El águila posada sobre un nopal devorando a una serpiente es una imagen que se encuentra en la bandera de México, pero además representa un fuerte símbolo identitario de todos los mexicanos, lo que les da pertenencia y significación histórica. Entre el mito y la historia, esta imagen marca la fundación de la ciudad de México-Tenochtitlan en 1325, cuando los mexicas, después de un largo peregrinar que inicia en un lugar denominado Aztlán, cuyo nombre significa lugar de garzas y de blancura, encuentran en un islote la señal que les habían indicado sus dioses para establecerse: un águila posada sobre un nopal.
Esa águila con las alas extendidas hacia los rayos del sol, como fue pintada por un tlacuilo (escriba mexica) en una tira de papel en el Códice Mendoza en la década de 1540, es muy parecida a la que se pintó en los dos jarrones que el emperador Meiji le envió al presidente Porfirio Díaz para celebrar el primer centenario de la independencia de México en 1910.
Los jarrones fueron elaborados por expertos alfareros japoneses. El gobierno de Meiji les indicó a estos artistas que utilizaran toda su creatividad para decorar las porcelanas con el águila, como símbolo nacional de México, posando en el árbol de arce (momiji) al lado de las flores típicas japonesas, como el crisantemo y el lilium. El crisantemo no podía faltar al ser la flor nacional de Japón y símbolo de la Casa Imperial y del propio emperador.
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En esos jarrones, el águila sobre el árbol de arce se engalana con crisantemos y otras flores mostrando la fuerte interrelación de México y Japón. Continuando con el mito y la historia, el águila para el pueblo mexica representa al sol, a Huitzilopochtli, el dios solar. De este modo Japón y México, los pueblos del sol, quedaron hermanados por los festejos de la independencia. Sin duda alguna, el propósito de ambos gobiernos era aprovechar tan importante fecha para profundizar y dar mayor solidez a las relaciones que habían entablado a partir del año de 1888.
Sin embargo, en este ambiente festivo del centenario de la independencia que unía a Japón y México, su relación no era bien vista por Estados Unidos. A pesar de que ambos países mantenían una relación amistosa con ese país, no eran considerados como aliados confiables para Washington. El gobierno norteamericano desconfiaba de la cercanía que habían entablados ambas naciones y creía que mantenían una alianza secreta para perjudicar los intereses norteamericanos.
Otra de las altas preocupaciones de Estados Unidos era el número creciente de inmigrantes japoneses establecidos tanto en Estados Unidos como en México. En el país del norte, los trabajadores japoneses en 1910 rebasaban los 150 mil, poco más de la mitad de ellos en Hawái, mientras que en México habían arribado cerca de 10 mil.
En Estados Unidos había surgido un potente movimiento antijaponés, encabezado por la población blanca racista, que consideró a los japoneses como un “peligro amarillo” y formar parte de un “ejército invasor” dirigido desde Tokio. Desde 1906, se empezaron a poner en marcha las primeras medidas contra los inmigrantes. En las escuelas públicas de San Francisco, los hijos de los japoneses fueron segregados por motivos raciales, aún a pesar de que los niños eran ciudadanos norteamericanos por nacimiento.
Esa caracterización también afectó a los inmigrantes japoneses que vivían en México, al grado de que se empezó a rumorar por la prensa norteamericana que la península de Baja California sería comprada por el gobierno japonés.
La situación de Japón, al convertirse en una potencia regional en Asia, sin duda afectó la visión que se tenía sobre su política hacia Latinoamérica en general y sobre los propios trabajadores japoneses que seguían incrementándose no sólo en Estados Unidos sino en otros países de Sudamérica. El Departamento de Guerra de los Estados Unidos envió comunicados a sus embajadas en todo el continente para que vigilaran no sólo los movimientos oficiales de las embajadas niponas sino también que reportaran el número y las actividades de los emigrantes en cada país.
Los festejos del Centenario de la Independencia en México en septiembre de 1910 no podían estar ajenos a este ambiente de conflicto. La cordialidad mostrada por el gobierno japonés hacia México al enviar una delegación de alto nivel para celebrar el aniversario, incrementó la inquietud estadounidense.
La delegación japonesa estuvo encabezada por el Embajador Plenipotenciario, el Barón Yasuda Uchida y su esposa. Junto con el matrimonio, mandos del ejército imperial formaron parte de la comitiva: el Teniente Coronel del Estado Mayor, Kunishige Tanaka; el Capitán de Fragata de la Marina Imperial, Tokutaro Hiraga, y el Tercer Secretario de la embajada, Seiichi Takahashi.
En la ceremonia de acreditación oficial del embajador especial a los festejos del centenario, el Barón Uchida hizo entrega de los jarrones al presidente Díaz. El presidente de México agradeció a Uchida destacando la “delicadeza de Su Majestad el Emperador” al enviar una “Mision Especial”. Al referirse al obsequio, el presidente enalteció la “maestría de los japoneses” como “artistas insuperables”.
Además de este obsequio, el gobierno japonés preparó una magna exposición de productos japoneses que se exhibieron en el Palacio de Cristal, sede del Museo de Historia Natural, (hoy Museo del Chopo) que tuvo un enorme impacto en la ciudad de México de acuerdo a lo que reportó la prensa. La exposición fue inaugurada por el propio presidente junto con el gabinete en pleno y otros diplomáticos que también asistieron a la inauguración donde se exhibieron productos típicos como muebles de madera, lacas, sedas, porcelanas, biombos y sombreros que mostraban a la industria moderna japonesa de ese entonces.
En la parte posterior del Museo, se creó un jardín japonés que fue visitado también por el presidente Díaz y su comitiva. Un inmigrante japonés, Tatsugoro Matsumoto, fue el encargado de recrearlo, Matsumoto estaba a cargo de los jardines de Chapultepec y de los arreglos florales del Castillo, residencia oficial del presidente. Años después, este mismo artista japonés sería el impulsor de la siembra de las bellas jacarandas que año con año embellecen a la ciudad de México.
En un momento de tensiones tanto nacionales como internacionales, los mexicanos se abocaron a lo largo del mes de septiembre a festejar los primeros cien años de su independencia. Los festejos ayudaron a recrear un imaginario de la identidad nacional que Japón, mediante estas dos obras de arte, se fue forjando también en el exterior.
Dos meses después, iniciaría una revolución social en la que también participarían inmigrantes japoneses y que transformaría el México de Porfirio Díaz dando paso a una nueva vuelta de tuerca de esa identidad en ciernes. El mundo también entraría en conflicto, cuatro años después iniciaría la Gran Guerra, dando paso a una nueva conformación de las potencias en las que Japón y Estados Unidos ya no se reconciliarían más y en el que los inmigrantes japoneses que ya estaban instalados en las Américas jugarían un papel central en el convulso escenario y de disputas que dio inicio en 1910.






