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19 Marzo 2024, Puebla, México.

Exilios y migrantes políticos en la BUAP. Oriol Malló entrevista a Carlos Figueroa Ibarra

Mundo /Universidades | Entrevista | 29.SEP.2021

Exilios y migrantes políticos en la BUAP. Oriol Malló entrevista a Carlos Figueroa Ibarra

Bajo el Volcán, año 2, no. 4 digital, mayo-noviembre 2021

Mundo Nuestro. La revista Bajo el volcán, editada por el Posgrado de la Facultad de Psicología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, publica en su número 4, mayo-noviembre de 2021, esta entrevista al sociólogo Carlos Figueroa Ibarra realizada por el periodista hispano-mexicano Oriol Malló. La reproduimos aquí en PDF con la autorización de los editores.

En la imagen de portadilla de esta entrevista: el historiador guatemalteco Severo Martínez, exilado en México en 1979, quien de inmediato empezó a trabajar en la universidad pública poblana. 

 

Exilios y migrantes políticos en la BUAP. Oriol Malló entrevista a Carlos Figueroa Ibarra

 

Carlos Figueroa Ibarra y el exilio latinoamericano en la BUAP / Entrevista  por Oriol Malló

Carlos Figuera Ibarra, Doctor en Sociología y académico en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP, exilado en México desde el año 1980.

 

Tu familia se exilió a México tras el golpe contra Arbenz en 1954 y regresó a Guatemala en 1958, mientras que tú regresas a estudiar Sociología en la unam el año 1970. ¿Eras consciente entonces de que la represión, la guerra sucia y el exilio podrían convertirse en una fatalidad pocos años después?

Absolutamente sí. Muy tempranamente en mi vida fui consciente de que crecía en el seno de una familia que no era normal en la Guatemala regida por una feroz dictadura militar. Mi primera infancia transcurrió en la Ciudad de México, porque mi padre, Carlos Alberto Figueroa Castro, había tenido que huir de Guatemala cuando el gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán fue derrocado en 1954. Regresamos a Guatemala del exilio en México en 1958. Yo tenía 6 años de edad. A partir de entonces mi vida empezó a tener un giro del cual fui plenamente consciente hasta tiempo después. Cuando cumplí 7-8 años mi padre me empezó a advertir sobre cuidados que debería tener con respecto a lo que oía y veía en mi casa. Cuándo y hasta dónde podían entrar a ella mis pequeños amigos. Mis padres trataron de darnos a nosotros una vida normal, con una cotidianidad tranquila, pero en realidad nuestra familia no era normal. Mi padre era un activo militante comunista en un país en el cual mataban comunistas. Conocí a no pocas personas que llegaban a mi casa y después los veía asesinados en las páginas de los periódicos. A veces llegaban militantes a esconderse en mi casa. Mi familia celebraba cumpleaños, festividades religiosas (mi madre era católica no devota), fuimos bautizados, hicimos la primera comunión, celebrábamos navidades con gran alegría. Pero la muerte siempre nos rondó, como nos lo recordaban los cateos a mi casa por parte de ejército y policías. Cuando en 1970 salí de Guatemala (a los 17 años) para ir a estudiar a la unam, era perfectamente consciente del peligro en que vivíamos. Y sabía que en cualquier momento la dictadura nos podía arrasar.

 

¿Cómo se fue forjando tu propia identidad guatemalteco-mexicana? En otras palabras, ¿puede que el flujo histórico constante de exiliados centroamericanos hacia México en varias décadas del siglo xx haya creado una identidad transnacional compartida?

