El mes de mayo puede ser sombrío, pese a la paradoja de los árboles en flor: tabachines, tardías jacarandas, adelantadas lluvias de oro.
Llueven noticias de episodios de crueldad, sobre todo el asesinato de jóvenes, en San Bartolo de Berrios, Guanajuato, el de una chica influencer en Guadalajara, el de dos capacitadores de policía tambien aquí, el de dos colaboradores cercanísimos de la jefa de gobierno de la CDMX, Clara Brugada, más lo que sucede de violencias en Chiapas, Sinaloa, Tarahumara. Duele saber del hambre y asesinato de niños y jóvenes en Gaza, y también saber que continúan varios rehenes de Hamas sin ser devueltos a sus familias. Duele el dolor de Ucrania.
Nos golpean en nuestro país los múltiples casos de corrupción que van brotando a la luz; los candados atemorizantes a la libertad de expresión y al derecho a la información (el caso de Héctor de Mauleón por publicar de una red de huachicol con ramificaciones en Tamaulipas; el fin del INAI…). Ni hablar del permanente horror que sigue emanando de los dos ranchos (Izaguirre y de la Vega) de Teuchitlán, Jalisco, ni del prolongado viacrucis de la madres buscadoras en todo nuestro país.
¿Qué hacer? me preguntan a veces, pero cada quien debe hallar su respuesta propia.
No todas ni todos podemos hacer los mismo. Todos, eso sí, necesitamos absolutamente de las y los otros para vivir y sobrevivir, y ninguno/ninguna sobra.
Nada sería yo sin aquellos que me hacen reír o sentir acompañada, alimentada, querida, sanada, entendida. Nada sin los brazos que me ayudan a cargar cosas que ya me va costando sostener. Nada sin las palabras de mis colegas poetas que siguen empeñados en nombrar la luz de cada día, recitar los misterios de la vida, o denunciar el horror con voz de trueno.
Mi generación (esto va con música de “Yo también nací en el 53″) creció en medio de retos enormes. No vivió la inmediata postguerra, pero casi; sí el inmediato post Concilio Vaticano II, y las conferencias episcopales de Medellín, Puebla, y las que siguieron). Éramos menores de edad aun cuando sucedió el cañonazo que significaron en México el 68 de Tlatelolco, o el halconazo del 10 de junio del 71. Vivimos luego la pujanza ciudadana por transiciones aún incumplidas y a veces en retroceso: democracia electoral, derechos humanos, desmilitarización, libertades fundamentales, justicia social, derechos de los pueblos originarios, ciudades para todos, derechos medio ambientales.
Paco mi hermano decía en que es necesario construir un yo-nosotros, un “yotros”, un nosotros con el cual podamos caminar juntos, hacer la vida juntos, como “Ese otro que nosotros somos” de Octavio Paz en Piedra de Sol.
“Toda agresión -nos escribía mi querido hermano poco antes de morir- aniquila el nosotros”. “…estas agresiones o violencias o hambres no las resolveremos eliminando a la persona que las actúa…” “… todos tenemos esa violencia incrustada socialmente, y la podremos resolver si entre todos nos deshacemos de la violencia, no del violento o de la violenta.” Para construir ese “yotros” “necesitamos buenas dosis de humildad, introspección, ternura y capacidad de perdón”.
No hay solo sombras en mayo. A los jóvenes de hoy, a quienes heredamos sin quererlo un mundo endurecido y polarizado, debemos ofrecer, con delicadeza (no como vejestorios tira netas), certezas de que es posible caminar en medio de las cenizas, al lado del abismo.
Juntos, en sabrosa manada, en colectivo, desde el personal misterio de silencio y soledad que cada quien es, podemos sanar heridas, reconocernos, ir caminando para que el agua y la luz, el pan y los manteles se extiendan para todos (y todas y todes).