Crónica de una joven peregrina a La Basílica de Guadalupe desde Concepción Hidalgo, en Tlaxcala
Hace 15 años que no visitaba la Basílica de Guadalupe y volví a estar ahí en una peregrinación que demoró cinco días caminando por más de 100 kilómetros. El día 7 de Noviembre del 2025 emprendí un viaje único en mi vida, que expandió mi visión sobre la Fé.

Todo comenzó meses atrás, en Diciembre del 2024 platicando con mi familia sobre la peregrinación que se realiza año con año desde hace más de tres décadas, en la Comunidad de Concepción Hidalgo, perteneciente al Municipio de Altzayanca en el Estado de Tlaxcala, la conversación fue muy casual, algunos familiares compartían anécdotas, comentaban distancias, horas de camino y malestares, lo cual me llamó la atención, pero no indagué demasiado al respecto pues yo no tenía ni idea de lo que una peregrinación implicaba, lo único que tenía como referencia eran las historias que mi papá contaba, puesto que él había realizado por 5 años esta experiencia aunque desde otro punto de partida, en otras condiciones y con menos días de trayecto.
Tomar la decisión de vivir esta experiencia no fue un impulso, realmente tenía interés en hacerlo porque además de las historias de mi papá, en la adolescencia junto a mi familia y amigos ofrecimos comida voluntariamente en un paso de peregrinos y desde que recuerdo observaba por las calles y carreteras a los caminantes que con mucha Fé se dirigen hasta La Basílica de Guadalupe.
A este punto solo sabía que se trataba de una caminata por cinco días, me preparé físicamente con ejercicios funcionales y salidas en bici durante meses, no me preocupé de que comería, donde dormiría, me bañaría o cual era condición física necesaria, realmente no dimensioné todo lo que estaría por pasar.

El día viernes 7 de noviembre a las 2:30 a.m., inició el recorrido partiendo desde Concepción Hidalgo para llegar hasta Apizaco, junto a treinta personas caminé entre campos de cultivo, calles y carreteras federales, atravesando pueblos sin reconocer uno u otro, el clima de este día fue el más frío, algunos campos en la madrugada estaban cubiertos con una capa de hielo, ví como el cielo estrellado de la noche poco a poco aclaraba con el sol, mientras avancé 40 kilómetros aproximadamente en 7 horas, algo que jamás había experimentado, tuvimos algunas paradas en distintos puntos para tomar café y comida, que fueron de mucha ayuda para descansar un poco y tomar aliento puesto que mi cuerpo no estaba acostumbrado a caminar por mucho tiempo, este inicio me marcó muchísimo pues en un tramo de carretera que suelo transitar con mi familia, caí en cuenta de que yo era uno de esos peregrinos que veía con intriga durante muchos años, un momento muy sentimental que me hizo llorar.
Llegué a Apizaco a las 10:30 a.m., el comité organizador ofreció comida y noté que todos mis compañeros comían muy bien, sin embargo yo no tenía apetito, a este punto mis piernas comenzaron a resentir el cansancio, dormí un poco en el camión que nos alcanzó en este paradero y nos acompañaría durante todo el trayecto a partir de aquí, (este transportaba nuestras cosas, mochilas con ropa y cobijas, una parrilla, un tanque de gas, mesas, sillas, agua y naranjas) al despertar sentí como mis piernas ya no me respondían igual, lo cual dejé pasar, caminamos por otros 30 minutos hasta el centro de Apizaco y es donde comencé con un dolor fuerte en mi rodilla derecha y cadera, pasé a comprar pastillas para controlar la molestia y continué caminando hasta llegar al camión donde no dudé en abordar pues esa molestia casi me hace llorar y no de emoción.

El camión me llevó hasta la parada donde dormiría esa primera noche, mientras los demás caminaban 10 km más para concluir un trayecto de 50 kilómetros. Una vez todos reunidos, comimos en las mesas y sillas que transportaba el camión, las cuales de manera improvisada armaron en el parque de Xaltocan, al dar las 6:00 p.m., comencé a preparar mi cama, un colchón de campamento, con bolsa de dormir y 2 cobijas fueron el cobijo de esa noche y las siguientes. Dormí en el Auditorio Municipal, el cansancio era suficiente como para no importar que estaba prácticamente en el piso rodeada de personas desconocidas bajo un techo alto de lámina.

