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Morir por la patria. Aproximación al significado originario de la frase y reflexión sobre nuestro tiempo

Cultura /Sociedad | Opinión | 17.JUL.2021

Morir por la patria. Aproximación al significado originario de la frase y reflexión sobre nuestro tiempo

La frase “morir por la patria” suele utilizarse a menudo en nuestro tiempo, más en el ámbito de la política que en el ámbito escolar y comunitario

Juvenal Cruz Vega, docente de la Academia de  Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz.  

Dedico este texto y la cátedra de este día, a los  maestros de nuestra nación que están pensando y  trabajando en la Nueva Reforma Educativa.  

La frase “morir por la patria” suele utilizarse a menudo en nuestro tiempo, más en el ámbito de la política que  en el ámbito escolar y comunitario. Hagamos, pues, un poco de historia para conocer el núcleo de la sentencia  aludida.

Los griegos y los romanos habían utilizado esa frase  con una jerarquía de valores bien fundamentada.  Leónidas, por ejemplo, el padre de la patria a nivel mundial, murió por la patria. Pero entendía lo que esto significaba, antes que su familia, sabía que Esparta era la prioridad de su existencia, es decir, la ley espartana. Además comprendía la relación que había entre “la  patria y el temor a los dioses”. Las profecías eran fundamentales en las decisiones y en las acciones. 

Hoy el temor a Dios, es una tesis no incluida en la patria de la que suele hablarse en nuestro tiempo. Rara vez un gobernante, sabe y comprende lo que esto significa. Está excluido el proceso de autoconocimiento. La máxima del templo de Delfos:

“Conócete a ti mismo”, se cree una tesis superada o mítica. El sistema de educación en las diversas reformas de educación, nacional y mundial, sólo habla de símbolos patrios; en cambio los políticos cuando se refieren a este tema, gritan muy fuerte, usan el valor de la patria como un simple nominalismo, algunos usan la expresión como una estrategia demagógica, otros le ponen sentimiento y hasta deploran; el pueblo les aplaude y muchos guardamos silencio, “porque de lo contrario, se nos aplica literalmente: La ley de Herodes”. 

La Edad Media a pesar de su persecución constante en  nuestro tiempo hasta en los ámbitos de la ignorancia, sabía lo que esto significaba, y al inculturarse con Roma y Grecia, a través del humanismo clásico y su encuentro con el Kerygma, llegaron a construir un humanismo muy poderoso: El humanismo cristiano, cuya raíz consistía en: vivir, trabajar, estudiar y existir  “por amor a Dios”, lo cual era una tesis fundamental  para la educación. En los primeros siglos del  cristianismo, el auténtico cristiano, sólo tenía miedo al pecado y a ninguna otra cosa más. En relación a  aquello, el cristianismo se ha ido debilitando paulatinamente. He aquí el texto sobre el tema aludido: 

“Ἡμεῖς οἱ Χριστιανοὶ οὐ δείδομεν τοὺς ὀδόντας τῶν  λεόντων, οὔτε τὸν ἰὸν τῶν ἐχιδνῶν, οὔτε τὰ τραύματα  τῶν ξιφέων, οὔτε τὴν φλόγα τῆς πυρᾶς, οὔτε βάσανον  οὐδεμίαν· μόνην δείδομεν τὴν ἁμαρτίαν”. (Nosotros  los cristianos no tenemos miedo a los dientes de los leones, ni al veneno de las serpientes, ni a las heridas de las espadas, ni a la pila de hoguera, ni a ninguna  otra prueba. Solamente tenemos miedo al pecado).

El Renacimiento revivió y restauró la cientificidad del humanismo clásico, las lenguas clásicas y la cultura occidental, pero no se ocupó del “temor a Dios”  

(Ἀρχὴ σοφίας φόβος Θεοῦ, σύνεσις δὲ ἀγαθὴ πᾶσι τοῖς   ποιοῦσιν αὐτὴν· εὐσέβεια δὲ εἰς θεὸν ἀρχὴ αἰσθήσεως, σοφίαν δὲ καὶ παιδείαν ἀσεβεῖς ἐξουθενήσουσιν”. 

