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19 Abril 2024, Puebla, México.

El campeón olvidado / Oscar E. Hernández López

Sociedad /Sociedad | Crónica | 5.DIC.2021

El campeón olvidado / Oscar E. Hernández López

Crónica de un fajador de la Romero Vargas

La biblioteca comunitaria está en una pequeña sala bien iluminada por dos grandes ventanales, junto a uno de ellos hay una mesa, me siento de frente a ellos, desde ahí se tiene una muy buena vista de la Malinche y de la parte baja de la Junta Auxiliar Ignacio Romero Vargas en su lado norte. Esta biblioteca está al fondo del museo comunitario ubicado a un lado del patio de la parroquia, es una construcción vieja. En este pequeño museo se exhiben, en varias vitrinas, piezas arqueológicas prehispánicas de barro y algunas armas un poco oxidadas, sables, bayonetas y otras reliquias de la batalla del 5 de mayo de 1862 encontradas en esta localidad. Don Carlos es un hombre mayor, tiene 78 años y se ve fuerte como un roble, bajo de estatura, piel cobriza y ojos muy vivos. Llega a este lugar todos los martes a las 10 de la mañana, en bicicleta, pedaleando a pesar de que la parroquia está en lo alto del barrio. Don Carlos es conocido por sus amistades como “El Campeón” pues en 1960 ganó un torneo de boxeo amateur.

 

            El Campeón

 

“A ver Don Carlos, dígame cómo se hizo campeón y cuándo fue eso.”

“Fui campeón de los Guantes de Oro --me responde y empieza su relato con una voz llena de orgullo por las glorias pasadas--. De peso Mosca, la división de los 51 kilos. Nací en el 42, así que tenía… baja la vista mientras hace sus cuentas. Mm… Sí, tenía 18 años. Luego de ser campeón invicto en el peso Mosca, pasé a la división Gallo y en esa categoría, ya como profesional fui campeón tricorona en 1961, permanecí en ese peso hasta 1964.”

Don Carlos abandonó el boxeo cuando estaba en la cumbre de su carrera deportiva. “Me retiré por, este, como se llama… por tener el poder del dinero.”

El titubeo se debe a una indecisión momentánea de contar esa parte de su historia. “Yo estuve jugando en México ―agrega el Campeón― programas de México.”

Por ser un buen boxeador, le dieron la oportunidad de pelear en la Arena Coliseo en la Ciudad de México. En ese ring tuvo varias peleas sin perder ni una, era muy disciplinado, de su casa al trabajo, del trabajo al gimnasio, del gimnasio a su casa, y todos los días, a correr temprano. Don Carlos siempre ha sido vecino de la Junta Auxiliar Ignacio Romero Vargas. “En esa época, yo vivía por ahí atrás –y hace un ademán señalando con el índice de la mano derecha el rumbo norte--. En una calle que se llama Abasolo, ahí nací, ahí me crié, ahí me hice todo: ahí me hice hombre, ahí me hice boxeador, ahí me hice borracho también.”

Carlos tenía su licencia de boxeador profesional, y fue a causa del alcohol que la perdió. La licencia la obtuvo cuando comenzó a pelear en la Arena Puebla después de ganar las seis peleas de la rama amateur, triunfos que le valieron el campeonato de los Guantes de Oro. El dueño de la Arena Puebla era Benjamín Mora, quien no tuvo empacho en incluir al nuevo campeón amateur en sus programas profesionales; las peleas estaban pactadas a ocho rounds. Siguieron los triunfos y su mánager lo promovió en México, lo aceptaron de inmediato gracias a su impresionante trayectoria, había ganado cinco peleas de manera consecutiva, cuatro de ellas por nocaut. En la Coliseo inició pelando a seis rounds, y vinieron más triunfos, no perdió ni un solo combate y su éxito llegó acompañado de dinero, comenzó a ganar muy bien, en aquel entonces cuatro mil pesos eran una fortuna...

Pero después, el derrumbe.

