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25 Abril 2024, Puebla, México.

Humildad / Mercedes Campiglia Calveiro

COVID 19 en 2022 | Crónica | 11.ABR.2021

Humildad / Mercedes Campiglia Calveiro

Extraña sensación de sentirse habitada por aquello de lo que la humanidad quiere escapar

(Ilustración de Claudia Recio/¡Revista Nexos)

 
El Covid llegó finalmente a mi cuerpo. Lo hizo, como era de esperarse, a través de la ruta del nacimiento; la vía por la que llegan hace un tiempo las enseñanzas trascendentes para mi alma. Se trató del parto de una pequeña niña cuyos pulmones no llegaron nunca a llenarse de aire. Toda la vida que conoció fue el plácido flotar en el cálido y oscuro vientre de su madre. Cuando estaba por concluir su tiempo en el capullo, un par de dedos invisibles cortaron el flujo de la vida hacia su cuerpo; de manera que se despidió antes de haber podido probar la leche tibia de los pechos que la espeaban ni acurrucarse en el abrazo de sus padres.
Sospechamos que el Covid había amasado el coágulo de sangre alojado en su ombligo desde el momento en que nació, pero la confirmación tardó unos días en llegar. Ambos padres positivos y yo, que había pasado horas buceando en el dolor de esa pérdida; una marea espesa de llanto, vapores y desesperanza, salí impregnada de tristeza y también de virus.
Es muy extraña la sensación de sentirse habitada por aquello de lo que la humanidad entera intenta escapar. Ya no hay a donde huir, no hay distancia ni mascarilla que valga; la amenaza está en tus células, replicándose. Decidí no emprender una batalla, pues nunca me ha resultado afín la actitud beligerante, así que opté por abordar el proceso como se abordan los nacimientos, un paso a la vez, abrazando la experiencia y dejando al cuerpo hacer su parte. Tuve la fortuna de contar con la asesoría de médicos sabios y criterios, que me alentaron a confiar en mi sistema y su potencia sanadora, observando atentamente cada señal para identificar a tiempo cualquier cambio de ruta.
Me resguardé en mi habitación, que se convirtió desde entonces en una suerte de vientre para mi proceso, y a través de la puerta, que se abre de tanto en tanto, llega todo lo que puedo llegar a necesitar: alimento, bebida, medicamentos, flores. chocolates… Mi cordón umbilical es generosamente abastecido por una placenta de familiares que asumieron la amorosa responsabilidad de mi cuidado. Qué valiosas son las redes de afectos!!! No poseemos en verdad nada más preciado que la telaraña flexible y confiable que tejen. Me recosté en sus hebras a descansar mientras mi cuerpo absorbe, como esponja, cantidades industriales de agua, nutrientes, vitaminas y sueño.
El bicho, felizmente, parece inclinado a bailar conmigo “las calmadas”. Danzamos una suerte de vals del que no conozco los pasos, así que voy mirando atenta cada señal, intentando evitar tropezarme. Puedo sentir a mi organismo hacer lo suyo pero afortunadamente no se han librado, hasta ahora, descarnadas batallas en la arena de mi cuerpo.
Al otro lado de la puerta escucho a mi familia. Es sorprendente cómo la vida continua su marcha sin esperarte. Mientras yo lleno una bitácora en la que registro meticulosamente cada cuatro horas mis signos vitales, se escuchan partidos de futbol, juegos de mesa, charlas y el sonido de las patitas de mi perra corriendo por el piso de madera. El virus, afortunadamente, parece no haber logrado viajar desde mi cuerpo hasta el de ellos. Se ha mantenido, en principio, contenido al interior de las fronteras de esta burbuja diseñada para retenerle.
Aquí dentro, él y yo compartimos la cama la cama y el cuerpo, observándonos atentamente uno al otro en un intento por adivinar intenciones ocultas. Por momentos me da miedo que se revele feroz en un giro inesperado pero, las más de las veces, simplemente me recuesto a leer una novela, a ver una serie boba en la tele o me siento a meditar un rato, consciente de su presencia que me recuerda que la vida es un flujo sutil sujeto a ser suspendido en cualquier momento, cuando un par de dedos invisibles pincen el cordón que umbilical que sutilmente nos alimenta. Humildad.