 

Después de vivir 51 años de mis 68 en México, me siento guatemalteco-mexicano o mexicano-guatemalteco. Soy hombre de dos patrias, la que me vio nacer y la que le salvó la vida a mi padre en 1954 y a mí en 1980. Guatemala es el amor entrañable asociado a mi infancia, adolescencia, a mi resistencia clandestina como militante comunista y también a mi labor de investigación académica como sociólogo. México es la patria que también amo, de cuya épica histórica me enamoré y me siento orgulloso. Y congruente con ese sentimiento, hace 17 años después de naturalizarme mexicano, decidí involucrarme en la lucha política y social por hacer de mi otra patria un lugar mejor. Fue una experiencia magnífica haber sido parte del ciclo de lucha que culminó en 2018. México es el lugar en donde he vivido ininterrumpidamente las últimas cuatro décadas y en donde pienso vivir el resto de mis días. Aquí nacieron mis hijos Alejandro, Camila y Sebastián, y aquí viven las madres de los tres. Habiendo nacido en Guatemala, mi identidad mexicana es muy fuerte. Y lo mismo pasó con los exiliados guatemaltecos que habiendo llegado en 1954 se quedaron en México y nombro solamente a algunos: Luis Cardoza y Aragón, Tito Monterroso (“Y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”), Alaíde Foppa, Alfonso Solórzano, Carlos Illescas, Rina Lazo, Carlos Navarrete, Otto Raúl González. O bien Ernesto Capuano del Vechio, quien desde 1954 ayudó en la Secretaría de Gobernación a miles de latinoamericanos a resolver su situación migratoria sin cobrar un solo centavo. Alguna vez Tito Monterroso dijo en tono jocoso que si lo exiliaran de México se sentiría “doblemente exiliado”. Me sentí plenamente identificado con eses sentimiento. Rina Lazo, junto a su esposo Arturo García Bustos, formó parte del grupo de Los Fridos, discípulos de Frida Kahlo. Imagínate si no se sentía mexicana.

 

Dicho de otra forma, ¿la proximidad geográfica y cultural, los lazos familiares incluso, entre Guatemala y México dieron un tono distinto al exilio guatemalteco, comparado con la diáspora suramericana de los setenta?

Esa proximidad de la que tú hablas debe haber poderosamente influido. Recuerdo muy bien cómo mis compañeros de licenciatura en la unam me llamaban en broma “el chiapaneco”. Años después, como desterrado, comprobé la sabiduría de aquella broma. Durante mis 12 años de destierro (mi exilio concluyó en 1992, cuando pude regresar a Guatemala sin temor de ser asesinado) a menudo viajé por la zona fronteriza del sur por mi actividad política con respecto a Guatemala. Recuerdo cómo me gustaba estar en San Cristóbal de las Casas por su parecido con el altiplano occidental guatemalteco, por su comida. Además, en algunas zonas de Chiapas la gente habla con el “vos” guatemalteco. En medio de sus diferencias, México y Guatemala tienen muchas similitudes.

 

En 1980 fueron asesinados tus padres, Carlos Alberto Figueroa Castro y Edna Albertina Ibarra Escobedo, psicólogos, militantes del Partido Guatemalteco del Trabajo y docentes de la Universidad de San Carlos. ¿Qué circunstancias históricas explican este acto de terror en el contexto de la guerra sucia que se dio contra intelectuales y militantes de la izquierda guatemalteca en aquellos años, y qué decisiones y reflexiones surgieron en tu caso a partir de aquel evento traumático?

 

