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6 Mayo 2024, Puebla, México.

La autopsia de Borges

Cultura | Crónica | 7.FEB.2021

La autopsia de Borges

Ojos abiertos, párpados retraídos, como si quisieran hablar, inundados de lágrimas

Se oyen los cascos de la muerte, con jinetes, belfos y escalpelos. En el solitario espejo, el único del anfiteatro, alcanza su insospechado rostro eterno. El círculo se ha cerrado. No hay necesidad de aguardar. Pisan sus pies la sombra de las lanzas que lo han encontrado. Las befas de la muerte, los jinetes, las crines, los caballos se ciernen sobre él... Ya el primer golpe, ya el duro acero que le raja el pecho, el íntimo cuchillo en la garganta.

  Preside el aquelarre de mármoles finales. El silencio y la noche gastada se han quedado en los ojos de Borges. Ya muerto, ya inmortal, ya fantasma, se presenta al infierno que Dios le había marcado y a sus órdenes van, rotas y desangradas, las ánimas en pena de hombres y de caballos. Siempre las flores vigilarán tu muerte, porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos que su existir dormido y gracioso es el que mejor puede acompañar a los que murieron sin ofenderlos con soberbia de vida, sin ser más vida que ellos. El tiempo está viviéndole.

Las noches de autopsia tendrán otros médicos y cada uno tendrá una versión distinta del cuerpo. Casi podríamos hablar de muchos cuerpos titulados, Las mil y una noches.

  Cubro el único espejo del anfiteatro, que refleja su rostro, pero no su cuerpo. Retiro la sábana, Jorge Luis Borges, desnudo.

  Cito a Tomás de Aquino: “Contemplar al hombre vale más que contemplar a las estrellas”. Edgar Allan Poe, admirado por Borges, dijo que la muerte de una mujer hermosa es el asunto más poético del mundo, sin embargo, la muerte de un poeta es quizás el asunto más estético.

  El cuerpo es un sumiso animal doméstico, como si no hubiese dormido por años.

  Se parece a todos los hombres, es mortal. Inmóvil, con los ojos inertes, no parece percibir los sonidos que yo procuro inculcarle. Ya no queda ni vestigio de sangre.

 

Sin descripción disponible.

Jorge Luis Borges. Foto de la revista Lima gris.  

¿Por dónde empezar? El último órgano que se extrae de un cadáver es el cerebro, pero en este caso, tengo la curiosidad infantil de abrir el cráneo, como cuando de niño, abría maracas para saber qué tenían dentro.

  Me resisto, quizás, por ética, haré las cosas como están establecidas, con su propio orden. Abrir el cuerpo como leerlo. Soy un patólogo hedónico, los cuerpos han deparado emociones estéticas tan intensas, lo repito; busco emoción en el cuerpo.

  Ya no eres el otro, ya eres Groussac y Borges, en el mismo tiempo.

  Descripción: Hombre anciano, al decir anciano, me arrepiento y corrijo: Hombre mayor de ochenta años, caquéctico, qué adjetivo, lo conocería Borges, qué ingenuidad la mía. Cráneo con poco cabello, canoso, normocefálico, ¿Borges normocefálico? Sin exostosis, pero existe una pequeña endostosis en el área frontal.

  Frente: En la epidermis, una palabra que apenas puedo percibir: EMET, o quizás MET. Deseo acercarme y soplar.

  Cicatriz de 48 años, la acaricio -nunca antes había acariciado una cicatriz-, gracias a ella tenemos cuentos fantásticos como El Sur y Funes el memorioso.

  Ojos: ¿Cuántas cosas tus abarrotados ojos han visto? Las duras cosas que ahora soportablemente pueblan la noche. Abiertos, párpados retraídos, como si quisieran hablar, globos oculares inundados de lágrimas, las pupilas fijas, la presión elevada aún propia de su conocido glaucoma, el color amarillo predomina en la capa de bastones de la retina y ahí están los tigres con su ir y venir, la estatua rígida de San Martín, las jacarandás, el cuello blanco del uniforme de Fani, la acera de la calle Maipú y la imagen de Bioy. El iris, marcado por un arrabal infinito, donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.