“Lo que pasó fue que me metí en una bronca… y me recogieron la licencia --Don Carlos se nota triste, como si quisiera olvidar ese  amargo episodio--. Y ahí troné como boxeador. Lo dice con resignación. El boxeador tiene estrictamente prohibido pelearse en la calle porque sus puños son un arma. Si con un puño se le abre la cara a un ser humano, a un boxeador que se sabe defender, cuánto más daño se le puede ocasionar a quien no sabe hacerlo. Es común que a los boxeadores se les conozca por su sobre nombre, grandes figuras del boxeo mexicano son recordados por el apodo seguido de su apellido: El Pipino Cuevas, el Ratón Macías, el Mantequilla Nápoles, pero Don Carlos peleaba con su nombre de pila, él era Carlos Guzmán aunque sus más allegados lo conocían como el Carlucas Guzmán.

“Me llamo Carlos Guzmán Papaqui, pero en todos los programas aparecía como Carlos Guzmán. Tengo un montón de ellos, los tengo por ahí, bien conservados, los enmiqué. Son recuerdos que se quedan para siempre.”

 

Por qué me quitaron la licencia

 

La fama y el dinero son malos consejeros, abundan las historias de artistas y deportistas que cayeron en el vicio, truncaron sus carreras, y al despilfarrar sus fortunas acabaron, algunos en la miseria, otros, sobreviviendo con trabajos mal remunerados, Carlos no fue la excepción, el fin de su carrera pugilística llegó de la manera menos esperada.

“Teniendo y ganando dinero, ya sabes, no falta la oportunidad, le mete uno a las cervezas, al chupe, y la autosuficiencia, el poder, el presumir…  Había en aquel entonces, uno de esos lugares que antiguamente se les llamaba cabaret, ahora les dicen centro nocturno --Carlos se refiere al cabaret que estaba en la avenida Juárez, a una calle del Paseo Bravo--. Recuerdo que en la esquina de la 15 sur, estaba ese cabaret que se llamaba “La Marina”. Ahí me encontré con otro boxeador, pueblerino, yo lo conocía, un boxeador que era muy amigo mío, nos agarramos a las copas, y se hizo un despapaye con los meseros, por eso me recogieron la licencia, perdí mi licencia porque el boxeador que tiene fama, tiene mucha publicidad, cualquiera lo conoce. Nos peleamos con los meseros, hicimos un desmadre, entonces, el dueño del restorán iba a llamar a la policía, y un mesero dijo: ‘no, no, no, déjelo usted, yo lo conozco, a este señor le van a quitar la licencia`.”

Carlos había golpeado a dos o tres meseros, estaba briago, eso fue un sábado. El lunes siguiente después de trabajar, a las seis de la tarde, se presentó al gimnasio de los baños Necaxa, ahí entrenaba. Grande fue su sorpresa al cruzar la puerta, la comisión de box lo estaba esperando. Se había corrido la voz, la noticia había salido en La Voz de Puebla. El presidente de la comisión de box era Agustín Chanes.

“Me dirijo a la caja a realizar mi pago mensual, Chanes se acerca y me dice: ‘tu licencia’. Lo miro extrañado y me recalca: Si, la de boxeador”’, y mi mánager, que era un señor alto, fuerte, muy fornido, me dice: ‘¿Qué desmadre hiciste?’ No nada --le respondo--. Estaba yo como todo un niño que quiere lavarse las manos.”

Carlos se emociona, no sé si la timidez o la vergüenza que sentía al principio de esta plática se ha transformado en orgullo, y sigue su relato:

“Enfurecido, mi mánager me cuestiona: ‘¿Cómo que nada?’ y saca de la bolsa trasera de su pantalón un periódico y me lo pone en la cara. ‘Mira. Lo publicaron’. Con eso me chingaron, nomás con eso. Porque me echaron al periódico. Y el regaño continuó, me dice mi mánager: ‘Mira con quién andabas de loco. Y aquí está. El dueño del restorán-bar la Marina… aquí está’. Sentí que se me acababa el mundo, casi lloro, quería rogarle al presidente, al Agustín Chanes, pedirle perdón, yo estaba temblando, aunque no se me notaba. Y que me grita Chanes: ‘¡La licencia!”. No la traigo --le respondí--. No traigo la licencia. ¡Yo la licencia esa no la cargo! Y que brinca mi mánager: ‘Yo tengo una copia’. Pero Chanes no se conformó: ‘No, no, no. Quiero la original’. Pues mañana te la traigo ―Le respondí. Yo no la ando cargando… ¡Y sí la llevaba yo! Me prohibieron entrenar, desde ese momento dejé de pelear oficialmente.”

