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25 Abril 2024, Puebla, México.

Alto umbral al dolor. Una experiencia personal con la vacunación / Alicia Flores, escritora

COVID 19 en 2022 | Crónica | 26.FEB.2021

Alto umbral al dolor. Una experiencia personal con la vacunación / Alicia Flores, escritora

(Fotografía de Jesús Olguín)

Voces en los días del coronavirus

Experiencia personal con la vacunación en municipios de Cholula.

Con mentalidad médica pienso que es paradójico que tales programas sean municipales, puesto que el mayor índice de contagios son metropolitanos. “No –-dicen los expertos--, eso parece porque los enfermos graves van a dar a los hospitales de concentración, pero el 75 por ciento proviene de las regiones rurales”. Mis colegas y todos los colaterales dicen lo contrario: que de cinco pacientes internados en alas de Covid 19, cuatro pertenecen a la población urbana. O sea, la vacunación está bajo sospecha de politización.

 Aclaro que tiene diez años que no veo noticias. Ayer miércoles, al ingresar a mi clase de Comunicaciones me entero que vacunarán en tales y cuales centros de salud municipales. Siendo la veterana del grupo todos me animan: “Alicia, ve a tratar de inmunizarte” Yo todavía escéptica respondo: “A estas horas estarán agotadas, mejor mañana madrugo “. “No, no puedes perder esta oportunidad, mañana el asunto va a estar tétrico. Mis suegros  vieron anoche las noticias y fueron a las 6 de la mañana: a las 10 estaban vacunados”.

Mi hijo Jorge me lleva al peregrinaje: Cacalotepec, Acatepec, Tonantzintla: las 400 dosis agotadas. En este último sitio un policía le dice a mi hijo: “Vayan al CEDAD de Cholula, ahí todavía hay vacunas”. Pues nos lanzamos y llegamos a las doce AM.

El CEDAD es un Centro Escolar con una superficie similar al BINE o al CENCH (muy grande). Al llegar la fila rodea la manzana completa y siguen arribando vehículos de toda clase: cochecitos, camionetas BMW, de batea, carcachas, bicicletas y gente a pie. La cola llega atrás de las mallas del campo de futbol: guardamos la sana distancia a “plain soleil”.  Con la actitud de “si me formé tres horas en Disney para subirme a un juego pagado en dólares que dura cinco minutos”, declaro aguantar a pie firme todo lo que se venga tras esta cuestión vital.

Todos estamos una hora sin avanzar (después supe que aún se estaban organizando). Se gestan inconformidades. Algunos señores con todo el aspecto de ser de Lomas de Angelópolis, mascullan: “Nosotros pagamos impuesto predial acá y nos tratan como indocumentados”; otros cuestionan: “¿Vive aquí en Cholula?, “No, pero tengo 72 años y llevo en fila dos horas, ¿usted cree que me la nieguen?”.

Pasa una brigada con un médico a la cabeza contándonos y anuncia: “Sólo recibiremos 500 más”. “Oiga --protesta alguien-- dijeron que tienen 6 mil dosis”; “Sí, pero son para cuatro días y por cada uno cuento dos, porque la mayoría le guardan el lugar a dos familiares”; “¿Y a todos los que cuenta nos va a tocar?”: “Sí, todos serán vacunados”.

Con nueva esperanza nos reafirmamos en nuestros sitios. Hay personas con bastón, una señora que no puede estar de pie y a cada paso su hija la levanta y avanza su silla un lugar; ancianos desgastados que van solos y los apoyan para caminar. Pasa un señor escuálido, pedaleando un diablito en el que transporta a una ancianita en silla de ruedas para formarse atrás. Se hace un revuelo y un señor declara que los de tal condición pueden pasar la barrera de entrada para estar en la sombra, y tendrán prioridad para vacunarse. Cómo el conductor aún parece dudoso, una elegante señora se ofrece a escoltarlos. Recorre los dos kilómetros de la fila para llevarlos con el guardia de entrada y regresa a su sitio: asegura que ya están adentro.

En la cola predominan los cuarentones que cuidan el lugar para sus padres, tíos, abuelos. También prestan sus asientos portátiles, sombrillas, abanicos. Pescas al vuelo relatos de cómo algunos presenciaron la agonía de los padres, cónyuges, mejores amigos “boqueando como pescaditos”. Te guardan el lugar para descansar un rato a la sombra, tomar un refresco, buscar un baño… incluso la señora que está adelante de mí insiste en darme su sombrilla, porque “es usted muy blanca y se va a insolar”. Ayudamos a una señora analfabeta a llenar su cartilla de vacunación. Alguien va a la papelería a sacar copias y recibe encargos de desconocidos, otro presta la tablet para que los familiares ubiquen el lugar. Mi hijo compra lapiceros que compartimos. Casi al final, una jovencita  que aguarda la salida de su abuela vacunada  dona sombrilla y banquito para los que aún estamos afuera: “Ahí los pasan a quien los necesite”. Las vemos irse en un cochecito destartalado.

La fila empieza a avanzar rápido. Pasan bloques de trescientas gentes. Adentro estamos en los umbrales de la gloria: asientos, carpas, árboles, botellas de agua y grupos organizados para checar datos, darnos los formularios y guardar el orden de llegada para los nueve sitios donde nos esperan con jeringa en ristre.

 Me entero que en otros lugares hubo desórdenes, aquí no. Creo que estamos muy viejos, agotados, o tan acostumbrados a las palizas diarias, que --como dice Juan Gabriel-- “el día que me acaricies, lloraré”. Cuando al fin –j-usto a las 5 pm-- me vacunan en 30 segundos, la amable enfermera pregunta: “¿Le dolió?”, “No, los mexicanos tenemos un umbral muy alto al dolor… ¡Ah!, ¿se refiere usted al piquete?, ni lo sentí”.

Estamos media hora en observación. De manera aleatoria checan oxigenación, presión y glucosa. En ese momento (5.30 pm) llega un grupo con camarógrafos a filmar. Hablan un directivo de salud, un vocero del gobierno, un siervo de la nación y comentan “esa jornada heroica” …

Los verdaderos héroes: médicos, enfermeras, ejército y los ya vacunados, y no nos interesa más que agilizar el asunto por las docenas de viejitos que aún están formados bajo el sol africano de este día. En la asta ondea la bandera bicentenaria y me dan ganas de gritarles: “¡Viva México, campeones!”.

21 de febrero de 2021