diciembre 12, 2025, Puebla, México

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Volver al campus de la UDLAP: cinco invitaciones / Gabriel Wolfson

 

No quiero amargar ninguna celebración. Ayer y hoy han sido días extraños, intensos: nuestro campus nos fue devuelto, pudimos ya entrar a pisar el pasto seco y crecido, asolearnos implacablemente y celebrar. A partir del lunes, último día de febrero, volveremos a nuestros salones a dar clases; serán días caóticos, deshabituados nosotros y deshabituado el campus, reorganizándonos sobre la marcha.

     En medio de este clima festivo, me gustaría pensar que de este proceso, desde que la policía tomó la universidad hasta hoy, pueden extraerse algunos puntos, entre otros, para ser encarados críticamente:

 

1

El movimiento, que comenzó tenue, con pronunciamientos y declaraciones, fue cobrando fuerza conforme ganó las calles. Alcanzó un momento importante en diciembre, con tres días seguidos de manifestaciones públicas, incluidos los intentos de plantarnos frente a Casa Aguayo –impedido por la policía– y frente al Congreso del Estado –impedido por una cantidad ridícula de policías–, y llegó a su culminación con el campamento instalado en el puente de la universidad, frente a la entrada principal. Fue un movimiento esencialmente de los estudiantes. ¿De todos? Ni mucho menos: un porcentaje menor de los miles inscritos en la UDLAP. Se me ocurre una posible explicación: si a los estudiantes se los considera “clientes” parece difícil que un “cliente” se involucre en la defensa de la “empresa” que le brinda “servicios”. Es importante que en nuestro país deshagamos esa reciente maraña que ha fusionado el discurso gerencial, tecnificado y administrador –y, muchas veces, hueco– con las instituciones educativas (incluidas, no nos extrañe, las públicas, donde a veces, si no clientes comerciales, a los estudiantes se los trata como clientela política).

 

2

En 2007 ocurrieron los episodios de censura y represión a La Catarina, el periódico de estudiantes y maestros. No fue ni mucho menos el único conflicto en ese período, aunque algunos estudiantes de entonces quedaron muy enojados, frustrados, resentidos con la universidad en gran medida por esa razón, y en estos meses expresaron casi diría yo que su alegría al ver el campus cerrado –y los estudios y empleos de mucha gente en riesgo–. Para mí fue imposible discutir con ellos, intentar deslindar unos asuntos de otros, unos agravios de otros, construir posiciones matizadas que no cayeran en el esquematismo de dos únicos bandos enfrentados: todo esto es una anécdota. Lo importante aquí es que no hemos logrado disociar una u otra rectorías específicas de la universidad como institución. Y ello no será sólo asunto discursivo: nos falta justamente una mayor institucionalidad con la que asegurar un trabajo continuo y colegiado, menos susceptible de que se le impongan ocurrencias o autoritarismos. Me parece que esa institucionalidad descansaría mejor en la escucha a la planta docente, sobre la base de la confianza y no del recelo, para derivar de ahí proyectos y políticas comunes.

 

3

A diferencia de esas posiciones emanadas desde la sensación de agravio, otras, hasta simpáticas, frivolizaron la movilización estudiantil casi creo que por pura ociosidad (o por egolatría, o por inercia: en nuestros días y en nuestras redes sociales parece irresistible soltar sentencias o memes para, humildemente, explicar el mundo o la historia de la humanidad). Conozco la UDLAP desde 1993, primero como estudiante becado y luego ya casi 18 años como profesor: no voy a postularla como una pequeña cosmópolis de diversidad y pluralidad, pero caricaturizarla como ‘escuelita fresa’ es igual de inútil. ¿Por qué esta fascinación pueril por reducirla a chiste pretendidamente justiciero? ¿Por qué la relativa heterogeneidad de la comunidad de la UDLAP suele afuera desconocerse? En buena medida, porque la universidad en general ha preferido cerrarse sobre sí misma (mucho ha salido estos días la palabra “burbuja”). No se me ocurre negar el carácter privado ni los costos de la colegiatura, pero la UDLAP es, puede ser mucho más que eso. La vocación de esta universidad ha rebasado siempre lo regional: numerosos estudiantes llegan de Veracruz, Tabasco, Oaxaca, Yucatán, Michoacán, la Ciudad de México, Sonora, las dos Californias, Sinaloa, Querétaro, y de varios países, sí, pero la UDLAP está enclavada en Cholula, y eso, como comprobamos justo en estos días, no es asunto nada menor, nuestro campus no es azaroso ni provisional. Debemos entonces singularizar una posición, un discurso –y no sólo mercadotécnicamente– y ponerlo en práctica bajo el deseo de articularnos en serio con Puebla y las Cholulas.

 

4

En los tiempos de la imagen proliferante y nefasta, del imperio seductor y anestésico de lo visual, los políticos se edifican con base en maquillistas y likes, Disney instrumenta y capitaliza discursos emancipadores y nuestros chats se llenan de caritas amarillas y de ansiedad y protagonismos viscerales. En vez de palabras, un video; si no hay foto, nada garantiza que algo haya ocurrido así alguien dé su testimonio; y pocas cosas convencen más que el sentimentalismo, la rendición de las neuronas ante el eslogan, la cursilería como vanguardia del espectáculo. ¿Que así está el mundo, así son las cosas y nada se puede contra el peso de lo factual? No lo sé, pero las universidades, eso creo, ahí sí deberían comportarse como burbujas, paréntesis de resistencia entre la reproducción infinita de la visualidad algorítmica. ¿Cómo habríamos podido, en tanto facultad, resistirnos a esta inercia en los meses de la movilización? Una pequeña respuesta: acaso pensando y escribiendo más.

 

5

Y por último: personas como Rodrigo Gurza, ¿de dónde salen? Ese abogado del supuesto nuevo patronato, actualización leguleya de lo que podríamos llamar el ‘modelo Palazuelos’, encarnación del júnior ornamental de prosodia imposible, quien reconoce el “privilegio de atender como abogado” a “personas físicas de alto perfil”, quien cree que palabras como “nacionales” y “extranjeras” se escriben con mayúscula y quien, maravillosamente, ostenta en su perfil de linkedin que trabaja en la “defensa de delitos”: gente como él, ¿dónde estudió? En nuestras universidades. En las universidades de este país. En las mejores universidades, públicas y privadas. Es decir: algo estamos haciendo mal. Muy mal.

 

     La experiencia por la que pasamos estos meses fue dura, y éste es, sí, un momento para celebrar. Pero, como dirían quienes sueñan administrar el mundo entero como si fuera un Costco, tenemos al frente un “área de oportunidad”, la enorme oportunidad de pensar cómo queremos que sea nuestra universidad. Nuestras universidades.

 

Puebla, 25 de febrero de 2022