COVID 19 en 2022 | Crónica | 6.MAR.2021
Contra la deshumanización: ponernos en el lugar del que sufre / José Luis Pandal, comunicador
Misterio e ignorancia pesan más que certezas y conocimiento
Voces en los días del coronavirus
(Fotografía de Jesús Olguín)
Tratar de entender, de sentir la tragedia ajena / José Luis Pandal, escritor
Ha pasado un año, muchas y muchos se han ido y el Covid 19 sigue aquí.
Nadie pudo imaginar lo que la pandemia ha ocasionado; el mundo primero se detuvo estupefacto - ¿qué está sucediendo? ¿qué es esto? ¿qué hacer? – y luego empezó a girar sobre otro eje, el de la enfermedad fatal.
Al principio parecía posible abordar el tema con los conocimientos adquiridos por la humanidad: es una enfermedad viral, originada en algún lugar de China, que requiere de ciertos cuidados y prevenciones, pero no debe tenerse pánico ni exagerar.
Después, ya nadie entendía cabalmente la verdadera dimensión del problema, no se alcanzaban siquiera a definir con precisión sus características ni se encontraba remedio suficiente. Así seguimos.
Es cierto que ya hay vacunas y en el futuro, si funcionan como se espera, ayudarán a controlar el desastre sanitario; es cierto que se sabe más de tratamientos y paliativos, que se han diseñado terapias mejores, que la ciencia ha avanzado con velocidad en este tema. Tan cierto como que en este momento el contagio esta fuera de control y la muerte es asunto cotidiano en muchos lugares del mundo.
Hay más preguntas que respuestas ¿Por qué en algunas familias se enferman todos y en otras sólo algunos? ¿Por qué unos mueren y otros sobreviven? ¿Por qué viejos y enfermos resisten y vencen la enfermedad y jóvenes fuertes pierden la batalla? Muchos porqués.
¿Qué responsabilidad en la catástrofe tienen los gobiernos? ¿Han hecho lo correcto? ¿Le han dado prioridad al drama de salud o lo han utilizado con vileza para fines inmediatos?
Voces en lo días del coronavirus 2020 / Paren el mundo, que quiero … ¿qué quiero?/José Luis Pandal, comunicador
Preguntas, incógnitas, misterio e ignorancia en mucho mayor medida que respuestas, certezas, realidad y conocimiento. Eso veo yo.
Hace unos meses creía que este cataclismo serviría para cambiar el mundo de manera positiva, que el sacudón haría reflexionar a la humanidad y corregir el rumbo. Hoy ya no estoy seguro.
Mucha gente, en particular la dedicada a la política, ha dejado de buscar mejores alternativas y se ha acomodado a las circunstancias, no en espera de modificar la distorsión de valores que en buena parte condujo a este desastre -ambición sin escrúpulos, egoísmo- sino aguardando la vuelta a lo anterior.
Confieso que me desalienta ver la deshumanización, ese cambiar nombres e historias -Juan, el padre, María, la hija, Pedro, el hermano- por números y estadísticas -ciento ochenta mil muertos, letalidad de equis por ciento.
Me duele la indiferencia, el abandono, el miedo de tantas y tantos. Me deprime la falta de solidaridad, de empatía. Me entristece la soledad de muchas y muchos ante un drama que debiera motivar el acompañamiento del prójimo.
No podemos aceptar que nada cambie. No alcanzo a definir algo concreto para hacer, para recomendar hacer. Sólo encuentro, de momento, una sugerencia: ponerse en el lugar del otro, de la que sufre, del que llora. Tratar de entender, de sentir la tragedia ajena.
Y pensar, reflexionar, analizar, estudiar.