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17 Octubre 2024, Puebla, México.

Atracos de sobrerrepresentación / Héctor Aguilar Camín

Política | Opinión | 21.JUL.2024

Atracos de sobrerrepresentación / Héctor Aguilar Camín

 

Un ciudadano, un voto, dice la Constitución. Es un derecho individual, fincado en el supuesto de que todos los votos cuentan igual.

También dice la Constitución que ningún partido político puede tener una sobrerrepresentación superior al 8%.

Es decir, que ningún partido puede tener más del 8% de curules en el Congreso respecto de los votos que obtuvo en las urnas.

Maniobras, omisiones y abuso de legislaciones secundarias, han borrado estas previsiones de la Constitución, para dar paso a una gigantesca deformidad legislativa, la cual le da paso, a su vez, a una sobrerrepresentación grotesca e inconstitucional en el Congreso.

La sobrerrepresentación que pretende adjudicarse el gobierno con las elecciones de junio es la mayor de todas las que hemos tenido.

Puede resumirse comparando dos cifras: votos recibidos y asientos pretendidos en el Congreso.

Juntos, los partidos reunidos en la coalición oficialista, obtuvieron 32, 535, 023 votos. Esto es el 54.7% de los votos.

Con ese 54.7% de los votos, la coalición oficialista quiere obtener el 74.6% de los asientos en el Congreso, 20% más que sus votos recibidos.

Los partidos de oposición, por su parte, recibieron 24, 620, 253 votos. Esto es, el 41% de los votos emitidos.

Pero el gobierno pretende entregarles sólo el 25.4% de los asientos en la Cámara de Diputados: 25.5% menos que sus votos recibidos.

La desmesura es evidente y el fraude implícito a la voluntad popular también.

Los votos otorgados a los partidos oficialistas acabarán valiendo mucho más en las alquimias de la sobrerrepresentación que en las urnas.

Por efecto de esas alquimias podrían suceder milagros políticos que mueven a la risa, pero deberían mover a la vergüenza.

Por ejemplo:

El Partido Verde Ecologista de México, recibió sólo 8.4% de los votos en las urnas. Pero tendrá el 15% de los diputados en la Cámara, el doble de sus votos: 75 diputados

El PAN, en cambio con 16. 9% de votos recibidos en las urnas, tendrá el 13.6 de los diputados en la Cámara: 68 diputados, 7 menos que el PVEM, que obtuvo la mitad de los votos del PAN.

En esas maniobras democráticas anda la república.

 

La aritmética mágica de la sobrerrepresentación

 

Cuanto más de cerca se ven los números de la sobrerrepresentación en el Congreso que pretende el gobierno, más grandes son las aritméticas mágicas.

Aquí, una grandota:

Para ganar en las urnas el 74% de las curules de la Cámara de Diputados que la secretaria de Gobernación anunció, la coalición gobernante habría tenido que recibir unos 7 millones más de votos en las urnas de los que recibió.

La sobrerrepresentación que pretende el gobierno le daría la mayoría calificada en la Cámara, pero implicaría, en los hechos, que los órganos electorales le regalaran/inventaran al oficialismo unos 7 millones de votos.

La sobrerrepresentación planteada por Gobernación descuadra por completo el valor constitucional de los votos.

Todos los votos valen lo mismo, dice la Constitución, pero en este abuso de sobrerrepresentación hay votos que valen más, mucho más que otros.

Veamos estas aritméticas mágicas según el reparto de diputados que hizo Gobernación al terminar las elecciones. Cito el análisis de Ciro Murayama (El Financiero,12-6-24):

Por el PAN votaron 10 millones de ciudadanos, tendría 70 diputados: un diputado por cada 143.5 mil votos. Un diputado del PAN necesita 143 mil 500 votos.

Por el PRI votaron 6.6 millones. Le tocarían 33 diputados, según Gobernación. Cada diputado necesitaría 200 mil votos.

Por Movimiento Ciudadano votaron 6.5 millones, les corresponderían 23 diputados, 282 mil votos por cada diputado.

Por el Partido Verde, en cambio, EN CAMBIO, votaron 4.99 millones. Recibía 75 diputados, uno por cada 66.5 mil votos.

El PT, con 3.25 millones de votos, recibiría 50 diputados: un diputado por cada 65 mil votos.

Concluye Ciro:

“Un voto ciudadano por el PT valdría dos veces más que un voto por el PAN, tres veces más que uno por el PRI y cuatro veces más que uno por MC”.

La sobrerrepresentación pretendida en las elecciones de este año no sólo es la más abusiva en sus números sino la más histórica en sus efectos.

