diciembre 7, 2025, Puebla, México

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Del Barroco al Terrace (Crónica 18) Sergio Mastretta

Introducción

En 1987 el Maestro en Ciencias Samuel Malpica Uribe gana la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla en sucesión de Alfonso Vélez Pliego. Lo hace con el respaldo de miles de estudiantes que participan en una elección con voto universal, directo y secreto que sustenta el proyecto de universidad democrática, crítica y popular, vigente desde 1973. Con Malpica Uribe inicia la quiebra de ese proyecto de universidad en manos de una izquierda política que encuentra su valor fundamental en la independencia política respecto del Estado, pero su talón de Aquiles en la dependencia económica de la voluntad gubernamental.

La ruptura entre las facciones dominantes de la universidad se produce en enero de 1989, durante el segundo informe del rector Malpica, quien acusa de corrupción a la administración de Vélez Pliego. Siguen dos años de conflicto que incluyen la destitución del rector, la constitución de un triunvirato de gobierno por una de las facciones en el Consejo Universitario y el desgobierno hasta que se celebran nuevas elecciones en abril de 1991, todo ello en medio de múltiples refriegas callejeras como la toma del edificio Carolino por los enemigos de Malpica y el asesinato en circunstancias nunca esclarecidas del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz el 22 de diciembre de 1989.

El conflicto termina con la reforma de la ley orgánica que suprime el voto universal, directo y secreto de los estudiantes, y con la recomposición de las relaciones con el poder público estatal. Lo que sigue es la crónica de ese proceso.

Publicamos en Mundo Nuestro nuevamente estas crónicas con el ánimo de contribuir a la discusión colectiva sobre la realidad de la universidad pública en Puebla en el marco del reciente paro estudiantil y las reformas impulsadas por un movimiento que sin duda es un punto de inflexión en la historia de la Beneméita Universidad Autónoma de Puebla.

 

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Crónica 18

Del Barroco al Terrace

 

Viernes 6 de de abril de 1990. El Consejo Universitario se reúne en el quemacocos de la azotea del Hotel Aristos. Los empleados de la cadena hotelera le pasan a Ismael Ledesma la cuenta de 200 000 pesos por cuatro horas. Un lugar ardiente que obligó a los consejeros a buscar refugio con todo y mesa de presídium en un rincón. Un sol que cae de lleno sobre los universitarios y sus golpes de pecho. “Culpable soy yo…” canta el Puma José Luis Rodríguez. Pero ni tu ni yo lo escucharemos. “No, la responsabilidad de lo que ocurre es de todos”, exclamarán una y otra vez los consejeros, reunidos por primera vez con las camisetas de todas las corrientes políticas desde aquella agitada tarde del 18 de octubre en la que estalló el conflicto que los trae de la greña y mantiene a la ciudad en jaque.

Una sesión informal convocada para las 10:00 horas. A las 11:20 empiezan. A las 12:20 logran ponerse de acuerdo en contar a los asistentes. Y no son muchos: 77 consejeros ―incluyendo a Jorge Maldonado que llegó después del conteo―, 26 de ellos suplentes y por lo menos dos parejas de propietario y suplente de un mismo centro universitario. Pero no hay problema, como no lo hubo a la hora de escapar del sol y romper ese aire de convención de agentes viajeros que tenía el salón a las 10:30 de la mañana, con unos cuantos consejeros tomando el fresco de las sombrillas al fondo, dejando vacío el sillerío, la mesa con micrófono y las jarras de agua para el presídium. No hay problema, me digo, aunque haga una sencilla cuenta: 77 consejeros es más o menos el número que en sus mejores momentos lograron reunir en sus Consejos los maestros en ciencias Malpica y Monroy. Ahora están las dos partes en pugna. ¿Dónde están los otros 115 propietarios? ¿Y sus suplentes? ¿En qué creen ellos, como se identifican? ¿Se dan golpes de pecho?  

“Fue un movimiento de consejeros el que llevó a la remoción de Samuel Malpica, no de corrientes políticas”, me dijo en la semana Ismael Ledezma. “Yo he sido el primero en estar en contra de la imposición de los intereses de grupos políticos sobre los de la Universidad”, me dirá al final de la sesión informal Alfonso Vélez. Así ha de ser.

Intento identificar a los personajes presentes. Revueltos ―con excepción de los estudiantes malpiquistas que se reúnen en torno a las figuras de Jorge Avila Penna y Rafael Machorro, aglutinados al centro―, veo a quienes un testigo no universitario encuadraría en el difuso nombre de “clase política”. Por allá el maestro Ornelas, con su greña y su tranquilidad; en el otro extremo, junto a la mesa, Alfonso Vélez, de jeans, chamarra de cuero y un discurso que electriza, que obliga a la atención de los presentes cada vez que toma la palabra; a su lado está el silencioso Ismael Ledesma; por acá un robusto Miguel Angel Burgos; en la mesa, los comisionados de enlace, Germán Sánchez Daza y María Eugenia Martínez, dos maestros de la Escuela de Economía, que sesionaron en el Consejo en Derecho y son conocidos como “Los terceristas”; ahí mismo, Perroni  ―que moderará buena parte de la reunión― y Nares, que no dirá esta boca es mía, ambos considerados dogeristas; León Magno, moreno y sonoro, identificado con Urbano Carreto, al que se le verá por ahí, como diciendo aquí estoy. No doy para más. Supongo que los presentes están aquí porque en la universidad se juegan sus vidas, para bien o para mal.