Chanes acababa de tirar al campeón.

“¿Sabe porque no me dejó entrenar? Porque a su pupilo yo ya le había ganado en una pelea. Se llamaba Carlos Garrido, el Zorro. ¡Yo le gané!”

Carlos revive el sentimiento de rabia que vivió aquellos días. Aprieta los labios, las manos, parece que el recuerdo lo lastima. Carlos narra cómo Chanes le hacía mucha publicidad al Zorro:

“Lo tenía hasta arriba como profesional, y jugamos ocho rounds, en la Arena Puebla, pelea de los Carlos, Carlos contra Carlos, y que le gano. Pero como su mánager eran Chanes, lógico, que me recoge la licencia. Yo iba pa’rriba y desbanqué a su pupilo.  Carlos Guzmán siguió entrenando aunque ya no podía pelear oficialmente, ya no lo podían publicar, aun así tuvo dos peleas más, una en Zacatelco y otra en San Miguelito.

 

Por qué me metí al box

 

La decisión de Carlos de dedicarse al boxeo tuvo sus causas muy particulares, no fue el gusto por ese deporte, la razón de fondo estaba en su problemática familiar. “Anduve mucho tiempo resentido con mi padre,  por la forma en la que me trataba, le decía: ‘¿Que no soy tu hijo?, ¿soy tu entenado?, o ¿qué chingao?’. Claro, esos reclamos se los hacía cuando ya era yo grande.”

Sonríe y guarda silencio por unos segundos porque está sonando la campana de la parroquia, están llamando a misa de once, suena la última campanada y Carlos sigue su relato: “Cuando termino mi servicio militar y me dan mi cartilla, voy a ver a mi papá y nos sentamos ahí en la casa, saca mi papá sus cigarros y le digo: ‘Dame un cigarro, ¿no?’  Mi papá extrañado que me responde: ‘Ora qué pendejo. Qué cigarro ni que nada’. Me iba a dar un chingadazo, pero lo detuve y que le rezongo: ‘Estate quieto, no me pegues, ya soy mayor de edad, acabo de dar el servicio’. Y ya  envalentonado que le digo: ‘Ya somos iguales, ora sí’.”

Carlos se extraña por la actitud de su padre hacia él, lo justifica diciendo que es parte del aprendizaje de ser padre, o tal vez una especie de desquite irreflexivo por salir siempre en defensa de su madre. “Una vez me enfrenté con él, ya estaba yo en el boxeo, tenía 18 y fracción, fue la última vez que le pegó a mi mamá.” Se nota la tristeza en sus palabras pues recuerda que su madre murió joven, tenía 49 años cuando falleció. Su padre la golpeaba mucho, era muy celoso, y Carlos, como el hijo mayor, se dio cuenta de que  además de celoso, se emborrachaba, se echaba sus pulques y llegaba a su casa a golpear a su mamá, y fue creciendo con ese sentimiento de odio. Eso se le metió en la cabeza. “Recuerdo que cuando tenía como seis años le grité: ‘¡No le pegues a mi mamá!’, y que me da un golpe y que me avienta hasta allá: ‘sácate pinche escuincle’, y entonces me enchilé y de lejos, para que no me alcanzara le contesté: ‘pero un día te voy a romper la madre’. Por eso me metí al box.”

 

Me di cuenta de que pega fuerte

 

La intención de ser boxeador era la de prepararse para defenderse de las agresiones de su padre, hacia él y hacia su madre. Buscó la manera de iniciar su carrera pugilística. Se juntó con dos amigos, pusieron un costal y se entrenaban golpeándolo, Carlos se dio cuenta de que pegaba fuerte.

“Éramos un tal Pedro, el más grande, luego el Miguel y yo. De los tres solo yo me quedé, a ellos los eliminaron en el examen médico.”