  La esclera color sharlach, el humor acuoso scarlet, la coroides écarlate, la retina escarlata con un dolce color d’oriental zafiro, ahí en la profundidad de la mácula una M, junto una E y una B mayúscula.

  Cierro con delicadeza sus párpados y los beso, primero el derecho y me demoro tutto tremante más en el izquierdo.

  Oído externo: cerumen bañado de palabras anglosajonas y versos elegíacos. En el oído medio: el martillo, el estribo y el yunque unidos por eddas, sagas y acúfenos similares a cantos de sirenas.

  Boca. Vaho de palabras. Palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos. En las papilas gustativas, palabras paladeadas.

  Lengua: Die Zunge, The tongue, La lengua, La langue. El tercio posterior con micosis de ironía, el anterior, virgen.

  Labios: ¿quién los habrá besado con pasión?: ¿María Esther, Elsa, Ulrika, Elvira, María, Haydeé, Beatriz?

  Cuello, Tórax y abdomen: sin patología aparente.

  Extremidades: ¿Dónde está el bastón? Manos sin garras de pájaros.

  Uñas: sin dóciles medias halagadoras y sin zapatos de cuero fortificadores.

  Me han informado que no serás guardado en la Recoleta ni habrá flores secas ni talismanes y en efecto continuarán tus uñas su terco trabajo.

  Con el escalpelo, hago una profunda incisión desde el hueco supraesternal hasta la sínfisis del pubis, rodeando el ombligo. El costotomo me ayuda a llegar al corazón, lo tengo en mis manos, pesa más de lo normal. El ventrículo derecho lleno de Buenos Aires, el izquierdo de Ginebra. La válvula mitral oriental y la pulmonar con delicias de Adrogué. En la aurícula izquierda Francesca y en la derecha, Paolo un foramen oval prueba de comunicación interauricular.

  Incido la cavidad craneal vía pabellón auricular, desprendo los colgajos del cuero cabelludo hacia delante y hacia atrás, realizo con sierra eléctrica la craneotomía, separo como un casco la bóveda craneal sin desprender las meninges, extraigo en su totalidad la masa encefálica, con corte anteroposterior separo las dos mitades para observar el color, tamaño y peso. Abro los ventrículos para ver la coloración del líquido céfalo raquídeo.

  Antes de rebanar el cerebro tuve que abandonar todos los sentimentalismos y recordar lo que decía mi maestro, el doctor Del Paso: el cuerpo y los órganos que estudias son siempre los de “El Hombre“, el homo sapiens. Con el mayor respeto, desprendo el cerebro, lo saco, lo poseo, admiro su grandeza, su peso, su belleza, lo tomo con ambas manos, cubierto de sustancia gris, blanco por dentro, cisuras, surcos y eminencias. Comienzo a rebanarlo con un cuchillo muy filoso, veinte rebanadas de cerebro del querido Georgie.

  Hemisferios cerebrales unidos por ideas de suicidio, aparece la imagen de la prostituta de Ginebra. Juntos, Dante, Beatriz y Virgilio leyendo frases bien entonadas y acentuadas frente a miles de espejos.

  En el diencéfalo formado por epitálamo y tálamo se pueden ver con el microscopio las dendritas de las cuales cuelgan sueños lúcidos.

  El hipotálamo infestado de pesadillas, laberintos, espejos, minotauros, caballos y ahí, por supuesto, está De Quincey.

  La hipófisis, como una pequeña nuez, con sus lóbulos anterior y posterior, sentada en la silla turca del esfenoides, ovoide, aplanada por arriba. El lóbulo anterior encargado de sus funciones endocrinas y el posterior de naturaleza nerviosa, como esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro será de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico está ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (el reflejo del escalpelo digamos) es infinitas cosas, porque yo claramente la veo desde todos los puntos del universo.

  En el mesencéfalo, veo el populoso mar, veo el alba y la tarde.

  Bulbo raquídeo o médula oblonga, ahí están todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó.

  Me separo del cadáver y veo la circulación de mi oscura sangre, veo el engranaje del amor y la modificación de la muerte, veo la cara de Jorge Luis Borges, sus vísceras, veo mi cara, siento vértigo y lloro, porque ningún patólogo ha mirado así al inconcebible argentino.

José Luis de la Concha.