De las 11:20 a las 12:20 la sesión se fue en un pleito por los cartelones que pegaron en los ventanales los estudiantes malpiquistas. Más de quince intervenciones en pro y en contra. Y los muchachos la complican; exigen mandato de base, y casi rasgan sus vestiduras. Y todavía más, un consejero de Economía demanda la salida de Alfonso Vélez y de Jorge Zárate, del que dicen estuvo presente en la balacera de hace una semana. Su participación coincide con la firma de un desplegado que demanda la salida de los grupos armados del Carolino. Se entiende que una hora después, luego de que por fin dijeran quién es quién, el economista Ornelas pidiera simplemente que se precisara el orden del día.

Y sí, nadie dijo “que poquitos somos”. Al revés, se sentía un ambiente de “bueno, algo es algo, en dos años apenas nos hemos juntado cuatro veces, esto es un éxito”.

Y sí, dos horas después, todos saldrán muy contentos.

“El tamal está hecho ―me dice un viejo experto en el tema―, aquí ya se vendió a Monrroy”.

Los consejeros reunidos en el Terrace tienen que plantear sus posiciones sobre todos los acuerdos previos que puedan existir. En realidad, la sesión no descubrirá nada fuera de lo común, cada grupo seguirá atrincherado en su visión. Mientras ellos hablan y discuten en el rincón que los salvó del sol, los reporteros esperamos escuchando a unos y otros. Y no por pasar el tiempo; uno formula interrogantes: ¿Cuánto se está dispuesto a ceder? ¿Los malpiquistas aceptarán acuerdos sin Samuel Malpica como rector? ¿Se nombrará un nuevo rector interino?

Finalmente, a las 12:30 la reunión toma rumbo; se leen las posturas que se han dado a conocer en la prensa. Empieza el grupo de estudiantes malpiquistas con el documento que intentaron leer desde el inicio de la sesión. Lo lee Jorge Avila Penna, sobrio, apenas audible, que hoy será la voz cantante entre quienes apoyan a Malpica, cuya posición reivindicará estrictamente. Sus planteamientos son obvios: desalojo del grupo armado que está en el Carolino, sin ello no hay diálogo; adelanto de elecciones como lo propuso en su momento Samuel Malpica; sesión de Consejo Universitario citado por la “autoridad legítima” y discusión de cualquier reforma sólo en un Congreso General Universitario. Los estudiantes no ceden en nada, pues.

Vélez Pliego sugiere que se lean los desplegados aparecidos en la semana, cada uno con más de 400 firmas de académicos y administrativos y que en lo básico avalan las alternativas propuestas por Juvencio Monroy. María Eugenia Martínez de Ita lee el que apareció este mismo día en el periódico Cambio, el de los administrativos; llaman a fortalecer el Consejo Universitario; no basta el adelanto de elecciones, debe discutirse las características de un gobierno de transición que lleve a la transformación de la UAP; antes de cualquier elección, deben discutirse las normas de funcionamiento de Rectoría; y en el proceso de concertación no se puede dejar de lado el acuerdo de destitución de Samuel Malpica por el CU y el nombramiento de Monroy. Y luego llaman a una sesión del Consejo, presidida por Juvencio, que discuta en primer término la ley orgánica y establezca la duración del interinato.

Después, Edmundo Perroni lee la carta de Juvencio a los consejeros; es clara, refiere el crecimiento desordenado y sin control de la matrícula y la nómina del personal, la estructura administrativa anacrónica, el predominio de los grupos políticos en las decisiones de la institución y la carencia de estatutos y reglamentos que rijan la vida universitaria. A todo eso, Juvencio propone la discusión de una nueva ley orgánica que sobreponga los valores académicos sobre los político–partidista y logre una relación equilibrada entre la UAP y sus trabajadores. El mismo Perroni lee la posición que queda en medio, la que publicaron días antes treinta consejeros, según la cual es legítima la destitución de Samuel Malpica; hay que erradicar el esquema de las corrientes y propiciar  un debate que resuelva las dos vías propuestas, el adelanto de elecciones y las reformas a la ley; el documento pide que el Consejo Universitario ocupe el papel que le corresponde y no se someta a ningún grupo, de manera que pueda discutirse la ley orgánica sin interferir con el proceso electoral.

No hay más, fuera de un documento de los consejeros alumnos malpiquistas, a su modo una postura intermedia respecto a la expuesta por Avila Penna: Universidad Democrática, Crítica y Popular, que Malpica y Monroy se hagan a un lado y sean los consejeros alumnos los que convoquen y presidan la sesión unificada del Consejo Universitario. Hubo algunas risas de los asistentes que molestaron a los estudiantes. Pero los puntos quedaron planteados, y los reporteros nos preguntábamos cómo se operará todo esto.

La salida inmediata la da el inefable Vélez Pliego: “Es un éxito esta reunión”, dice de entrada, sin leer documento alguno, pero como si lo hiciera. Dice que se tienen que discutir el carácter de una crisis múltiple: estructural (“simplemente la universidad ya no funciona”), de legitimidad de la UAP, de gobierno y electoral (“el que tenga más clientela”). Y luego propone que la Comisión de Enlace sistematice los planteamientos y los presente en una nueva reunión preparatoria.

Todos lo escuchan muy atentos. Pienso en la consigna de hace unos meses (“fuera Vélez, fuera Malpica de la UAP”) y me digo que los conflictos políticos se asemejan a esos rostros que todos los días enfrentan el espejo, siempre iguales, siempre distintos, múltiples a pesar de las afeitadas. Porque hace mucho que lo dijo algún priista, hijo pródigo recuperado de un mal sexenio: “En política no hay cadáveres”.

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