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6 Mayo 2024, Puebla, México.

¿Sólo el silencio? / El Puerto Libre de Ángeles Mastretta

Sociedad /Cultura | Crónica | 2.NOV.2022

¿Sólo el silencio? / El Puerto Libre de Ángeles Mastretta

Ilustración: Gonzalo Tassier, revista Nexos

 

Hago mío lo que es suyo porque sé lo que es tener epilepsia: este desorden que, hace no tanto tiempo, se consideraba una intervención del demonio. Quienes miraban una crisis solían salir corriendo. Aún ahora mismo, quienes se pierden en ese país que sólo entienden quienes han pasado por él, vuelven al nuestro, a su alrededor conmovido y asustado, con una mezcla de intimidad prohibida y cansancio sin redención.

Mi primera crisis de epilepsia sucedió a medianoche, vivía yo en Puebla y había venido, con el colegio, a un paseo por el Distrito Federal. Trece adolescentes y dos maestras, todas en una camioneta de las llamadas combis, cruzamos la carretera y visitamos, en un día, Chapultepec, con todo y Casa de los Espejos, foto con el caballito de cartón y ascensión al castillo; la Villa de Guadalupe porque la directora del colegio, una señorita estricta y devota, como sólo puede ser una solterona que eligió serlo, quiso llevarnos a ver aquel cerrito al que “desde el cielo una hermosa mañana” la Virgen morena bajó al Tepeyac. Terminó la expedición en la pista de hielo que en 1962 era la nueva y magna atracción de la gran ciudad.

Luego volvimos serpenteando, a no más de ochenta kilómetros por hora, a la ciudad azul y susceptible que era la Puebla de entonces.

Tantas emociones en una niña por la que despuntó la primera sangre, esa misma noche, condujeron a lo que, a partir de ese momento y hasta muchos años después, se llamó “uno de sus desmayos”. La epilepsia no es una enfermedad, es el modo en que a veces arde o tiembla el cerebro. No es un mal indeciso, sino la indecisa maldad de lo no previsto. Hay quienes la ven o la oyen venir. Yo la oía: era una música sacra, envolvente, acogedora. Y hablo en pasado porque hace veinte años que no sé de ella. Se fue tras despedirse con el estruendo de una piedra encimada a la otra cayendo sobre mi desconcierto entre el 2001 y el 2003. A cada rato un destierro, un viaje al desamparo, una pérdida de la conciencia y la inconsciencia.

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