Mi padre fue militante del Partido Guatemalteco del Trabajo desde 1951 y lo continuó siendo hasta el viernes 6 de junio de 1980, cuando junto a mi madre fue asesinado. Mi madre nunca fue militante del pgt, fue colaboradora de la resistencia en los años sesenta del siglo xx y después solamente fue acompañante solidaria de mi padre. Pero el Ejército Secreto Anticomunista, el membrete detrás del cual las fuerzas armadas guatemaltecas encubrían sus asesinatos y desapariciones forzadas, reivindicó el asesinato de ambos acusándolos de comunistas. La muerte de mis padres ocurrió en el contexto del baño de sangre en el cual la dictadura militar guatemalteca sometió a la Universidad de San Carlos de Guatemala. A partir de 1978, y hasta la década de los ochentas, más de 400 universitarios –docentes, estudiantes y trabajadores– fueron asesinados o desaparecidos. Recientemente fue inaugurado un memorial en el campus central de la usac y se registran allí 843 universitarios asesinados a partir del aciago año de 1954. Mis padres fueron asesinados en el contexto de la primera fase de la tercera ola de terror observada en Guatemala entre 1954 y 1996. Esa primera fase estuvo constituida por el ejercicio del terror selectivo. A fines de 1981, y particularmente a partir de marzo de 1982, con la llegada de Ríos Montt al poder, comenzaría la segunda fase, la del terror masivo, la de las masacres rurales. Se buscaba frenar el ascenso insurgente que se enlazaba con el triunfo de la revolución sandinista en la Nicaragua de 1979 y con el crecimiento extraordinario del fmln en El Salvador. En lo que a mí se refiere, el haber sido sobreviviente del terrorismo de estado guatemalteco, el ver caer asesinados a mis padres y a mis amigo/as y compañero/as, cambió mis preocupaciones académicas. Había yo comenzado mi trabajo sociológico investigando en el área de la sociología rural; la tragedia de Guatemala me obligó científica y existencialmente buscar una explicación de lo sucedido. Desde entonces mi área de investigación es la sociología de la violencia y la sociología política.

 

Tras escapar de Guatemala, ¿cómo y de qué forma te vinculaste con la Universidad Autónoma de Puebla?

Fue a través de un amigo y compañero de estudios en el Posgrado de Sociología de la unam, Lucio Oliver, que pude llegar a México con alguna esperanza de trabajo. Esto sucedió el viernes 13 de junio de 1980, ocho días después del asesinato de mis padres. Al día siguiente, 14 de junio, me enteré en casa de unos exiliados guatemaltecos en Cuernavaca, Elsa y Sergio Licardie, que mis hermanos y mi sobrino se había refugiado en la Embajada de Bélgica porque su vida también corría peligro. En esas circunstancias fue una bendición que a través de Lucio Oliver y luego Roger Bartra (se lo he agradecido personalmente) me pusiera en contacto con Daniel Cazés quien, junto a Marcela Lagarde, Javier Mena, Ana María Ashwell, Julio Glöckner y Adrián Gimate-Welsh, había fundado el Colegio de Antropología Social en la entonces Universidad Autónoma de Puebla. Eran los tiempos del Rector Luis Rivera Terrazas y del Secretario General Alfonso Vélez Pliego. Nunca se apagará mi gratitud a ellos dos y a Jaime Kravzov, entonces Director del icuap, por la enorme solidaridad que recibimos los exiliados que llegamos a la buap. En mi caso nunca olvidaré y siempre tendré gratitud por la solidaridad y humanismo con que me recibieron Daniel Cazés y Marcela Lagarde. El 4 de agosto de 1980 ingresé formalmente a la buap. En el momento en que contesto esta entrevista, acabo de salir de la ceremonia de reconocimiento de antigüedad a trabajadores académicos y administrativos encabezada por el Rector Dr. Alfonso Esparza. He cumplido 40 años de servicio a mi universidad, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

 

¿Cómo describirías el ambiente intelectual y político que encontraste en la uap en la transición entre el mandato de Luís Rivera Terrazas y Alfonso Vélez Pliego?

