diciembre 4, 2025, Puebla, México

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El monstruo y su reflejo / Alberto De La Fuente

No pude resistir la tentación de ver la nueva película de moda: Frankenstein. Lo curioso es que esta historia, escrita por Mary Shelley hace más de dos siglos, se ha contado una y otra vez —más de sesenta veces en el cine— y, aun así, seguimos volviendo a ella. Tal vez la razón sea que, en un mundo donde todo se disfraza, Frankenstein nos pone frente al espejo y nos obliga a mirar lo que escondemos bajo la piel: nuestras propias deformaciones emocionales. En manos de Guillermo del Toro —quien ha hecho del cine un refugio para los incomprendidos—, descubrimos seres que, detrás de su aspecto temible, guardan ternura, vulnerabilidad y heridas que nunca cerraron. Su genialidad está en mirar con compasión los hechos que los quebraron, en entender lo que soportaron antes de elegir —si es que alguna vez fue una elección— el camino oscuro. Frankenstein (que no es el nombre del engendro, sino del científico que lo creó) es el ejemplo más claro: un hombre que, obsesionado con desafiar la muerte, da vida a un ser al que pronto repudia… e intenta destruir con una crueldad que desborda lo humano. La criatura sobrevive, pero su aspecto la condena a un mundo que juzga por las formas y no por el fondo. No son las cicatrices ni las imperfecciones lo que la corrompen, sino el desdén. Y comprendemos entonces que el verdadero monstruo no era el engendro, sino su creador. Durante mi cautiverio pensé muchas veces en eso. ¿Quiénes eran los hombres que me tenían encerrado? ¿Qué historia los llevó a destruir la vida de otros para llenar sus platos? ¿Cómo es que no sienten remordimiento por lo que hacen? A diferencia del Frankenstein de Shelley, quizá hasta hoy se mezclan entre la gente sin despertar sospechas. Pero si sus deformaciones del alma pudieran verse, aterrarían al más valiente: heridas invisibles, pero abiertas. Yo nunca justificaré a quienes me dañaron, aunque no dejo de preguntarme quién fue el Víctor Frankenstein de mis propios verdugos… y qué tanto habrán sufrido para permitir que la oscuridad tomara posesión de ellos. Será entonces que, en el mundo real, la crueldad nace del dolor y el odio, del rechazo. Y, a veces, también lo creo, hay quienes ya traen el mal de origen.

¿Será entonces que la maldad habita en la esencia misma de lo que somos… o en lo que la vida, con sus giros inesperados y heridas, nos empujo a convertirnos?

¿Somos genética, libre albedrío… o una mezcla inevitable de ambos?

¿Y tú… qué opinas?