El principio de la sabiduría es el temor a Dios. La sabiduría es buena para todos aquellos que la  practican. El principio de la sabiduría es el temor a  Dios. No obstante, los soberbios desprecian la sabiduría y la educación. Prov.1, 7).  Consecuencia de todo esto, los valores patrióticos se fueron perdiendo, al menos se fueron empobreciendo, desde el punto de vista jerárquico. Por esta razón, no hemos podido recuperarnos desde entonces. La modernidad no se ocupó del tema, el positivismo tuvo éxito en las constituciones de Occidente, pues consideró la educación pero excluyó a Dios, y  consecuentemente el hombre se volvió juez de sus  propias acciones. La posmodernidad ha sido negligente al respecto, simplemente no es el tema de su interés.

Por otro lado, el humanismo cristiano en diálogo con otras vertientes humanistas conservó lo mejor que  pudo y a duras penas ha venido educando. Nuestro tiempo, se ha fijado más en lo negativo del  humanismo, esto es, en el pragmatismo de las personas, vivo desde la sede jerárquica de nuestros gobiernos, al punto que se ha vuelto una guerra del hombre contra el hombre. El comediante romano Plauto destaca en nuestro tiempo con su inmortal sentencia: “Homo homini est lupus: El hombre es un lobo para el hombre”.   

Sobre todo esto reflexionamos alguna vez en una de las clases de griego antiguo, cuando veíamos de una forma sintética, una de las batallas del rey Codro y la dignidad de su gobierno en Atenas. Codro murió por la patria, sus soldados fueron testigos oculares y autorizados. Y su pueblo dijo: Después de la muerte de Codro, nadie gobernó dignamente en Atenas. 

Lo que más nos impactó, fue la siguiente construcción: 

“Οὕτω δ’ ἔλεγε τὰ τῶν θεῶν μαντεῖα, “τοῖς Ἀθηναίοις τὴν νίκην νέμει ὁ θεός, εἰ οἱ πολέμιοι τὸν Κόδρον   φονεύσουσιν”. “Las profecías de los dioses hablaban  de este modo: “Dios concederá la victoria a los atenienses, si los enemigos dieran muerte a Codro”.

Al respecto Codro dijo: “Impediré la batalla a los enemigos y salvaré a los ciudadanos del peligro”“Εὐθὺς δὲ λέγει ὁ Κόδρος, “τὴν τῶν πολεμίων νίκην κωλύσω καὶ τοὺς πολίτας λύσω ἐκ κινδύνου”. 

Después Codro, se puso las armas propias de un soldado y nadie pudo reconocerlo, cuando avanzó hacia el  campamento de los enemigos. Allí los enemigos dieron muerte a Codro, eso hizo más fuertes a los atenienses. Καὶ οἱ στρατιῶται τὸν Κόδρον ἐφόνευσαν∙  

Así, pues, independientemente de la ciencia y toda la interdisciplinariedad que puede apreciarse del texto en su totalidad, es decir, de la gramática, el vocabulario, la sintaxis, la estilística, la ortología, la mitología, la geopolítica y la filosofía, la emoción más grande, se puede percibir al estudiar aquello que significa: "morir por la patria".

La frase es tan antigua y ha sido repetida a través de los siglos. Y por lo mismo debe tener una relación muy estrecha con el humanismo auténtico y originario, así como fue su nacimiento y apogeo. A pesar de todas las constantes, hoy felizmente tenemos muchas razones para vivir, tenemos historia, horizonte, trayectoria, conocimiento, experiencia, visión, propuesta y muchas utopías para realizar una reforma y una revolución del humanismo. El poeta mexicano Alfonso Reyes Ochoa lo expresó bellamente cuando se refería a una historia de veinticinco siglos al encomiar  en su Crítica de la edad ateniense el símbolo del pensamiento universal y mexicano: Paidéia, Helenismo, Humanitas, Constantinopla, Renacimiento, Humanismo y México independiente, hoy más apremiante que nunca. 

El humanismo y la democracia hacen un excelente equipo. Sólo si se comprende la raíz, el contenido, la  diacronía y el valor auténtico de las palabras aludidas, recuperando la tradición, el ícono y el paradigma de los valores universales.

No obstante en nuestro tiempo pululan por todas partes humanismos y democracias falsas, que sólo tienen el nombre, pero no corresponde su contenido y su función con la misma realidad de la palabra. La razón es muy sencilla, porque no han querido comprender y aplicar la unidad entre la filantropía originaria, la erudición y la virtud que comprende el humanismo en su estructura ontológica, antropológica y, si se prefiere, teológica, esto es, la parte teórica que requiere la política que profesan los grandes líderes que existieron y que tanto añoramos en el presente. 