En 1980 la uap era todavía una universidad en ebullición. Desde 1961, cuando empezó el movimiento de reforma universitaria, nuestra universidad paulatinamente había ido adquiriendo un perfil contestatario y militante. Lo que no implicaba el olvido por el desarrollo académico como lo muestran las semillas sembradas por el propio Ing. Luis Rivera Terrazas y el Químico Sergio Flores Suárez, ambos militantes comunistas, pero al mismo tiempo esforzados académicos. La narrativa neoliberal ha querido imponer una memoria de la uap hegemonizada por el Partido Comunista Mexicano como una casa de estudios sobrepolitizada y sometida a un caos. Nada de esto es cierto. Estoy profundamente convencido de que es verdad lo que le escuché alguna vez a Alfonso Vélez Pliego: buena parte del desenvolvimiento académico de la buap sería inexplicable sin todo lo que se hizo en aquellos años para salir del anquilosamiento y hasta oscurantismo que se vivía en el estado y la propia universidad. La uap era un espacio de resistencia ante el oscurantismo de la derecha en la ciudad (“Cristo sí, comunismo no”) y el autoritarismo del pri-Gobierno. El ejercicio de la autonomía frente al autoritarismo de diferentes gobernadores de la entidad cumplió un papel relevante no sólo en términos de lucha democrática sino también de desenvolvimiento académico. Cuando yo ingresé a la uap, esa etapa estaba concluyendo y con ello la hegemonía del pcm en la universidad. También el ciclo de la universidad “Crítica, Democrática y Popular”. La apertura política que vivía el país abría otros cauces para la resistencia contra el pri-Gobierno, y Alfonso Vélez Pliego lo comprendió. El problema fue que después vendría el largo periodo de neoliberalización de la universidad, imputable no solamente a la voluntad política de los rectores a partir de José Doger, sino, justo es decirlo, al clima prevaleciente a nivel mundial y nacional. Ese derrotero nunca lo aceptó Alfonso.

 

¿El Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades fue un espacio esencial para la recepción de exiliados latinoamericanos?

En realidad, el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” fue la continuidad de espacios en los cuales habíamos anidado los exiliados que desde el cono sur y Centroamérica habíamos llegado en los años setenta y ochenta. EL icsyh-avp se constituyó en 1991 con académicos que proveníamos del icuap, de la Escuela de Filosofía y Letras y de la Facultad de Derecho. Deben haber llegado académicos provenientes de otras unidades académicas, esto no lo recuerdo muy bien. Sí recuerdo que los fundadores del Instituto fuimos convocados en 1991 por el propio Alfonso Vélez Pliego, quien de manera visionaria emprendió la tarea de construir un espacio de investigación para las ciencias sociales y humanidades. Entre ellos estábamos algunos exiliados centroamericanos y argentinos.

 

¿Te implicaste en la constitución del Frente de Solidaridad Latinoamericana (fresola)? En caso afirmativo, ¿cuál fue la relevancia y el trabajo de estas redes de apoyo mutuo entre exiliados de varios países?

El Frente de Solidaridad Latinoamericano había sido iniciado a principios de 1980 por algunos exiliados argentinos que se encontraban en Puebla. A quien recuerdo como un gran impulsor del mismo es al compañero argentino Alejandro Manchón. También lo impulsaron Rafael Pagán (Puerto Rico) y Susana Rappo (Argentina), Se encontraban algunos bolivianos como el pintor Espinoza, su compañera y su hija Cantuta. También Jessie Fontús de Haití. Un periodista argentino, el Negro Coria, y un joven costarricense estudiante de Medicina del cual sólo recuerdo su nombre de pila: Óscar. Luis Méndez Bognanni, José El Goldo Ríos y José Carlos El Pelao Bayona, Juan Reardón y Alicia Grapko (después activistas socialistas en Estados Unidos). También alguien de quien recuerdo solamente que se le llamaba la Negrita (después diputada y senadora), todos de Argentina. Posteriormente se agregaron exiliados guatemaltecos vinculados a la uap, como Francisco Villagrán Muñoz y Alfonso Batres Valladares y yo mismo. Recuerdo haber visto en actividades a compañeros chilenos como Jaime Estay Reino y posteriormente a académicos de gran valía y militantes comunistas como Ruth y Bjorn Holmgren. Desgraciadamente, necesitaría de la ayuda de algunos otros participantes de esos esfuerzos para recordar los nombres de otros compañeros que también participaron y cuyo rostro tengo en la memoria. El fresola fue algo que surgió al calor del estallido revolucionario centroamericano comenzado con el triunfo de la revolución sandinista en 1979. Después, con el ascenso insurgente en Guatemala y El Salvador. Agitó el fresola la solidaridad con las luchas revolucionarias en América Latina y la denuncia de los crímenes de las dictaduras militares. Estos hechos le daban continuidad a las luchas insurgentes y a la denuncia de su represión por parte de las dictaduras del Cono Sur. Después de la gran insurrección del fmln en El Salvador en noviembre de 1989, Cantuta Espinoza y otros compañeros quisieron reactivar el fresola, pero no hubo éxito.

