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19 Mayo 2024, Puebla, México.

En la protesta por la UDLAP todos somos uno / Melchor Morán Mayllén

Universidades /Sociedad civil organizada /Gobierno | Crónica | 7.FEB.2022

En la protesta por la UDLAP todos somos uno / Melchor Morán Mayllén

En la noche del domingo 6 de febrero no han liberado a la UDLAP.  Lo sabemos quienes escuchamos el rock que espanta el frío en al plantón a la entrada de la universidad.

 

 

“Ella durmió al calor de las masas, y yo desperté queriendo soñarla…”, entonan en la noche un grupo de jóvenes, en un improvisado escenario, a la mitad de un campamento de protesta. “Algún tiempo atrás, pensé en escribirle, que nunca sorteé las trampas del amor…”, suenan sus voces en micrófonos distorsionados y bocinas saturadas, dejando testimonio, en una espontanea catarsis, de rebeldes que se niegan a bajar los brazos ante la injusticia. “De aquel amor de música ligera, nada nos libra, nada más queda…”, una expresión de juventud y resistencia, en una larga lista de marchas y protestas, que se acumulan desde hace meses y que saturan cada vez más las redes digitales.

Estudiantes, academia, administrativos y exalumnos han decidido plantar cara y elevar el tono de su reclamo, instalando carpas y casas de campaña, frente al lugar que por décadas ha sido motivo de orgullo y un imprescindible punto de referencia para la vida universitaria de México. Víctimas de una perversa confrontación por la posesión de la universidad, miles de estudiantes, han perdido más de doscientos días de vida universitaria. Un período que difícilmente se vive más de una vez en la vida les ha sido doblemente arrebatado; por la pandemia primero, y después, por los opacos enredos de un gobierno incapaz de proteger la vida universitaria.

La UDLAP, este centro internacional de conocimiento y desarrollo, el alma mater de decenas de miles de profesionales que nos desempeñamos para el bien de México y de muchos otros países; casa de las y los Aztecas de corazón naranja y sangre verde, ha sido ultrajada.

Viendo en Twitter los videos de jóvenes Aztecas haciendo música, me siento solidario con su reclamo e inspirado con su entereza y atrevimiento para cantar y rockear ante el atropello. La marcha del viernes pasado en la que toda una columna naranja y verde caminó kilómetros de Cholula al Zócalo de Puebla, estoy seguro que inspiró a muchos más. La respuesta de una comunidad que se manifiesta en muchas ciudades del país y logra incluso hacer patente el descontento en las manos del presidente de México, expresa desde muy adentro, la existencia de algo intangible que no puede ser obviado ni menospreciado. ¿Qué es lo que realmente han afectado? ¿Qué es lo que nos arrebatan? ¿Por qué no son sólo los estudiantes de esta universidad los afectados?

 

Mi vida ha estado conectada a la Universidad de las Américas Puebla de maneras que nunca hubiera imaginado. Desde niño, visitando a mis primos que vivían en Casitas, la zona residencial de profesores; de joven estudiando la licenciatura en ciencias de la comunicación; conociendo en las aulas a quien sería la madre de mis hijos; representando a la universidad en concursos o de intercambio; como profesional con mi agencia haciendo campañas y videos por años para la universidad (que por cierto fue nuestro primer cliente); con mi hijo jugando futbol americano en Aztequitas; dando clases de guionismo en la licenciatura de comunicación; con mis hijos como estudiantes universitarios… La UDLAP, entonces, ha formado parte importante de mi vida. Lo que viví como estudiante universitario becado, me cambió para siempre. Las amistades que inicié entonces, siguen siendo mi familia y mis cómplices de vida. Pero esto no sólo me pasó a mí, ni a mi generación; con los años la UDLA se convirtió en UDLAP y a pesar de los cambios de administración, rectores y múltiples adversidades, cada año nuevas generaciones continúan viviendo eso que es difícil nombrar, dándole continuidad con sus propias vidas.

La confluencia cotidiana de personas en ese lugar te transforma. La universidad cumple su objetivo no sólo por su actividad académica, sino por el entramado de vidas, visiones, búsquedas e ilusiones que trasciende a las instalaciones, a las personas y al tiempo. Es una llama que se mantiene viva con la suma de voluntades. Pero es una llama que nos ilumina incluso décadas después de haberla nutrido.

No todo es miel sobre hojuelas para un proyecto de tal magnitud, en su excepcionalidad y grandeza, carga también con la loza de las vergüenzas que nos desnudan como humanos. La historia de la UDLAP tiene también muchas crisis en su haber, muchos conflictos a todos los niveles; estudiantiles, departamentales, administrativos, de rectoría y patronato. Es una realidad que llegar hasta aquí no ha sido fácil, y los motivos para lograrlo deben ser también de todo tipo. Los intereses económicos, políticos, de poder sin duda han sido parte de la ecuación, como cualquier proyecto humano; pero por su impacto positivo en tantas vidas, lo importante es que a pesar de todo lo que ha podido obstaculizar su existencia, ha existido.

Durante décadas ha formado y transformado a decenas de miles de personas; ha sido un motor importante en la economía de Cholula y de Puebla; ha sido un bastión de las ciencias, el deporte, las artes y la cultura. Una especie de laboratorio de la sociedad, es una universidad. Una muestra sólo, de un tejido mayor que es la sociedad humana.

La crisis actual ha sido un golpe brutal a la continuidad del proyecto en tantas cosas que son evidentes, que fácilmente podemos pasar por alto ese algo tan complejo de explicar.

Esa llama que fluye más allá de sus terrenos, tejiendo vida más allá de sus estudiantes, puede apagarse. Hasta hoy, a pesar de los candados, la hierba gris desbordada, el silencio polvoso en los salones, la herrumbre en la Fundación MSJ, el rechinar de los engranes entre los dos patronatos, las telarañas de los bots, la oscuridad mañosa de autoridades judiciales locales y de gobierno; a pesar de todo, nuestra llama sigue muy encendida afuera del campus. Alimentada por las proclamas de libertad en las calles de muchas ciudades; los hashtags en las redes que trascienden fronteras; en la solidaridad de otras universidades, cámaras empresariales, o de artistas. En el canto rockero de sus estudiantes, en las clases que no se interrumpen en línea o entre tiendas de campaña, nuestra llama fulgura como un espíritu vivo. Todo eso y más es el espíritu de la universidad.

Mucho ha puesto en evidencia la torpeza del gobierno estatal para salvaguardar el intenso y a la vez delicado parpadeo de esta llama. Investigaciones periodísticas de un medio nacional señalan además de torpeza, contubernio en quienes debieran ante todo proteger nuestra llama, nuestro espíritu universitario. La resistencia y los señalamientos siguen creciendo, esperando que pronto intervenga la cordura y la responsabilidad del poder estatal. De no hacerlo bien, el daño será mayor para todos. Cada día que pasa con la universidad secuestrada se atenta contra la libertad de la sociedad. No es la comunidad de la UDLAP, somos todos víctimas cuando se agrede la vida y sus manifestaciones más puras; somos todos rehenes cuando el poder nos ignora y utiliza para fines mezquinos; somos todos cuando para el poder no somos ninguno.

En 1990, en mi tercer año de universidad Soda Stereo sacó ese disco, yo también cantaba… “de aquel amor, de música ligera”. Cuando nos conecta a través del tiempo y el espacio el espíritu universitario, que me parece es el espíritu humano, todos somos uno. Nada nos libra, nada más queda.