El examen médico es un requisito indispensable al que todo boxeador debe someterse, está prohibido pelear sin un certificado de salud. El excampeón narra cómo era la prueba: “Uno debe pasar diez segundos en firmes, la vista firme, y le hacen así. ―Carlos lanza un golpe sobre sus propios ojos y se mantiene sin parpadear―. Se llama visibilidad. Si le hacen así ―nuevamente se lanza un golpe hacia sus ojos― y no mueves la vista, y no parpadeas, tienes visibilidad. ¿Cuándo has visto que un boxeador parpadeé? Nunca.”

Desde hace unos minutos nos hemos estado hablando de tú, ambos nos sentimos cómodos con esta plática, yo, conociendo su historia, él desahogándose al narrarla. Así se inició en el boxeo, y después siguió ganando peleas y dinero. A su mamá le regalaba monedas y billetes, de a diez pesos, de los de color canela o de cincuenta pesos que eran azules, les decían “ojo de gringa”. Siempre andaba con dinero, le pagaban bien, y se comenzó a descarrilar, a poseer cosas, prestigio y mujeres, sexo…

“Ahí en La Marina, yo era famoso,  lo frecuentaba porque había de todo, a veces iba a otro cabaret, uno que estaba en la mera 25 y boulevard Atlixco, ahí donde ahora venden azulejos, cosas para baños. Esos eran mis preferidos.”

Pero para llegar a ser campeón y disfrutar del dinero que ganaba a base de golpes, se requería de mucha disciplina, mucho entrenamiento, mucha constancia.

“Corría por todo el rumbo –cuenta--, alrededor de la Romero Vargas, por Cholula, por Zavaleta, a la Ánimas.  Nada más de La Junta hasta la Pirámide son ocho kilómetros, eh, y de La Junta para acá no sé cuántos son, pero ponle que otros cinco y de La Unión a mi casa serían otros dos kilómetros, diario, eso cuando estaba yo en preparación.”

  Carlos me mira, se acomoda la cachucha negra que trae puesta, voltea al ventanal y señala con el dedo: “De venida, corriendo, atravesaba por aquí luego, por Santa Cruz,  a las cinco de la mañana, cha, cha, cha, cha… a correr.”

La carrera boxística de Carlos fue meteórica, dese su época de amateur hasta el momento en que tuvo que abandonar el profesionalismo al quedarse sin licencia pasaron tan solo 4 años. No fanfarronea, en toda su carrera de boxeador solo perdió una decisión, y una que le pararon por nocaut técnico. Hace un esfuerzo para recordar, algunos datos se le pierden en la lejanía del tiempo, a veces le cuesta trabajo ubicar los hechos en la secuencia correcta, pero los más importantes sí los recuerda con detalle. “Que me paran la pelea en el décimo round, perdí con Nacho Durán, era un trabajador de la embotelladora O’key. Todas las demás fueron victorias. Solo un empate, con Emilio Leal, de Córdoba. Ya en peso gallo.”

 

Yo era fajador

 

Hacia finales de 1962 se inauguró la Arena Atlixco, Carlos Guzmán aparecía como protagonista de la pelea estelar, nunca imaginó la forma en la que ganaría esa pelea que estuvo a punto de perder. Que traen a un boxeador oaxaqueño. Por ahí tengo el programa, y yo iba como campeón… y por primera vez… Es el único que me llegó a tirar, me mandó a la lona… un chaparrito. Dicen que la confianza mata al hombre. Era una miniatura. Cuando lo vi, le digo a mi mánager: ‘¿Y ora, esta pendeja criatura?’. Estaba bien chaparrito, me costaba trabajo tirarle golpes.”

 

Ilustración de portadilla: el boxeo en los años 50-60 en México. Solo Boxeo

Carlos suelta una carcajada, yo me río pues hace unos gestos y movimientos muy graciosos. Se pone de pie y tira golpes al aire.

“En lugar de pegarle acá… ―y lanza un puñetazo a la altura de su cara―, tenía yo que pegarle abajo,  a la cara… pero estaba a esta altura ―y muestra con la mano una estatura pequeña--. Pa la madre, me ha dado una santa chinga, con perdón de la palabra, ¡pero chinga! En el primer raund, me fío, despacio, despacio, intercambiamos unos golpes, pero no me llegaban a tocar fuerte porque entraba como perro, porque yo, más que boxeador, yo fui fajador…”

Perdona mi ignorancia ―lo interrumpo bruscamente―, ¿cuál es la diferencia?