El día siguiente desperté a las 2:00 a.m, el sábado 8 de Noviembre, ya descansada y un poco recuperada del malestar en mi rodilla y cadera, caminé desde Xaltocan hasta la Colonia Adolfo López Mateos en el Municipio de Hueyotlipan, desde el centro del Municipio se formó un contingente conformado por una camioneta pick up al frente y una barrera de personas con chaleco y banderas reflejantes al costado del grupo denominados “bandereros”, en total recorrí 25 kilómetros con algunas paradas para reagruparnos e hidratarnos, pues aquí el camino fue totalmente autopista, me dió miedo en algún momento puesto que los trailers pasaban al costado de nosotros, a pesar de esto confiaba en que todos estábamos seguros de alguna manera. Al amanecer teníamos una parada específicamente para tomar café y pan, se volvió una parada importante para descansar y recargar energía en esos últimos kilómetros. Caminaba pero no veía el fin, preguntaba “¿Falta mucho?” y la respuesta siempre era “No, ya estamos cerca”, no podía dimensionar cuánto era uno o diez kilómetros en la inmensidad de la autopista, solo quería llegar a descansar y saber que me había acercado más al objetivo final ese día. Después de afrontar la pendiente más prolongada hasta el momento y sin subir al camión llegué al centro de la Colonia Adolfo López Mateos, donde una familia voluntaria nos tenía preparado un espacio en su casa, se trataba de un cuarto de 8 x 6 metros que usaban como sala y comedor pero en esta ocasión se ocupó de albergue.
Al llegar a la Comunidad nos dieron de almorzar para posteriormente transportarnos en el camión a unas regaderas de un paradero cerca de una gasolinera en la entrada a Calpulalpan, ese baño me relajó y refrescó, pues no habíamos tenido la oportunidad de hacerlo el día anterior. Una vez de regreso comí con todos en la calle junto a la casa y aproveché para platicar con un señor que llevaba treinta años realizando este peregrinar, le cuestioné cómo era el camino a partir de ahí y me emocionó la forma en la que narraba el trayecto, además de decir que ya habíamos pasado “la parte más difícil”, eso me dió tranquilidad y ganas de seguir, pero al mismo tiempo mi cuerpo me daba señales de que no podía más, este día apenas y podía caminar sin dolor, no comprendía por qué una actividad tan sencilla que realizo todos los días me costaba tanto, mi mente me impulsaba a continuar pero mis rodillas y cadera dolían demasiado, apliqué pomada caliente para calmar el músculo y dormí como pude, no encontraba una posición cómoda, simplemente el cansancio me hizo dormir.

La madrugada posterior, día domingo 9 de Noviembre salimos a las 2:00 a.m., desde la Colonia Adolfo López Mateos a San Cristóbal Zacacalco, una pequeña comunidad del Municipio de Calpulalpan, empezamos a caminar y simplemente mis piernas no me respondían, el frío de la madrugada agudizaba mi mal en la rodilla, lo cual me impedía flexionar ordinariamente, me acerqué a preguntar con otros compañeros cómo se sentían y casi todos me decían que tenían algo que les dolía, entendí que no iba a ser posible recuperarme de la noche a la mañana, cuando estaba a punto de subirme al camión para tratar de recuperarme, decidí continuar y subir hasta tener un pico de dolor como el del primer día, que habría sido el peor hasta hoy, caminé dos horas, subí al camión media hora, bajé nuevamente a caminar por dos horas y media, abordé por última vez en el día el camión por una hora y media, bajé a tomar café y pan, para finalmente concluir el trayecto del día en dos horas más, recorriendo 34 kilómetros en total.
Este día fue el más complicado para mí, pues ya traía una incomodidad desde el día uno y el cansancio se estaba acumulando, mentalmente me encontraba con ánimo, recordando siempre el objetivo final, pensando en las palabras de aliento que me dió mi familia antes de partir y eso me mantenía de pie muchas veces. Cuando por fin llegué a descansar, me encuentro con que dormiría en una casa en obra negra sin ventanas ni puertas, únicamente con revoque, en la planta baja almacenaban pacas de zacate y en la planta alta se distribuían cinco en cuartos y un baño, donde nos las ingeniamos para caber la mayor cantidad de personas posibles, con costales taparon un poco las ventanas y esa noche no pasé frío.