 

¿Qué nombres destacarías en el conjunto de académicos guatemaltecos exiliados en Puebla y cuál fue tu papel, o el de otros académicos, en el apoyo a otros compañeros que escapaban del terror en Guatemala?

El primer exiliado guatemalteco y más ilustre de todos que se vinculó a la uap fue el gran historiador Severo Martínez Peláez, quien arribó a Puebla a mediados de 1979. Había salido al exilio en enero de ese año porque su vida estaba en peligro. Severo se encontró en Puebla con la familia de Manuel Andrade Roca, un dirigente universitario y del PGT que había sido asesinado el 14 de febrero de ese año. Los Andrade Roca son en realidad poblanos también, pues son fruto de la unión matrimonial de Don Agustín Andrade con la guatemalteca Betzaida Roca. Don Agustín era un ex diputado del pri y figura vinculada al avilacamachismo desde la década de los cuarenta del siglo xx. Por ello, los Andrade Roca vivieron en Puebla en su infancia y adolescencia. Entre ellos, Manolo Andrade Roca, quien incluso fue compañero de Alfonso Vélez Pliego cuando ambos estudiaban la primaria en el Instituto Humboldt. Manolo, nacido en Puebla, decidió irse a Guatemala cuando era un adolescente y allí se unió al movimiento revolucionario hasta que fue asesinado. Su hermano Jorge, un músico de gran valía, es maestro en la Escuela de Música de la BuaP.

 En el segundo semestre de 1980 y primer semestre de 1981, llegamos otros exiliados más. Entre ellos, Alfonso Batres Valladares, Lorena Carrillo, Ernesto Godoy, Samuel de León, Francisco Villagrán Muñoz, Emilia de Villagrán, Eugenio Aragón (quien sumó este exilio a otro de larga duración en Chile), Carlos Alberto Castañeda, Manuel Urrutia, Mario Torres (después ministro de Educación en Guatemala), Herbert Morales, Felipe “Tiky” Magaña, Edwin Mejía Palma, Marco Antonio Cortéz, posteriormente Coralia Gutiérrez, Jorge Monterroso y Sergio Tischler. Tiempo después se incorporó a la Facultad de Derecho José Emilio Rolando Ordoñez, quien fue un gran especialista en derecho indígena. Menciono solamente a los que tuvieron acogida en la uaP. Buena parte de nosotros éramos militantes y rápidamente organizamos la solidaridad con el movimiento revolucionario guatemalteco y contra la dictadura militar. También para apoyar a compañeros y compañeras que venían huyendo de Guatemala o bien que estaban de paso en el cumplimiento de sus labores revolucionarias.

 

¿Cómo fue surgiendo un núcleo académico de exiliados guatemaltecos y cuáles fueron sus aportaciones a la UAP?

He empezado a responderte esta pregunta líneas atrás. Los exiliados guatemaltecos nos vinculamos a la docencia y a la investigación en el iCuaP, la Escuela de Filosofía y Letras en el Colegio de Antropología Social y en el de Historia, la Escuela de Administración Publica, la Facultad de Derecho, la Facultad de Medicina, la Facultad de Estomatología y también en ciertos departamentos administrativos. La uaP fue sumamente generosa con nosotros y con los exilios chileno, argentino, uruguayo, haitiano, guatemalteco, salvadoreño y nicaragüense. Buena parte de los exiliados guatemaltecos fueron activos docentes en sus respectivas unidades académicas. No pocos estudiantes de aquella época, ahora profesionistas universitarios, recordarán la impronta que tuvo en ellos el ejercicio de la docencia de los académicos guatemaltecos que arribaron a Puebla huyendo de la represión. Al igual que los otros exilios, los académicos guatemaltecos también tuvimos participación en las instancias de gobierno universitario y pusimos nuestra experiencia al servicio de las reformas curriculares y otras actividades vinculadas a la elevación del nivel académico de la universidad. Severo Martínez, autor de una influyente obra, La patria del criollo, continuó en la buap sus notables dotes docentes y publicó desde el icuap una primera versión de Motines de Indios. Ambos libros son una referencia en la historiografía latinoamericana. Severo y yo fuimos parte del grupo de académicos que fundó el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades. En la actualidad Sergio Tischler y mi persona seguimos activos en la universidad y en el posgrado de sociología del icsyh-avp, como también Coralia Gutiérrez en el Posgrado de Historia y Lorena Carrillo en el de Ciencias del Lenguaje.