“Mucha, ―me responde en seguida―. Fajador es aquel que se agarra al tú por tú. Carlos se levanta y camina alrededor de la mesa dando pasitos mientras describe al boxeador. “Boxeador es aquel que empieza a boxear, camina pa’ llá, camina pa’cá, va a todo el ring, entra, pega, sale, abraza, y pega fuerte y da vueltas, ese es un boxeador. Pero yo fui un fajador, o sea, yo fui al tú por tú. Este muchacho, en Atlixco, ¡me ha dado una madrina! Me tiró a la lona. Me acuerdo, porque me tiró un golpe que nadie aguanta, ningún ser humano, acá, es la punta de la barba… --y levanta la cabeza y señala el lugar en su cara―. Acá, un golpe con los nudillos, nadie lo aguanta, nadie. Es una puñalada. Por ser burlón, como le dije a mi mánager. Esa pinche miniatura, que me tira en el cuarto round. Entró bien y que me pega en la punta de la barba, caí como regla, estaba yo noqueado. Veía que las lámparas hacían así ―y balancea las manos indicando el movimiento de las lámparas―, y me dice mi mánager: “¡Pásate los guantes por la cara!”

Carlos explica cómo se recuperó de esa caída. Se pasa los puños por el rostro, abre y cierra los ojos, se vuelve a pasar los puños por la cara, y sigue su relato:

“Que se me va ese mareo, y a la cuenta de ocho me levanto, entro como perro, ese chaparrito  me abraza y suena la campana. Vámonos, a la esquina. Y ahí ya me repongo. Yo me reponía con hielos en el cerebro, mi medicina fue eso, siempre tenía una bolsa de hielo. Mi mánager me puso el hielo y que me regaña: ‘ya ves, como eres tan pendejo. Te estabas burlando de ese chamaquito’, me lo dijo quedito en la esquina, era chaparrito, pero no era chamaquito. Que me quedo callado unos segundos y que le digo ‘ahorita gano la pelea’. Aquí está exactamente lo que todo ser humano tiene, una confianza en sí mismo. Le dije: ‘Sí, voy a ganar’. Llevaba yo una condición física fuerte. Y ahí es donde entro a la pelea al tú por tú, a arrinconarlo, y duro, y duro y duro y duro, seguido, seguido, seguido y le gano por nocaut.”

 

Nunca le he pegado a una mujer

 

Carlos se queda pensativo unos segundos, está recordando esa épica pelea, cierra los ojos y agacha la cabeza, de pronto me mira y con esa voz ronca describe a su enemigo:

“Era el japonés García, y me dice en la esquina, ya que acabó la pelea, llorando: ‘Nunca pensé que me ganaras, si ya estabas noqueado’.  Y le respondo: ‘Síii, es cierto’. Y nos abrazamos como todo deportista. Nadie me había tirado, me burlé de ese chaparrito, me prendió bien, me dio dos golpes, exactamente el uno dos, en la mandíbula, en la barba. Yo pegaba muy fuerte con la mano derecha, la izquierda nada más era para fintar. Por eso tuve miedo de pelear en la calle, tuve miedo de pegarle a una mujer, a mi esposa en paz descanse… es más, a nadie le he pegado, ni a una mujer, porque sé dónde pegar.”

Aunque ganaba sus peleas, Carlos no se iba limpio, también recibía una buena cantidad de golpes que lo dejaban bastante lastimado, en ocasiones, tardaba semanas en recuperarse.

“Un día llegué a la casa con el ojo cerrado, me abrió mi mamá y me dice, ‘mira nomás cómo te pusieron la cara’, la abracé y le dije, “no te preocupes”, saqué unos billetes y se los di. ‘Ah, sí, me quieres comprar…’. No, no te enojes, cógelo. Ella me curaba.

Hay técnicas antiguas que evitan que se rompa la cara de un golpe. El Campeón tenía su médico, uno de esos de la vieja escuela que le recomendó un tratamiento para la piel:

“Todos los días, ocho días antes de pelear, lávate la cara con agua de sal tibia, y no te la seques, lávate ocho días diario. Se pone la cara re áspera, nunca me abrieron la cara, aquí tengo una abierta, pero esa fue por borracho.”