El discurso de las democracias modernas usa el lenguaje de los íconos revolucionarios, mejor aún, se sirve de los grandes autores de la historia, sus hombres, sus héroes, a los cuales hace suyos, más por su fachada que por su formación: ciencia, valentía, prudencia y justicia; pretenden ajustarlos a su guión, nos quieren engañar con el argumento ad hominem y otras falacias como la que sigue: “quien habla mal de  ellos, habla mal del humanismo y de la democracia; y al contrario: “el que habla bien de ellos, está con el pueblo”. 

En síntesis, honran el nominalismo democrático y humanista, pero las palabras distan mucho de la realidad. Hablan de la verdad. ¿Pero no acaso, una de las nociones mejor edificadas, es la adecuación intencional del entendimiento con la realidad?

Si el humanismo es reducido a mera filantropía, de otra forma, a una benevolencia sensible y susceptible, sin erudición y sin virtud, la democracia corre el riesgo de convertirse en un populismo, en pura fiesta y sin las demás características que requiere una nación, una familia, una institución, algo duradero, tal como es el propósito de los grandes líderes del pasado.  

Se puede advertir cuando el líder o los líderes contradicen los principios que sostienen en su propio  discurso: pues dicen una cosa, hacen otra y piensan otra muy distinta, al grado que olvidan la memoria histórica del discurso original que los identificaba antes de tomar el poder.

"Por eso es necesario conocer bien las palabras, porque quien entiende bien las palabras, entiende bien las cosas", como solía decir el gran Marco Terencio Varrón hace más de veinte siglos. Y las palabras y las cosas deben mantener una cierta adecuación, si no moral, al menos lógica e  intencional; mejor aún, podemos decir una adecuación ontológica.

Así, pues, la democracia se convierte en una ideología incompleta, sin contenido, vacía y fría, cerca del  pueblo con las palabras y lejos del verdadero sentido de la democracia; una ideología hipostasiada de dictadura; una mezcla revestida de tiranía, de república y de soberanía, o de plano como dirán algunos críticos, es una kakistocracia, esto es, en un gobierno de los más malos, un sincretismo ideológico, donde faltan los principios universales, donde carece la identidad, la unidad y el símbolo o el paradigma de la auténtica democracia y del amor a la patria. Entonces, sólo  quedan las palabras, se juntan los líderes, no por lealtad a los principios, sino al partido que los representa. Pulula la forma de atraer al pueblo: “los pobres son primero, el pueblo necesita comida, el pueblo tiene esperanzas”. Terminan pensando por el pueblo y dejan sin pensar al mismo. En todo se piensa, menos en la educación, que es el valor supremo en las democracias fuertes a nivel mundial. 

Ciertamente, una auténtica democracia no solamente  se reduce a las elecciones y a las masas, sino a la opción e integración de cada una de las partes que componen la noción de pueblo, pues la democracia ya entendida como democratología debe ser una  sociedad, donde sus principios edifican, construyen, fundamentan, educan, instruyen, integran, fortalecen, nutren, dialogan y vivifican. Escribo los verbos en modo indicativo, porque este modo verbal indica la realidad y no la parte hipotética de la misma.

El artículo tiene un contexto. Por un lado la crisis mundial, pero por otro lado, la crisis que está padeciendo México en nuestros días. Es cierto, es una crisis mundial, pero la nuestra duele más, porque es la inminencia de un pueblo de carne y hueso que sufre las desgarraduras de su alma, algo así como el hombre de carne y hueso del que nos hablaba don Miguel de Unamuno en su obra magna “Sobre el sentimiento trágico de la vida”; un pueblo con sed y hambre de justicia, de libertad, sobre todo, la libertad de expresión. Y de verdad que estamos muy lejos de aquella voz del historiador Cornelio Tácito, quien se gloriaba al principio de su Historia: “Con la rara felicidad de los tiempos, donde está permitido sentir las cosas que quieras y decir las que sientas”. 