 

 ¿El doctorado Honoris Causa que te entregó la Universidad de San Carlos de Guatemala en 2019 cierra una herida vital en tu trayectoria?

De los académicos exiliados en Puebla, hemos sido distinguidos con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de San Carlos de Guatemala, Severo Martínez Peláez y mi persona. La respuesta a tu pregunta casi puedo hacerla en nombre de los dos, porque nuestro caso es parecido. Severo abandonó por última vez el campus de la usac la tarde del 25 de enero de 1979. La muerte lo rondaba desde fines de 1978, cuando recibió el aviso de que sería asesinado en 1979 junto a los dos máximos dirigentes socialdemócratas Manuel Colón Argueta y Alberto Fuentes Mohr, el dirigente universitario y comunista Manuel Andrade Roca y el filósofo Rodolfo Ortíz Amiel. Cuando asesinaron a Fuentes Mohr, Severo decidió abandonar el país e irse al exilio. Rodolfo Ortíz Amiel hizo lo mismo. Colom Argueta y Manolo Andrade Roca fueron asesinados poco después. Severo nunca regresó al campus de la usac, solamente fue al Salón General Mayor “Adolfo Mijangos López” de la antigua Facultad de Derecho en 1993 cuando recibió el Doctorado Honoris Causa. Para entonces Severo ya estaba muy disminuido por su enfermedad, la cual se lo llevó en enero de 1998. Cuando el Consejo Superior Universitario de la usac me honró con el Doctorado Honoris Causa y me lo entregó el 12 de octubre de 2019, sentí que me había sucedido lo mismo que a mi querido mentor. Como él, había salido huyendo del país el 20 de abril de 1980, porque la dictadura estaba a punto de asesinarme. De los siete amenazados de muerte por el Ejército Secreto Anticomunista en la lista de la que formé parte, fueron asesinados tres. Como Severo, ese día estaba en el Salón General Mayor de la usac recibiendo un Doctorado Honoris Causa. Por su padecimiento, Severo no tuvo plena conciencia del honor que estaba recibiendo. A diferencia de él, yo sí la tuve y he sentido que, al igual que con él, el honor recibido reivindica a toda la inteligencia asesinada por la dictadura. Nunca se cerrarán las heridas que nos deja el haber sido sobrevivientes de la dictadura, el haber perdido amigo/as, compañero/as y familiares. Puedo decir que la mayor parte de mis amigo/as compañero/as de aquellos días no llegaron a los 30 años. Pero nuestra única venganza ha sido y será, volver a ser felices.

 

 ¿Guatemala ha cerrado en falso la larga historia de represión e impunidad que caracterizó su vida política?

En efecto, la metáfora es correcta. Los Acuerdos de Paz de 1996 fueron lo mejor que pudo haber logrado la insurgencia guatemalteca en un contexto de derrota militar y derrota mundial por el derrumbe soviético y auge neoliberal. Pero en todos los años transcurridos desde entonces, la izquierda nunca tuvo la fuerza suficiente para que esos acuerdos de paz se volvieran realidad plena. El resultado hoy es un Estado fallido o cerca de serlo, cooptado por la voracidad oligárquica-neoliberal, el delito económico organizado (la corrup ción) y el crimen organizado. El conjunto de fuerzas que hegemonizan ese proyecto delincuencial es el denominado Pacto de Corruptos. La violencia ha pasado de su faceta contrainsurgente a una violencia delincuencial (común y organizada) combinada con la que ejercen los grandes capitales vinculados al extractivismo. Hoy el conflicto va más allá del que radica entre derecha e izquierda. También tiene que ver con el que enfrenta a corrupción contra decencia.

