diciembre 30, 2025, Puebla, México

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El pelaíto que no duró nada, precursora de la literatura “sicaresca” / Gerardo Castillo-Carrillo

Su horizonte vital se reduce a dos opciones: una muerte temprana o permenecer en la miseria

Una constante de la literatura latinoamericana son los personajes marginales y los espacios periféricos. La insistencia está motivada quizá por el atraso económico, social y político que caracteriza a esta región. A partir de los años ochenta la literatura colombiana registra sus primeras obras narrativas en las que la violencia es el asunto o transfondo principal. Estas obras abordan el tema de la marginalidad y de la exacerbada criminalidad producto del narcotráfico, aunado al surgimiento de un nuevo personaje social que tiene una vida efímera, proveniente de los barrios pobres de Medellín: el sicario, figura central de la novela El pelaíto que no duró nada, del escritor y cineasta colombiano Víctor Gaviria.

Víctor Gaviria y Alexander Gallego (Fuente: Víctor Gaviría).

La novela testimonial El pelaíto que no duró nada fue publicada en 1990 por el sello editorial Planeta. En un inicio su autor, Víctor Gaviria (reconocido guionista y cineasta), se propuso documentar la vida de los jóvenes marginados de los barrios populares de Medellín, con la intención de dar continuidad a su obra fílmica centrada en la representación de la violencia urbana en los sectores sociales más desfavorecidos de la ciudad. Entre sus películas más conocidas se encuentra Rodrigo D. No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998), Sumas y restas (2004), La mujer del animal (2016), entre otras.  El texto se construyó a partir de una serie de entrevistas que Gaviria sostuvo con Alexander Gallego (Wílfer en la novela), quien le narró la vida de su hermano menor, Jayson. Este joven fue asesinado a los quince años por integrantes de la familia de una de sus víctimas, en un acto de venganza, luego de que él mismo hubiera cometido un homicidio meses antes.

El pelaíto que no duró nada reúne, quizá por primera vez, los elementos característicos de la narrativa sicaresca: violencia social, disfunción familiar, pobreza y marginación estructural desde los aparatos hegemónicos, tanto políticos como económicos. Para el narrador, las comunas de Medellín son espacios de supervivencia o muerte, único destino seguro de los protagonistas, tal como sucede con su hermano Fáber, quien a los quince años es asesinado como venganza por uno de sus múltiples crímenes. Uno de los aspectos destacables del texto es el uso del parlache, modalidad lingüística de los habitantes de estas zonas excluidas. Las comunas son visualizadas aquí como espacios decadentes que exhiben la desigualdad económica y como verdaderas zonas de guerra y sobrevivencia; aunque en un principio no formaron parte de la ciudad, sus límites geográficos han llegado ya a ubicarse dentro de la propia metrópoli. En ese contexto, las categorías centro-periferia no son necesariamente localizaciones estables, no obstante, la visión del narrador es insistente al considerar que la fealdad y la alteración del orden espacial se debe a los barrios pobres que coexisten junto a la urbe.

De tal modo que en estos espacios excluidos se genera una economía vulnerable con carencias educativas, escasos activos patrimoniales y desempleo; se originan además nuevas dinámicas territoriales, bajo una constante desigualdad. Ciudades latinoamericanas como Medellín, que mantienen un crecimiento poblacional desmedido y poco homogéneo, de manera paradójica forman parte de una economía global que solo produce pobreza y desigualdad. Este patrón temático será también explorado en novelas de corte sicaresco como El sicario (1988) de Mario Bahamón Dussán; No nacimos pa semilla (1990), de Alonso Salazar; Morir con papá (1997), de Óscar Collazos; Sangre ajena (2000), de Arturo Alape y, por supuesto, quizá dos de las novelas más emblemáticas de este género: La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo y Rosario Tijeras (1999), de Jorge Franco. De manera más reciente también se publicaron La cuadra (2016), de Gilmer Meza, así como Era más grande el muerto (2017), de Luis Miguel Rivas.

En resumen, En la novela El pelaíto que no duró nada se ofrece una radiografía de la figura del sicario, generalmente representado como un antihéroe, ya que carece de posibilidades reales de progreso económico. Su horizonte vital se reduce a dos opciones: una muerte temprana o permenecer en la miseria. A diferencia del narcotraficante, quien accede de manera inmediata a bienes materiales; en cambio, el sicario no cuenta con expectativas de ascenso social. En El pelaíto…, como en el conjunto de la narrativa sicaresca, la juventud resulta un elemento determinante, así lo comprobamos con Fáber (hermano menor del narrador) y su grupo de amigos que comienzan a asesinar desde la niñez; sin embargo, todos mueren antes de alcanzar la mayoría de edad. Esta situación evidencia las contradicciones del neoliberalismo económico, pues estos jóvenes matan por encargo para sobrevivir y obtener recursos para sus familias, pero terminan siendo desechados bajo la lógica del capitalismo de mercado. En el año 2020 Seix Barral editó nuevamente la novela para conmemorar los 30 años de su publicación.