En punto de las 4:00 a.m., daba inicio el penúltimo día, 10 de Noviembre, un Lunes diferente a todos los de este y cualquier otro de mis años de vida, a decir verdad, no me fijé en qué día de la semana era, sino lo poco que faltaba por recorrer y todo lo que ya habíamos recorrido, quedaban solo dos días y mi cuerpo ya se sentía mucho mejor, pues a pesar de que descansamos en una obra negra, fue el día que mejor repuse energía, emprendimos el viaje de San Cristóbal Zacacalco hacía Texcoco, nos quedaban 28 kilómetros por delante, de los cuáles se cruzaba un cerro por 2 horas, pero para mí no fue posible hacer ese trayecto, debido a que esa mañana me percaté de que inicié mi ciclo menstrual, todos estaban listos y no alcancé a prepararme a tiempo, así que decidí quedarme en el camión, ahí pensé lo distinto que es el peregrinar para todos, esta situación se salía de mis manos y por un momento me enojé por el hecho de no hacer ese tramo, pero por otra parte entendí que el camino a partir de ahí sería un poco más complicado para mí y debía mentalizarme para dar un mayor esfuerzo.
Eran las 6:30 a.m. cuando empezaron a llegar los primeros compañeros a la parada que hizo el camión, donde ofrecieron café y pan, nos reagrupamos para continuar los últimos 14 kilómetros del día, sentía una gran emoción porque faltaba menos para llegar, me encontraba mejor de mi rodilla y cadera, empecé a caminar a un buen ritmo junto a otros compañeros platicaba y disfruté el camino, pero después de una hora sentía que no tenía fin, me desesperé pues había imaginado que llegaría más rápido, entonces mi ritmo bajó pero un compañero me apoyó marcando el paso y seguir así un ritmo constante, cuando noté ya habíamos llegado al almuerzo para reponer energía. Al reanudar la caminata nos formamos en filas de tres personas y avanzamos hasta la Parroquia de Santa Maria de Guadalupe, en este recorrido se sentía un ambiente de alegría, incluso se escuchaban porras pues nos encontrábamos a menos de 24 horas de concluir esta aventura.

Antes de comer y descansar por última vez en el viaje, el grupo se dirigió a un hotel ubicado a unas calles de Texcoco, renté una habitación para tomar un baño y relajarme un poco, al salir de ahí, me percaté de que no nos faltaba mucho para llegar a la Ciudad de México, incluso se me hizo un poco extraño ver a muchas personas y automóviles moviendose, de alguna manera ya me había adaptado a los paisajes naturales y la convivencia con pocas personas. Al caer la noche, nos acomodamos dentro de la Parroquia, un lugar en el que nunca imaginé dormir, pero que resultó ser muy cómodo y tranquilo.

El día martes 11 de Noviembre, nos preparamos para salir a las 5:00 a.m., todos subiríamos al camión para acercarnos a la Calzada de Guadalupe y hacer un último trayecto de 10 km aproximadamente, para llegar después de todo a la Basílica de Guadalupe. Este tramo final se percibía eterno, lo único que anhelaba era llegar y conocer ese sentimiento de concluir el la peregrinación, tomó 2 horas más caminando, tiempo en el que pensaba cuanto extrañaría la convivencia pues ya me había encariñado con los compañeros que hice. Hasta estos últimos minutos mi rodilla no estaba al 100 por ciento, pero no volví a sentir un dolor como el primer día, lo que me daba tranquilidad. De pronto una compañera me dice con gran entuciasmo “¡Ya vamos a llegar, ahí está!”, fue lo que necesitaba escuchar para olvidar mi cansancio y dar esos últimos pasos, cada paso nos acercaba, poco a poco veía más cerca ese característico techo en tono verde, hasta que por fin llegamos a el Atrio de la Basílica de Guadalupe, se escuchaban porras tras porras, aplausos y gritos de felicidad mientras avanzabamos hasta las puertas, cuando entré y ví a La Virgen de Guadalupe, sentí que ahí había culminado este gran viaje pero no fue así.