Nuestro tiempo en México es un tiempo de crisis, visto desde el pueblo, desde abajo se ve mejor que desde arriba, porque la realidad es cruda y por eso duele. Nos recuerda la voz interiorista del fin del imperio romano que resonaba por todas partes: “Malos tiempos, pésimos tiempos, dicen estas cosas los hombres,  nosotros somos los tiempos, como somos nosotros, así son los tiempos”.

No obstante, México tiene muchos talentos para salir regularmente de la crisis. Pero muchos son ignorados, calumniados y hasta perseguidos; anuncian la justicia y denuncian la injusticia como la voz de los grandes  profetas y humanistas de la historia. En la realidad y en la congruencia de nuestro tiempo hay carencia de líderes, y los que están, permanecen lejos de las ideas de los grandes revolucionarios de la historia y de México, no sólo de los pueblos antiguos y originarios, de donde viene nuestra historia, incluso nuestras palabras, sino también de la formación humana y académica de la que disfrutaron con libertad.

Personalmente no tengo problemas con Hidalgo, Morelos, Madero, Josefa Ortiz de Domínguez, Juárez, o con los grandes educadores como Alfonso Reyes, Vasconcelos, Antonio Caso y muchos más de la historia del mundo y de México, sino con la ideología enferma con la que es difícil hacer un diálogo, aquella que se sirve del pueblo para promulgar leyes que dañan el corazón del pueblo, esto es, de la familia en toda su constitución.

Qué lejos estamos del modelo de la democracia originaria, aquella que el historiador griego Tucídides presumía a los pueblos vecinos, y aquella que ha conmovido a los grandes impulsores de la república y democracia en todas las naciones. Disfruten, pues, el texto, queridos amigos, y lo transcribo en su lengua original y en la nuestra, y con esto termino esta reflexión, porque de verdad: La patria es primero. 

“Nuestra forma de gobierno nada tiene que envidiar a las instituciones de los pueblos vecinos, porque somos más modelo que imitadores de otros. De nombre es una democracia, porque el gobierno no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría. Pero si la ley es igual para todos en los intereses particulares, según la consideración de que goza cada ciudadano en algún respecto, y no por razón de su clase, sino por su mérito personal, es preferido para las funciones públicas, como tampoco por pobreza, si uno puede hacer algún servicio al Estado, no le es un impedimento su oscura condición social. La libertad es nuestra norma de gobierno en la vida pública… Por respeto cumplimos con exactitud las disposiciones públicas obedeciendo siempre a las autoridades y a las leyes, y sobre todo, a las establecidas en beneficio de los que sufren la injusticia y a las no escritas, cuya transgresión trae el menosprecio general." 

“Χρώμεθα γὰρ πολιτείᾳ οὐ ζηλούσῃ τοὺς τῶν πέλας νόμους, παράδειγμα δὲ μᾶλλον αὐτοὶ ὄντες τισὶν ἤ  μιμούμενοι ἑτέρους. Καὶ ὄνομα μὲν διὰ τὸ μὴ ἐς  ὀλίγους ἀλλ’ ἐς πλείονας οἰκεῖν δημοκρατíα κέκληται,  μέτεστι δὲ κατὰ μὲν τοὺς νόμους πρὸς τὰ ἴδια διάφορα πᾶσι τὸ ἴσον, κατὰ δὲ ἀξίωσιν, ὡς ἕκαστος ἔν τῳ  εὐδοκιμεῖ, οὐκ ἀπὸ μέρους τὸ πλέον ἐς τὰ κοιν ὰ ἢ ἀπ’  

ἀρετῆς προτιμᾶται, οὐδ’ αὖ κατὰ πενίαν, ἔχων γέ τι  ἀγαθὸν δρᾶσαι τὴν πόλιν, ἀξιώματος ἀφανείᾳ  κεκώλυται. Ἐλευθέρως δὲ τὰ τε πρὸς τὸ κοινὸν πολιτεύομεν... Τὰ δημόσια διὰ δέος μάλιστα οὐ παρανομοῦμεν, τῶν τε αἰεὶ ἐν ἀρχῇ ὄντων ἀκροάσει καὶ τῶν νόμων, καὶ μάλιστα αὐτῶν ὅσοι τε ἐπ’ ὠφελίᾳ  τῶν ἀδικουμένων κεῖνται καὶ ὅσοι ἄγραφοι ὄντες αἰσχύνην ὁμολογουμένην φέρουσιν. 

Tucídides, II, 37.

 

 

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