamar el dios-sin-Dios.

En México -dice enfáticamente- se aunaron mis experiencias con enteógenos y mis nuevas lecturas de Nietzsche y Heidegger, de los místicos y del budismo-zen.

Vamos a detenernos un momento en el concepto de enteógeno, pues me parece que ahí reside la clave para comprender la experiencia de lo sagrado que tuvo Oscar.

 A diferencia del concepto “alucinógeno”, que remite a sustancias que producen una “alucinación”, es decir, a percibir cosas que no están presentes, el concepto de enteógeno es un neologismo que significa “generar lo sagrado dentro de sí”, es decir, el término fue creado precisamente para dar cuenta de la experiencia extática que se vive intensamente con el consumo de ciertas plantas y hongos por parte de sabios y chamanes en las sociedades tradicionales.

En el capítulo titulado “Viajes”, Oscar del Barco relata sus experiencias y reflexiones con estas sustancias. Dice, por ejemplo, recordando la mañana en que comió peyote en la playa de Tecolutla:

La sensación más fuerte que tuve, hermosa hasta las lágrimas, fue la de la muerte… viví la muerte como una liberación, como una posibilidad deseable, pero deseable hasta el límite del deseo; no la muerte como algo que produce angustia y miedo, sino como alegría infinita; entré en ella, me disolví en una blancura sin límites, me expandí sin conciencia, principalmente sin conciencia -comúnmente la pérdida de conciencia de la muerte aparece como lo terrible, en cambio yo vivía la hermosura de la pérdida de la conciencia. No puedo expresarlo; no sentir angustia ante la pérdida de conciencia, sino comprender que eso es todo, y vincularlo con esto, la sensación del infinito como blancura refulgente, sin movimiento, como algo totalmente extático, era lo máximo, lo sin más allá. Quedé paralizado.

Quince días después se repite la experiencia en el mismo lugar, Oscar escribe:

En un determinado momento los cuatro nos pusimos de rodillas, y creo que entramos en éxtasis; el viento levantaba una arenisca que nos golpeaba todo el cuerpo; el cielo parecía tener varias capas perfectamente discernibles -se les veía, casi diría que se les podía tocar. De rodillas y con los brazos abiertos, golpeado por el viento, frente al mar, me disolví, literalmente me disolví, y yo era el mar, yo era el viento y el cielo y la luz, pero como puro goce.

¿Son este tipo de experiencias donde se gesta lo sagrado? Pienso que sí, pues lo sagrado surge de la capacidad de asombro de los humanos. El asombro que deviene en un “maravillarse” para culminar en una conmoción, eso, me parece, es lo central en la experiencia de lo sagrado.

El hecho mismo de que el mundo sea y que la persona lo experimente intensamente, es la fuente de lo sagrado. Lo sagrado es un estado anímico que aparece cuando la persona siente y se sabe plenamente integrada a lo existente. Es una experiencia que está al alcance de cualquiera que tenga la disposición de renunciar a las limitaciones del ego y esté abierta a una realidad que la rebasa infinitamente, permitiendo que esa realidad inconmensurable se sirva de su conciencia para pensarse a sí misma. Cuando se da esa conexión, en momentos que no puedo llamar sino luminosos, se experimenta eso que llamamos sagrado. Uno de los medios para alcanzar ese estado es el empleo, ritual o no, de enteógenos.

Creo que debemos estar agradecidos con Oscar por habernos dejado estas descripciones, que se suman a las que nos han legado Gordon Wasson, Albert Hofmann, Álvaro Estrada y la sabia mazateca María Sabina, agradecidos porque las visiones enteogénicas, como las visiones oníricas, son inefables, pues se trata de experiencias existenciales, y la existencia misma difícilmente se deja atrapar en conceptos.