Para mí el cierre de esta inolvidable aventura fue en la Misa que viví ese día, me dispuse a escuchar y sentir cada instante de la ceremonia, empezó con un canto que hace referencia a la Fé y no pude evitar llorar por varios minutos, era algo que no pude controlar, fluí con mi sentimiento y solo venía a mi mente imágenes de todo el camino, los amaneceres, los hermosos árboles, montañas y cerros que enmarcan los senderos, las personas que conocí, las conversaciones, la comida, las risas, los momentos difíciles y también por unos segundos me sentí sola, veía como acudían familias y yo estaba ahí sin mis personas más importantes (mi mamá, mi papá y mi hermano), después de haber logrado algo único en mi vida, pero al mismo tiempo cuando finaliza dicha ceremonia tenía una sensación de plenitud, paz y gratitud, sentimientos encontrados que se convirtieron en ese cierre que necesitaba para esta gran travesía.
Desde los once años de edad no visitaba la Basílica de Guadalupe, un lugar que para mí tiene un significado espiritual enorme, más allá de la gran Obra Arquitectónica en sí.
Quince años después, ahora como Arquitecta, vivir este espacio desde su función espiritual fue un gran gozo, una sensación especial, que no pude haber experimentado de otra forma más que como peregrina, comprendí lo importante que es este recinto para los millones de creyentes que lo visitan anualmente, pude percibir lo imponente que es su Arquitectura, pero que al hacer consciente la intención por la que decidí caminar hasta ahí, se convierte en un refugio, donde la paz te envuelve, te hace olvidar que estás en el santuario más grande de México rodeado de miles de personas, las cuales muchas de ellas están compartiendo la sensación de cansancio, la alegría de haber llegado y sobre todo la misma Fé.

Crecí en un hogar católico, a lo largo de mi vida he presenciado varias festividades religiosas, me gusta observar y cuestionarme cómo es que cada persona vive de manera distinta la misma religión e incluso cómo son otras, este trayecto me hizo conocer varios puntos de vista, desde contextos sociales y estilos de vida distintos al mío, pero unidos por la Fé y Esperanza de encontrar Paz. Finalmente, comprendí que no se necesita hacer una peregrinación de 5 días para voltear a ver a alguien de nuestro alrededor y preguntar un poco de su historia para ampliar el panorama de la vida.
La Peregrinación hizo valorar mis comodidades pero sobre todo, hizo ver mis fortalezas y debilidades, puse a prueba mi paciencia, resiliencia y empatía, hizo conocerme más desde situaciones a las cuales nunca había estado expuesta.
Si bien al principio no tenía un fin claro, mi propósito con esta experiencia nunca fue un reto deportivo para medir mis capacidades físicas, conforme pasaron los días comprendí que la Fé me había llevado hasta ahí y estaba descubriendo lo que podía lograr con base en esto.
Siempre estaré agradecida con las personas que durante los momentos donde no podía más me ayudaron a seguir a pesar de no conocernos, los voluntarios que nos llevaban comida desde Concepción Hidalgo hasta las paradas, las cocineras que nos preparaban el café y se preocupaban por todos, mis compañeros que me confiaron sus historias y con mi familia y amigos que siguieron este viaje a distancia.
¿Lo volvería a hacer? Si, sin duda alguna, aunque las primeras veces siempre tienen un sentimiento especial e irrepetible.
(Imágenes tomadas por la autora de esta crónica)