Los “cambios” anunciados hoy en la UAP no son cambios, sino el reciclamiento de la sempiterna estructura burocrática. Lástima: Lilia Cedillo pierde la oportunidad de ofrecer el nuevo rostro a la institución que tanto ha demandado la comunidad universitaria y ella misma necesita para fortalecer su disminuida legitimidad. No dudo que con el nombramiento de Damián Hernandez, el manejo de los conflictos será más efectivo, pero solo en función de la estabilidad de la administración y no en función del proyecto académico que exige el estado y el país . Una vez más, los académicos quedan relegados a un segundo plano en la toma de decisiones de la universidad y se solidifica el poder burocrático dominante, marcando el rumbo de la institución .
No puedo asegurar que el nombramiento de Damián Hernández signifique la continuidad del agüerismo en la institución, ni es claro el papel que este funcionario pueda jugar en relación al gobierno estatal y federal, respectivamente. Pero de lo que no tengo la menor duda es que se maquillarán las grietas más superficiales del edificio universitario y se dejará intocada su estructura profunda, esa que se sostiene en la opacidad, el caciquismo y, en general, en el patrimonialismo que lo domina.
Salta a la vista la carencia de un verdadero oficio político y del más elemental capital cultural de la actual administración universitaria que le permita comprender las condiciones económicas, sociales, políticas e imaginarias, de su comunidad para hacer las modificaciones necesarias y ganar, a su vez, alguna legitimidad sin las fricciones acumuladas durante los últimos cuatro años; legitimidad, subrayo, que no se conseguirá ni con la imposición de una imagen, ni el culto a la personalidad, ni el acarreo, ni el silenciamiento de gran parte de la opinión pública , o las amenazas abiertas o veladas a la parte de la comunidad universitaria más vulnerable ni, tampoco, acrecentando el aparato burocrático, o ejerciendo un férreo control sobre la propia comunidad. La legitimidad se reconoce, no se impone, escribió H. Arendt en “ Entre pasado y futuro “.
Los datos que hoy ofrece Guadalupe Grajales, en e-consulta son reveladores de la situación que priva en la universidad y hablan por sí mismos:
“ La Universidad cuenta con un presupuesto de 10,370,000 000, diez mil trescientos setenta millones de pesos.
En el rubro denominado Analítico de Plazas se declaran 2607 académicos hora clase; 411 académicos de medio tiempo; 2121 académicos de tiempo completo; 19 no académicos de medio tiempo; 4248 no académicos de tiempo completo y 4893 jubilados y pensionados.
La información relativa a Servicios Personales contenida en el Proyecto Anual de Ingresos y Presupuesto de Egresos 2025 no distingue entre trabajadores académicos y no académicos. De manera tal que no contamos con los datos relativos a salarios, prestaciones, estímulos, bonos, etc., incluidos en el ingreso tanto del trabajador académico como no académico, pero sí podemos destacar algunas cuestiones.
Por ejemplo, llama la atención que el número de personal no académico de tiempo completo duplique al personal académico de tiempo completo. ¿Cómo se explica que el número de docentes que realizan las actividades sustantivas de la universidad alcance sólo la mitad del número de trabajadores administrativos?
… El rubro de Servicios Personales asciende a 5252,665,038.32 pesos (cinco mil doscientos cincuenta y dos millones seiscientos sesenta y cinco mil treinta y ocho pesos treinta y dos centavos) equivalente al 50.65 % del presupuesto total.
Esto significa que la mitad del presupuesto universitario se destina al pago de las actividades sustantivas y adjetivas. No sabemos en qué proporción”
Pero el peligro de construir una política defensiva en función exclusiva de el “status quo” es que más temprano que tarde acaba destruyendo al otro y destruyendo a quien la ejerce, como nos lo dejó ver la propia historia de los partidos políticos y, especialmente, la del PRI, gracias a la hipostación de la frivolidad, el ensimismamiento y la soberbia que provoca la ceguera del poder.