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18 Abril 2024, Puebla, México.

8M con las mujeres en las calles de Puebla

Sociedad | Opinión | 11.MAR.2021

8M con las mujeres en las calles de Puebla

La violencia que vivimos actualmente en México nos agobia y desespera. Afecta a todos los sectores sociales y se cobra victimas sin distinción de clases sociales, credos o color de piel.

Esta ha sido una centuria de la técnica en que la violencia obligó a reflexionar sobre eso que George Steiner describió como la “gramática del nihilismo” que asoma en el horizonte  planetario (Gramáticas de la Creación: 2001).La violencia y la opresión han sido endémicos a lo largo de la historia y el tenor constante de la condición humana no han sido los periodos dedicados a la paz y la convivencia entre semejantes (basta girar la mirada sobre el destino que le deparamos a los otros animales en el planeta como explica E. Lynch; “Letras Libres:”:2018) sino más bien los conflictos y destrucción mutua. Quizás, como pensó Rene Girad (Batallando hasta el Final: Conversaciones con Benoit Chantre:2010) la cultura y las civilizaciones humanas “desde la fundación del mundo” se edificaron a partir de actos puntuales de extrema violencia. Y quizás  como explicó John Gray (False Dawn: 1998) todo en el presente apunta a que no estamos ante un porvenir de abundancia y tolerancia que lo rectificara sino más bien ante un trágico escenario mundial de mayores conflictos. Por eso mismo es importante reconocer que el colapso de la tolerancia, de la generosidad y la piedad por el otro que insufla la violencia histórica y global nació siempre en contextos geopolíticos y temporales locales; no surgió , como decía G.Steiner, provocado por unos que cabalgan en distantes estepas ni por barbaros que tocaron a la puerta. Esa ineludible condición del contexto local es lo que nos obliga ahora a mirarnos al ombligo de-construyendo las singularidades en esta pestilencia violenta que contagia y contamina nuestra cotidianidad y que desde décadas atrás , en o también en México, constituye nuestra normalidad. Y que solo en “puntos” determinados de la violencia social, como pensaba también Oscar del Barco (Notas Sobre la Politica:2011) se puede resistir y enfrentarla.

Cuando el 8M, en colectivos con estrategias de resistencia diversas, las muchachas se lanzaron a las calles a confrontar no solo al Estado sino a la sociedad en su conjunto exhibiendo el horror de una violencia normalizada en la que se asesina mujeres, las arrojan en desiertos, las entierran descuartizadas en bosques y parajes transitados, sin consecuencias, sin remordimientos, sin parar , la opción de “calladitas se ven mejor” ya no fue alternativa para ninguna de ellas. El país, demográfica y socialmente, como lo apuntaba un antropólogo recientemente (Claudio Lomnitz:2021) había cambiado esencialmente y algunas de ellas procedieron a manifestarse no solo marchando (como la mayoría ) sino ejerciendo con reciprocidad mimética la violencia que hasta entonces era solo atributo del Estado. En un ambiente de impunidad en que las mujeres son abierta y cotidianamente violentadas incluso por sus parejas y familiares ¿a quien extrañaría que muchas se sintieran atrapadas en un espiral de violencia extrema ante el cual ninguna reconciliación se vislumbra posible? ¿Por qué extraña que muchas mujeres ya no ven como salirse de una violencia a la que no le hace merma movilizaciones pacificas, madres rascando suelos por los huesos de sus hijos, marchas por la dignidad y visibilidad de las victimas, leyes y nombramientos de mujeres en cargos públicos porque largo tiempo en México la lucha feminista se había transformado para ellas en una lucha por la sobrevivencia?

En Puebla salieron a la calle sin miedo, algunas de morado otras de negro, unas tímidas insistiendo “Por Favor, recuerden sus nombres”, otras irreverentes y las más ingobernables demostrándonos algo en que pocos habían reparado: que la violencia instalada entre nosotros como normalidad es ya el único lenguaje que todos hablamos.

Las muchachas le asestaron golpes pintarrajeados a los edificios simbólicos del poder del Estado y solo entonces los poblanos voltearon a ver que eso del “patriarcado” que denunciaban era un saco a la medida que todos se probaban. Y resultado de esa “ violencia” al patrimonio edificado hubo gobiernos tentados (como el de Aguascalientes también en Puebla ) a proceder a criminalizar la protesta. Porque el patrimonio edificado solo lo puede intervenir y destruir el gobierno o los negocios de cuates y aliados políticos. En nuestra cercanía poblana hay una carretera y un tren para turistas que se encima a una gran pirámide mesoamericana sin que nadie se sienta violentado. Además, con dinero publico el arzobispo y el gobernador Barbosa de la mano, instalaron una capilla de cartón en el atrio patrimonial catedralicio del siglo XVI, pero violencia contra el patrimonio, lo que se dice violencia, solo fue el de las muchachas el 8M que no alcanzaron a quemar la puerta del edificio del Congreso del Estado. Pero lo intentaron.

De nada sirve tampoco debatir si la violencia feminicida, en números , ocupa un peldaño superior o más privilegiado en la escalada violenta que actualmente nos envuelve a todos por igual en México. Pero estas muchachas fueron visibilizando, pintarrajeando edificios y derribando muros, que por el solo hecho de que somos mujeres enfrentamos un desafío mortífero y para sobrevivirlo hay muchas formas, muchos caminos y más disposiciones para salir con vida de ese México sin control que nos quiere sometidas o muertas. Los poderes de facto denunciaron la “violencia” en las marchas de las morras este 8M en aras de una inexistente paz social que sacrifica (y no solo) a mujeres. El feminicidio imparable que llevó a las calles a las muchachas tiene complejas aristas culturales e históricas en un estado de violencia permanente que vive México desde hace décadas. Y que ha provocado a que las mujeres caminen potenciando medidas desesperadas, alimentado esperanzas , eclipsando miedos porque esta en juego nuestras libertades, derechos humanos y sobretodo la vida si el feminicidio sigue impulsándose impune.

Tomen notas, todos, de los nombres de mujeres desaparecidas que las morras pintarrajearon en los edificios y muros y quizás algo le habremos ganado a las fuerzas destructivas que alimentan la violencia en México y nos tiene  a todos de rehenes.