Si el gobierno se sale con la suya con estas aritméticas mágicas, tendrá mayorías calificadas en el Congreso y se instalará en septiembre no un gobierno de mayoría hegemónica, sino un Congreso Constituyente de pensamiento único.

 

La diarquía

 

Como nunca, que yo recuerde, tenemos en estos días un presidente fuerte que se va y una Presidenta débil que llega.

Si el presidente que se va consigue las mayorías calificadas que busca en el Congreso, su herencia y su poder crecerán desorbitadamente.

Habrá dejado escrita su herencia en veinte leyes por aprobar y le habrá heredado a su sucesora el poder suficiente en el Congreso para que cumpla su herencia al pie de la letra.

La presidenta que llega actúa con prudencia cuando asume esa herencia como propia y se dispone a tener un gobierno de acuerdo pleno y no de discordia posible con su antecesor.

Ha escogido para su gabinete a personajes que lo fueron ya del gobierno que se va, pero su combinatoria y su tono parecen distintos.

Ha tenido una buena recepción a su mensaje de cambio con continuidad, pero de cambio, aunque sea en las maneras.

El hecho político de fondo, sin embargo, es que vivimos una diarquía con un polo dominante, el hombre en el poder, y una sucesora débil, a la que le falta sin embargo un momento clave: asumir la Presidencia y sus poderes.

¿En qué terminará esta diarquía?

Imposible saberlo.

Sabemos que López Obrador no se retirará del poder, y así lo dice: conservará su “derecho a disentir”.

¿Cómo se fundirá la presidenta Sheinbaum con el ex presidente disentidor o cómo se separará de él? No lo sabemos, pero sabemos que él estará atrás, presionando, disintiendo.

Sabemos también que en el poder no hay diarquías, que al final alguien manda y alguien obedece.

Sabemos, por tanto, que entre más potente sea López Obrador al llegar al momento legislativo de la ventana de septiembre, con mayorías calificadas en el Congreso, más débil será Claudia Sheinbaum.

Y viceversa: entre menos grande sea la ventana de septiembre para López Obrador, más juego propio tendrá la nueva presidenta.

Hay algo que mejorará el tono de la vida política a partir de octubre: no habrá mañaneras. El país descansará de esa pieza tóxica y quizá descanse también la nueva presidenta.

Pero el hecho es que, si quiere atender a fondo los problemas que hereda, en el gobierno de Sheinbaum el cambio deberá pesar más que la continuidad.

 

¿Cambio o continuidad?

Continuidad con cambio: la fórmula es tan fácil y tan funcional que se usa en toda sucesión donde no hay alternancia sino, precisamente, continuidad.

Es el caso López Obrador/Sheinbaum, y es la fórmula adecuada para Sheinbaum antes de tomar el poder.

Pero no es precisamente la que le gusta a López Obrador quien, políticamente hablando, tiene tomada a su sucesora en casi todos los ámbitos de decisión sucesoria.

Tanto que anuncia, desde su conferencia mañanera, la continuidad en puestos claves de gente que la sucesora no ha mencionado: el Seguro Social, la Cofepris, la Subsecretaría de Salud.

La sucesora no respinga a las formas atrabiliarias del Presidente, lo cual es una manera de reconocer su posición de debilidad en el tranco sucesorio que le queda.

Veremos cómo responde cuando asuma el poder y tenga los poderes formales de presidenta que hoy no tiene.

Aparte del forcejeo desigual que vemos en la diarquía sucesoria, está la realidad.

El propósito de continuidad en aspectos fundamentales del gobierno, parece imposible para la sucesora.

Porque los problemas heredados, en todos los frentes, salvo el electoral, siguen ahí.

Continuar por donde han ido en materia económica y fiscal, parece no sólo difícil, sino potencialmente catastrófico.

Continuar con la política de abrazos no balazos en seguridad, igual.

Continuidad en salud, es un camino a la insalubridad nacional crónica, y el de la educación, a la deseducación crónica del país.

Inviables son los caminos seguidos hasta ahora en Pemex, CFE y en la política de infraestructura emblemática: el Tren Maya, Dos Bocas, AIFA.

Qué decir de la continuidad en la política internacional aislacionista, procuba, prorusa, comercialmente prochina, ante la reemergencia de un Trump reforzado en la presidencia de Estados Unidos.

Todo será posible en estas cuestiones centrales del gobierno que llega, menos la continuidad.

No sabemos lo que cambiará el nuevo gobierno, dependerá al principio del espacio de maniobra que le deje el anterior.

Pero más de lo mismo en todos esos ámbitos, será una garantía de malos resultados.

La realidad pide cambios. El gobierno saliente quiere una continuidad ampliada.

Es el dilema de la sucesión que vivimos: un nuevo gobierno obligado a la continuidad ampliada que quiere el viejo.