La dieta que un boxeador tiene que seguir es otro requisito indispensable para ser exitoso, Carlos la seguía de manera estricta y se la vigilaba su mánager: Nada de pan, el refresco está prohibido, un huevo en ayunas, leche, nada de grasas, caldo de frijol, agua con limón y otras recomendaciones. El mánager le decía: no comas pan, no tomes refresco, hay que correr diario, no te vayas de briago, no te desveles, no mujeres…

“Pa la madre, nada de mujeres durante la preparación. Ya de campeón tenía esposa, pues ora me acuesto abajo en el suelo, en colchoneta, tenía yo que hacer preparación de dos meses, para pelear ocho o diez rounds. Y a mi papá le decía yo: ‘Échame tu bendición, jefe, voy a pelear’, y me contestaba: “Te van a romper la madre”, y yo le respondía: ‘Te voy a demostrar que a mí no me van a romper la madre’. Cuando regresaba a casa, entraba gritando: ‘Ganéee. A ver, ¿no que me iban a romper la madre?’ Y me respondía: ‘Sí, pero mira esos moretones’ Y yo burlándome le decía: ‘Pero esos se me quitan’ Y él me reviraba: ‘¿Cuánto te pagaron?’ Yo retadoramente le contestaba: ‘Por qué te voy a decir si nunca quieres que entrene’. Me volteaba y le decía a mi mamá: ‘Jefa, tenga’, y le daba unos billetes.”

Carlos vuelve sobre la causa que le llevó al boxeo, recuerda cómo le enojaba que su papá maltratara a su madre, prefería que le pegara a él, incluso cuando se iba de farra. En una ocasión, al golpearlo, su padre se lastimó la mano, es que hay que saber pegar. “Un día cuando estaba yo en el boxeo, maltrató a mi mamá, ― recuerda con amargura―, y me enojé mucho y le dije: ‘Sí le pegas, yo te rompo la madre, güey’, ya nunca volvió a golpear a mi mamá. El último día de su santo, estuvimos con mi hermano, y me dice: ‘A ver, tráeme una copa, te sirvo, toma conmigo’, tenía en la mano una botella de Berreteaga. Yo ya no tomaba, después de que fui un borracho tirado en las calles, dejé de beber. Llevo 39 años sin beber una gota de alcohol.”

 

La última pela, contra el Vejigo y por el barrio

 

Cuando Carlos dejó los guantes, siguió trabajando como obrero, siempre siendo vecino de la Romero Vargas, es testigo de lo que ha cambiado su junta auxiliar, y ha participado en fiestas y otros eventos comunitarios.

“Aquí di una exhibición de box con un señor, al que de apodo le decían el Vejigo, él era de Nativitas, tlaxcalteca, pero vivió mucho tiempo acá, trabajaba en la fábrica el Patriotismo, una de las fábricas viejas. Fui a ver al Vejigo  y le digo: ‘Es para nuestro pueblo, vamos a pelear tu y yo, como exhibición”. No íbamos a pelear de verdad, el ya pesaba como ochenta kilos, y yo, como sesenta, le digo: ‘No vamos a pelear porque me vas a romper toda la madre’. Yo lo conocía, lo vi pelear muchas veces, lo buscaban porque era perro pa pelear. Esa vez hicimos historia, ahí justamente ―señala por la ventana―, ahí estaba una fuente, por ahí, no había nada, no había nada de esto. Mandamos a hacer programas, la pelea estelar: Carlos Guzmán contra el Vejigo… jaja, era cómico, diversión para el pueblo… hicimos una buena función.”

Carlos parece triste porque ahora en su colonia ya no hay box, no hay afición, ni voluntarios, el interés por el dinero es lo principal, un trofeo ya no significa nada. “Ahora los presidentes ya no ponen la motivación, ―comenta el Campeón―, yo te puedo asegurar que si armamos un programa y si todavía viviera ese cuate, para el ocho de diciembre podríamos hacer una función de box. Yo conozco gimnasios, conozco gente, me traigo dos o tres peleas, cuestan dinero pero podemos hacer una buena exhibición.”

A pesar de los años, aún hay entusiasmo por el deporte de los golpes, Carlos quisiera regresar el tiempo.