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7 Noviembre 2024, Puebla, México.

Cultura /Sociedad | Poesía | 27.MAR.2023

"Que florezcan siempre en tu vida las violetas del ensueño..." / Enrique Pimentel

 
Hace 100 años, un día como hoy, mi abuela recibía esta tarjeta. La firma al calce del mensaje estampado al reverso de la postal consigna sólo un nombre: Remedios. Una amiga, supongo, de la época en que mi abuela era una recién llegada a esta ciudad. Reynalda Liñán había pasado su infancia y su primera juventud en Tecali, asolado entonces por las gavillas de sedicentes zapatistas que entraban a saco en la población. Nacida en septiembre de 1905, ese 23 de marzo tenía 17 años.
La postal es una de las pocas cosas que conservo de ella, además de la costumbre de rezar, después del avemaría, una oración que años después, en la primera antología poética que cayó en mis manos, descubrí que era el "Soneto a Cristo crucificado" atribuido a varios autores, entre ellos al agustino mexicano fray Miguel de Guevara.
Lamento ahora no haberle preguntado por el sentido de esta misiva celebratoria; no sabía yo que un siglo después de su fecha estaría en mis manos. Para empezar ignoro por qué la felicitaba Remedios ese día. Su cumpleaños era en septiembre, y el 23 de marzo se celebra a San José Oriol. Nada que ver, digo yo. También me parece críptico el texto, tachón incluido, del último globo de diálogo en el anverso de la postal: "¡El 291! Reina". ¿Era ése un número de teléfono?, ¿de una casa? No sé.
Mi abuela había llegado a Puebla (como sucedía entonces y casi siempre) en busca de mejores expectativas de vida. Quizá en ese momento ya estudiaba una carrera corta de contabilidad y trabaja para sostenerse a sí misma, y a su madre que la acompañaba en la aventura. ¿Quién era Remedios?, lo ignoro también, y a 100 años sería una empresa casi imposible averiguarlo. Me imagino a una señora joven, a quien esa muchachita casi adolescente le despertaba un sentimiento de protección. Su pericia en el manejo de la letra tipo Palmer y su estilo epistolar me revelan a una mujer acostumbrada a leer y escribir cartas. La frase final de la esquela aún me conmueve: "...tu amiga que desea ver florecer siempre en tu vida las violetas del ensueño". Mi abuela murió 50 años después. Espero que en algún momento de ese medio siglo haya visto florecer esas violetas.