 

Visto en perspectiva histórica, ¿cuál es la aportación y el legado de los exilios latinoamericanos, y en especial del guatemalteco, en la historia de la buap?

Esta respuesta te la voy a dar pidiendo disculpas de antemano por si omito algún nombre. No me referiré tanto a los guatemaltecos porque ya he hablado de ello antes. Es probable que mis omisiones se deban a que te estoy respondiendo desde el área social humanística de la buap. También hay que decir que no solamente hay que mencionar el aporte que los desterrados del Cono Sur, Centroamérica y el Caribe le dimos a la buap, sino también el que nuestra universidad nos dio a nosotros creando condiciones muy buenas para nuestro desarrollo intelectual y superación académica. Exiliados y migrantes nos beneficiamos de los permisos otorgados por nuestra Casa de Estudios para que pudiéramos obtener maestría y doctorados y con los recursos para publicar nuestros resultados de investigación. Muchos de nosotros/as hemos llegado adonde llegamos por el generoso auspicio de la buap. Probablemente el núcleo más importante de exiliados incorporados a la buap provenga de Argentina, particularmente de la ciudad de Córdoba. Pero el listado que ofrezco a continuación evidencia que los exiliados o migrantes por causas políticas, provinieron de muchos lugares. Así las cosas, no puedo dejar de mencionar el aporte de los eminentes fisiólogos chilenos Bjorn y Ruth Holmgren al Instituto de Fisiología. El que hicieron el filósofo argentino Óscar del Barco y los historiadores haitianos Benoit Joachin, Michel Hector y Guy Pierre, así como la historiadora chilena Nora Gatica Krug al icuap. El historiador argentino Juan Carlos Grosso y el guatemalteco Severo Martínez Peláez en el icuap y después en el icsyh-avp. Severo también dejó una impronta en los Colegios de Antropología Social e Historia. El aporte al Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de Aída Gambetta y Ana María del Gesso (Argentina), Alba Díaz (Uruguay) y Hugo Duarte (Chile). Al Colegio de Historia el de César Pellegrini (Argentina). Al Colegio de Antropología Social después de permanecer exiliados en Suecia llegaron Abel Madariaga y Hugo Trinchero (después Director de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires) y Carlos Okada (quien llegó a México después de ser prisionero de la dictadura militar argentina). Allí también trabajó la argentina Susana Percaz. Abel Madariaga, a su regreso a Argentina, se volvió un activista importante de Abuelas de Plaza de Mayo buscando a su hijo, que fue apropiado por los militares que mataron a su esposa. Hay que mencionar la contribución que hicieron en lingüística y semiótica Raúl Dorra, María Isabel Filinich, Luisa Ruiz Moreno y Rodolfo Santander (Argentina). Óscar Correas (Argentina) fue el gran impulsor de la crítica del derecho y fundador de la revista Crítica Jurídica. Ana Maria Magaldi (Argentina) fue durante un buen tiempo la editora de la entonces revista más importante de la buap, la Revista Crítica. Proveniente de Colombia, se recuerda a Jorge Barahona, quien se desempeñó en la carrera de Ingeniería Civil.

