En la encrucijada entre la retórica y la acción, la COP30 determinará si la cooperación global es capaz de imponer una transición justa a la inercia catastrófica del statu quo
Gabriela Liszt es un profesor emérito de sociología de la PUC-Rio. Fue diputado (PT-RJ) y coordinador del Foro Global de la Conferencia Río 92
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 30), que se celebrará del 10 al 21 de noviembre en Belém, representa un momento crucial en la lucha por la supervivencia de la humanidad en el planeta Tierra.
La reunión se desarrolla en un contexto de agravamiento de la crisis climática, con fenómenos extremos cada vez más frecuentes: sequías prolongadas, inundaciones, olas de calor e incendios forestales devastadores. Al mismo tiempo, crece la desconfianza pública respecto a la eficacia de las COP, que, a pesar de algunos avances, no han logrado reducir sustancialmente las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Tal como lo ha reconocido el secretario general de la ONU, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha reconocido oficialmente que el planeta superará el objetivo de calentamiento de 1,5 °C establecido en el Acuerdo de París de 2015. Si las políticas actuales continúan, el planeta experimentará un aumento de las temperaturas globales de 2,8 °C de aquí a finales de siglo, según la ONU. Tan solo las 20 economías más grandes del mundo son responsables del 77 % de las emisiones globales.
Este es el mayor desafío que enfrenta la COP 30, que, según todos los indicios, tendrá una participación menor que las ediciones anteriores. La COP 29 (Bakú, 2024) contó con 197 países participantes y más de 75 000 asistentes. La COP 28 (Dubái, 2023) tuvo 198 países participantes y más de 90 000 asistentes. Se prevé que la COP 30 (Belém), debido a las dificultades y los elevados costos de alojamiento, tenga un número menor de países, como máximo 170 según la información oficial, y una participación mucho menor. Además, el número de Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (CDN) confirmadas por los países hasta la fecha está muy por debajo de lo esperado. Y las CDN son la base de las COP.
En el sitio web oficial del gobierno brasileño, agencia.gov, con fecha del 5 de noviembre de 2025, el ministro Celso Sabino afirma que más de 160 delegaciones ya han confirmado su presencia en la COP 30. Esta cifra cambia a diario, y existen indicios de que la Presidencia de la COP 30 está a la espera de recibir las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) de China y la Unión Europea antes de anunciar las cifras oficiales. En cualquier caso, ya se puede afirmar que el número de países y participantes será mucho menor que en COPs anteriores. Varios países más pobres, disuadidos por el elevado coste del alojamiento, no asistirán, y aquellos que sí lo hagan, tanto gobiernos como organizaciones de la sociedad civil de estos países, acudirán con delegaciones más reducidas de lo habitual.
El éxito o el fracaso de la COP 30 dependerá principalmente de tres aspectos centrales: la capacidad de promover el abandono de los combustibles fósiles y acelerar la transición energética hacia las energías renovables; la eficacia de las medidas para combatir la deforestación, causada principalmente por la agricultura; y la implementación de mecanismos de financiación climática para apoyar a los países más vulnerables en su adaptación a los impactos ambientales. Estos tres pilares constituyen los cimientos de una política climática global justa y eficaz.
Transición energética: la lucha contra los combustibles fósiles
La primera prueba de la COP 30 será la voluntad de los países de reducir drásticamente su dependencia de los combustibles fósiles. Desde el Acuerdo de París de 2015, se ha establecido que el aumento de la temperatura media mundial debe limitarse a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales.
Sin embargo, las emisiones siguen aumentando, impulsadas principalmente por el petróleo, el gas natural y el carbón. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) advierte que, de mantenerse las políticas actuales, el planeta se encaminará hacia un calentamiento de 2,7 °C para finales de siglo, un escenario catastrófico.
La transición energética se enfrenta a obstáculos estructurales y políticos. Por un lado, los principales productores de petróleo y gas, como Arabia Saudí, Rusia y Estados Unidos, se resisten a comprometerse a eliminar gradualmente los combustibles fósiles. Por otro lado, los países en desarrollo, dependientes de las exportaciones de combustibles fósiles, temen las consecuencias económicas de este cambio.
La COP 28 en Dubái reconoció por primera vez la necesidad de una transición hacia energías renovables, pero sin plazos ni objetivos concretos. La COP 30 deberá transformar esta declaración genérica en compromisos vinculantes, con cronogramas nacionales verificables.
Por otro lado, hay señales de esperanza. La disminución del costo de la energía solar y eólica, el avance de la electrificación del transporte y la expansión de las inversiones en hidrógeno verde y biocombustibles sostenibles indican que la transición es técnicamente posible. Brasil, sede de la COP 30, podría desempeñar un papel estratégico como potencia en energías limpias, combinando una matriz energética renovable con liderazgo diplomático en el Sur Global.
Si logra impulsar una coalición de países en defensa de objetivos concretos de descarbonización, el país podría contribuir a que la COP 30 sea recordada como el punto de inflexión en la transición energética global. Sin embargo, importantes indicios apuntan en otra dirección: la aprobación por el Congreso de la Enmienda sobre la Devastación, que desmanteló el sistema de licencias ambientales, y la autorización gubernamental para la exploración petrolera en el margen ecuatorial, en la desembocadura del río Amazonas.
