En América Latina, Nicaragua es el tercer país más pobre después de Haití con 1 560 dólares per cápita y Venezuela con 1 620 dólares per cápita (2023). El 72% de la población de Nicaragua es cristiana, el 25% no profesa ninguna religión y el 3% otras religiones. De los cristianos, los católicos son el 40 % y los evangélicos el 32 %.
En los últimos 20 años los fieles católicos viven un claro descenso y los fieles de las distintas iglesias evangélicas un crecimiento constante. La dictadura de Nicaragua, que encabeza el presidente Daniel Ortega, y la vicepresidenta, Rosario Murillo, su esposa, han tenido una actitud hostil hacia la Iglesia católica en particular a partir de 2018.
Ese año hubo levantamientos populares en contra de la dictadura, que el gobierno sofocó con una represión que dejó 355 muertos, 2 000 heridos y 1 600 detenidos, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Una parte de los sacerdotes y de los obispos apoyó a los manifestantes. La dictadura perdió credibilidad y apoyo entre la población. Si en 2021 se hubieran dado elecciones verdaderas, Ortega y Murillo las habrían perdido, de acuerdo a todas las encuestas.
A partir de entonces la dictadura empezó el ataque frontal contra la Iglesia y de 2018 al inicio de 2023 se cuentan ya 250 agresiones, que se inscriben en la lógica de una persecución sistemática. La Iglesia católica en Nicaragua está dividida y hay un sector de la jerarquía que, a pesar de los golpes del régimen, mantiene cercana relación con él.
El sector de sacerdotes y obispos más comprometidos con el Evangelio, con la democracia y la justicia, y más cercanos a la población son los que enfrentan la represión del gobierno. Ese sector es la única voz todavía libre en el país y la que por todas las vías quiere callar la dictadura. Por ahora ha recurrido a la expulsión, al destierro y a la cárcel de sacerdotes y religiosos. Todavía no al asesinato.
La dictadura acusa a ese sector de la Iglesia, sin prueba alguna, de invitar a la rebelión, de socavar las instituciones del Estado, de promover el odio y de traición a la patria. En los años por venir, la situación de ese sector de la Iglesia se verá cada vez más golpeado, ahora el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, ha sido sentenciado a 26 años de cárcel.
Ante esta situación, que no se ve como pueda mejorar, resulta difícil entender la estrategia del papa y el Vaticano, para enfrentar la persecución que vive la Iglesia en Nicaragua. En todo momento su reacción ha sido muy débil ante la gravedad de los acontecimientos y en ningún momento han criticado a la dictadura y a los dictadores.