En el icuap hay que mencionar a los salvadoreños, el químico Carlos Barahona y a la bióloga especialista en toxicología Anabella Handal (hija del líder histórico del fmln Schafick Jorge Handal). También al químico Eduardo Campos Reales (hijo de un comunista salvadoreño, uno de los fundadores del pgt). Igualmente proveniente de El Salvador, debo mencionar al arquitecto Gonzalo Yanez Díaz, ex-rector de la Universidad de El Salvador, quien ha hecho aportes al estudio de la arquitectura colonial en Puebla. Inolvidable huella dejó en el Colegio de Filosofía la impresionante erudición de Angelo Altieri Megale (Italia). El Ing. Luis Rivera Terrazas, además de físico y astrónomo, impartió docencia sobre historia de la ciencia en las escuelas de Física-Matematicas y Fi losofía y Letras. Su vocación lo llevó a tener amistad con el físico matemático, epistemólogo y filósofo de la ciencia alemán Thomas Brody, quien temporalmente se vinculó a nuestra casa de estudios. Varios argentinos deben ser agregados a los ya mencionados: José María Giner y Oscar Terán (Filosofía), Elida Peretti (Psicología), Luis María Mumo Gatti (Antropología) así como Clara Kielak, Carlos Brega, Alberto Sladogna, Judith Pavlov. No puede omitirse al oncólogo boliviano Moisés Abraham Baptista, fundador del área de oncología del Hospital Universitario de la uaP. EL Dr. Abraham llegó a México en el contexto de su vinculación con la autopsia del cadáver de Ernesto Che Guevara.

El chileno Alejandro Witker (sobreviviente de un campo de concentración pinochetista) fundó el Centro de Estudios Latinoamericanos Salvador Allende (Celasa), una parte de cuyo acervo después se fundió con el del iCsyH-avP. Otro chileno, antiguo militar, abogado y poeta, José Suárez Donoso, fue profesor en la Facultad de Derecho y fundó la librería Teorema en el centro de la ciudad. Huyendo del golpe de estado en Chile, arribó Clara Ureta Calderón, quien llegaría a ser una activa sindicalista con el suntuaP. En Ciencias Químicas deben mencionarse a los chilenos Dino Gnieco Hernán y Guillermo Negrón Silva, así como al argentino Pedro Alíster. En el campo de las matemáticas deben ser recordados Segismundo Maur, Adriana Echeverría y Horacio O’Brien, provenientes de Argentina. En la Facultad de Administración desempeñaron o desempeñan docencia los salvadoreños Luis Ernesto Arévalo y Fabio Castillo, así como el chileno Fabio Rodríguez Korn. Otro salvadoreño fue Héctor Samur, quien organizó un seminario sobre Marx en el Colegio de Filosofía antes de incorporarse a la insurgencia en su país. En la Facultad de Medicina puede referirse a Jaime Estay (padre), Rodolfo Martínez (Argentina) y Eugenio Aragón. Además, Eugenio Cornejo (ex-prisionero en el Estadio Nacional de Chile) y Jenny Fischer (Chile). En la de Economía se nombrar a Jaime Estay Reyno (Chile), Susana Rappo (Argentina), Luc Smart (Haití). En diversas facultades y en el iCsyH-avP, es necesario mencionar a Gloria Marroni (Brasil), Florencia Correas, Marcelo Gauchat, Silvia Kiskowsky, Miguel Ángel Cuenya, Oswaldo Tamaín (Argentina), Jorge Lora (Perú), Ana María Ashwell y Carlos Mallorquín (Paraguay) así como a Rosalina Estrada (Nicaragua). En la licenciatura en Danza, a Patricia Estay (Chile); en la de Psicología, a Isabel Stange (Chile). En las labores de corrección editorial en varias revistas y libros, entre ellas Bajo el Volcán, se desempeñó la argentina Susana Plouganou. Igualmente, Horacio Plouganou trabajó en Extensión y Difusión de la Cultura. Finalmente, no puedo olvidar a Héctor Bruno Depetris (Argentina), quien además de ser profesor en el Colegio de Historia, fue el jefe de campaña de Luis Ortega Morales en la memorable contienda electoral por la rectoría de 1981. Y también al cordobés Enrique Cárpena, profesor investigador especialista en metodología de la investigación, quien desempeñó funciones similares en la campaña por la reelección rectoral de Alfonso Vélez Pliego en 1984.

En esta larga lista de nombres que he consignado, muy probablemente falten no pocos de aquello/as a las cuales la BuaP dio cobijo. El poder contar con ese alero significó para los nombrados aquí, y los que no he mencionado, una oportunidad de rehacer sus vidas. Sea esta relación un homenaje a la solidaridad internacionalista de nuestra universidad.

La entrevista completa en pdf