Combatir la deforestación y la expansión de la agricultura y la ganadería
El segundo eje crucial es la lucha contra la deforestación, especialmente en las regiones tropicales. La deforestación representa aproximadamente el 15 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y está estrechamente vinculada a la agricultura, en particular a la expansión de pastizales y plantaciones de soja. En la Amazonía, si bien las tasas de deforestación han disminuido recientemente en Brasil, siguen siendo elevadas en países vecinos como Bolivia y Perú, y en el Cerrado brasileño, amenazado por el avance de la agroindustria.
Se espera que Brasil muestre resultados concretos en la reducción de la deforestación y la implementación de políticas que fomenten la producción agrícola sostenible. Esto requiere fortalecer la aplicación de la normativa ambiental, valorar las tierras indígenas e implementar cadenas de suministro libres de deforestación. Sin embargo, existe el riesgo de retroceso si prevalece la presión del sector agroindustrial orientado a la exportación, que se opone a los compromisos de protección ambiental.
El desafío global consiste en conciliar la seguridad alimentaria con la preservación del medio ambiente. La COP 30 puede avanzar si consolida acuerdos que vinculen el comercio internacional con la sostenibilidad, penalizando los productos asociados a la deforestación y premiando las prácticas bajas en carbono. Combatir la deforestación no es solo un problema ambiental, sino también económico y social: implica una reforma agraria, la inclusión de las comunidades tradicionales y el reconocimiento de que el futuro de la agricultura depende de ecosistemas equilibrados.
Si la COP 30 logra establecer mecanismos internacionales de verificación y financiación para frenar la deforestación, podría transformar la región amazónica en un laboratorio global para soluciones sostenibles. De lo contrario, continuará con la retórica vacía de conferencias anteriores, incapaz de detener la destrucción que acelera el colapso climático.
Financiación climática y apoyo a los países vulnerables
Ninguna política de transición energética o de conservación será viable sin recursos financieros suficientes. Por lo tanto, el tercer pilar del éxito potencial de la COP 30 es la financiación climática. Desde 2009, los países desarrollados se han comprometido a aportar 100 000 millones de dólares anuales para apoyar a los países en desarrollo en sus esfuerzos de mitigación y adaptación. Este objetivo nunca se ha alcanzado por completo, y los flujos de recursos siguen siendo insuficientes y desiguales.
En 2023 se creó el Fondo para Pérdidas y Daños con el fin de compensar a los países vulnerables por los desastres climáticos. Sin embargo, el fondo aún es pequeño y cuenta con pocos compromisos de contribución efectivos. En la COP 29 se aprobó una financiación de 300 000 millones de dólares para los países vulnerables, una cantidad muy inferior a los 1,3 billones de dólares que la ONU estima como el mínimo necesario para la adaptación al cambio climático.
Se espera que la COP 30 defina reglas de gobernanza claras, fuentes de financiación permanentes (como impuestos sobre los combustibles fósiles o el transporte aéreo) y criterios de distribución equitativa. La credibilidad del sistema multilateral depende de ello: sin apoyo financiero, los países pobres no tendrán medios para adaptarse al aumento del nivel del mar, las sequías o la destrucción de su infraestructura.
También es necesario garantizar la transparencia y la equidad, evitando que los recursos se concentren en proyectos a gran escala y no lleguen a las comunidades locales. Si se amplía y democratiza la financiación climática, la COP 30 habrá dado un paso importante hacia una transición justa. De lo contrario, persistirá la sensación de que la carga de la crisis climática recae desproporcionadamente sobre quienes menos han contribuido a causarla.
Conclusión: ¿éxito o fracaso?
La COP30 no se juzgará por los discursos, sino por los compromisos concretos que genere. El éxito dependerá de la capacidad colectiva para hacer frente a los poderosos intereses económicos, romper con la dependencia de los combustibles fósiles, detener la deforestación y garantizar una financiación sólida para los países más pobres.
Si se alcanzan estos objetivos, Belém podría pasar a la historia como un hito de renovación: la conferencia que devolvió la credibilidad al régimen climático internacional. Pero, si prevalecen las ambigüedades y las promesas vagas, la COP 30 podría simbolizar el agotamiento de un modelo de negociación que, durante tres décadas, ha hablado mucho y hecho poco.
El tiempo se agota. El planeta ya ha sobrepasado varios límites ecológicos y sociales. La humanidad necesita una acción inmediata y valiente. La COP 30 es quizá una de las últimas oportunidades para convertir los compromisos en resultados y garantizar que el siglo XXI no se recuerde como la era del colapso climático, sino como el momento en que la cooperación global venció la inercia y salvó nuestro futuro común.
Los humanos somos los únicos animales que destruimos nuestro hábitat. Los científicos ya han advertido que el colapso de la civilización humana en nuestro planeta se vislumbra en el horizonte. Pero, hasta ahora, han prevalecido los intereses de la producción económica capitalista, orientada al lucro.
Representantes de las grandes empresas de combustibles fósiles y agroindustria estarán presentes en la COP 30, como en todas las ediciones anteriores. La sociedad civil, principalmente ambientalistas y científicos, también participará en la Cumbre de los Pueblos. Pronto sabremos si se ha logrado algún progreso, aunque sea parcial, en alguno de los puntos de la agenda de la COP 30.