Cultura /Economía /Sociedad | Crónica | 6.NOV.2024
Reseña de mi vida y reminiscencias de Puebla: Narciso Nava Martínez
Homenaje en el Museo Nacional de los Ferrocarriles
El próximo sábado 9, a la una de la tarde (o mejor, a las 13:00 horas), el ferrocarrilero poblano Narciso Nava Martínez recibirá un homenaje con motivo de sus 90 años en el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos (MNFM) de la Calle 11 Norte número 1005, donde la entrada será gratis. Jubilado de la empresa Ferrocarriles Nacionales de México, en los primeros años de este siglo, Nava Martínez participó en el taller “Rescate de la memoria” en el MNFM, del cual surgió una plaqueta publicada por el propio museo en el año 2010, Férrea memoria. Crónicas del ferrocarril, para la cual el maquinista aportó su crónica “Un viaje a Oaxaca en tren”. En ese tiempo, el ahora homenajeado, escribió otras historias apelando a su fértil memoria, pero no todas fueron publicadas. Entregamos ahora al lector este texto, producto del antedicho taller, sumándonos al merecido homenaje que la institución de la Secretaría de Cultura federal le ofrece de manera oportuna. Moisés Ramos Rodríguez
Prólogo
Queridos hijos y nietos: esto que les voy a contar posiblemente les suene a mentira, fantasía o a cuento, pero les aseguro que es una reseña de mi vida, el paso por el siglo XX que ya terminó y una remembranza de la Puebla que yo conocí (apacible y provinciana que fue creciendo y transformándose igual que yo) donde he sido protagonista y arquitecto de mi propia vida, donde he figurado como consentido en mi niñez, con grandes logros y satisfacciones en la adolescencia, donde intervino el destino para darme una vida plena de superaciones, satisfacciones y metas propuestas y cumplidas, para llegar a la vejez tranquila, rodeado de una familia bonita, unida, próspera y feliz, con mucho amor.
Aquí comienza el relato
Cuento y vivencias de lo que fue mi paso por esta vida, junto con el siglo que terminó, en el cual transcurrieron 66 años de mi existencia, año en que pasé presto al nuevo milenio, al siglo XXI, a lo que resta de mi feliz paso por este mundo.
Nací el 29 de octubre de 1934 en el seno de una familia típica mexicana, ocupando el sexto lugar entre un total de ocho hermanos, en la ciudad de México, en la casa marcada con el número 14 de la Calle Venus de la populosa Colonia Guerrero, en ese tiempo formada en su mayoría por familias ferrocarrileras, pues en esa colonia estaban los grandes patios de carga, los talleres y las estaciones de pasajeros: Buenavista y del Ferrocarril Mexicano que, al correr de mi vida fueron parte de mi historia.
Mi padre fue don Ángel Martínez Sánchez, mi madre la señora Celestina Soto Enciso. La profesión de él era la de maestro de pan francés, por lo que trabajó en varias de las mejores y más prestigiadas panaderías de entonces; de acuerdo con sus ideas, con su ideología, fue líder de los panaderos en la Central Revolucionaria Obrero Mexicana, o sea la CROM. Con su nombramiento, le dieron su charola de la Dirección General de Gobernación en 1943. Entre mis recuerdos quedó grabado el que mi padre contendió por la secretaría general de la CTM (Confederación de Trabajadores de México, en ese tiempo en formación) con el famoso y célebre señor Fidel Velásquez, allá por el año de 1946 más o menos.
Mis hermanos y yo fuimos, en orden, el primero Pedro, la segunda María de los Ángeles, la tercera Julia, el cuarto Juan, la quinta Felicitas, el sexto yo, Narciso, la séptima Celestina y la octava y última Gabriela.
Mis primeros años transcurrieron normalmente en el seno de mi familia, pero en 1937 cambió mi vida y destino, pues a esa edad contraje la terrible enfermedad llamada tosferina, que por entonces era parte de una epidemia mortal. El médico me recomendó como única y mejor solución para evitar funesto desenlace, para tener alivio, cambiar de clima y ciudad, causa por la que vine a dar a la ciudad de Puebla a recuperarme y sanar bajo el cuidado de mi tía, hermana de mi padre, la señora María Luisa Martínez Sánchez, casada con el señor Leoncio Nava Martínez, de profesión ferrocarrilero.
Como el tiempo sigue su marcha, y como seguía viviendo con mis tíos después de que me alivié, llegó el tiempo de comenzar mi educación al cumplir cuatro años. En vista de que mi tío don Leoncio pasó a trabajar a la ciudad de Xalapa, Veracruz, donde se desempeñaba como fogonero de camino en las hermosas y añoradas máquinas de vapor, fue donde comencé mi escolaridad: entré al kinder en dicha ciudad en 1938.
A finales de 1939 regresamos a la ciudad de Puebla, ya que los derechos de mi tío se lo permitían y, previendo mi futuro, mis tíos decidieron establecerse aquí para que yo entrara a la primaria. Esto fue en el año de 1940, el cual marcó el cambio definitivo de mi vida, al cambiar mis apellidos: de ser Narciso Martínez Soto a Narciso Nava Martínez. Esto sucedió por acuerdo de mis padres naturales con mis tíos, los que me adoptaron como hijo único, pues ellos en su matrimonio no procrearon hijos, y al haberse encariñado conmigo y yo con ellos, y posiblemente prometiendo darme lo mejor, se llevó a cabo el acuerdo, de común acuerdo, sin que yo dejara de ver a mis hermanos. Pasado ya mucho tiempo, comprendí que esa decisión fue tomada con el fin de legalizar mi situación y mis papeles para poder ingresar a la primaria, con los cuales comencé, con nuevos apellidos al cambiar de padres y quedar como hijo adoptivo.
Como ve, esto ya comienza a ser parte de mi historia fuera de lo común, como comenté anteriormente: fue parte de mi destino.
En el año de 1940 entré a primaria en el mejor colegio de Puebla, la Academia militarizada Ignacio Zaragoza, cuya entrada principal estaba en la A venida 10 Poniente, y cuya entrada a primaria era por la Avenida 12 Poniente, pues la escuela contaba con varios patios en el interior, que iban de calle a calle, pues ahí se impartía primaria, secundaria y preparatoria con internado. En ese tiempo, esta escuela era muy afamada por su nivel académico, su rectitud y formación para seguir con la carrera de las armas, estudios con validez en el Ejército Nacional, por lo que formó destacados poblanos y gente de otros países del sur, que venía a estudiar en el internado por su formación de excelencia.
Por lo anterior, puedo asegurar que ahí se formó la personalidad y carácter que normó mi paso por esta vida, hasta la fecha. La academia la fundó y fue su director el general y gobernador de Puebla, el señor José Mijares Placencia
Despertando los recuerdos de mi paso por primaria, vienen a mi memoria los recuerdos de la Puebla provinciana y tranquila que viví; en ese tiempo, como parte de los estudios nos llevaban a efectuar recorridos para conocer la importancia de las industrias de la ciudad, así como los museos que guardan parte de nuestra historia, artesanías y objetos de los ancestros y gobernantes que forjaron nuestra patria. Conocí entonces el museo y los Fuertes de Loreto y Guadalupe, junto con su gloriosa historia de la gesta patriótica donde se cubrió de gloria el general Ignacio Zaragoza al derrotar al Ejército francés, el mejor del mundo en ese tiempo. Conocí también la Casa de los Hermanos Serdán, próceres de la Revolución, actualmente convertida en museo. Conocí también la Casa de alfeñique, que también es museo y entre otras cosas guarda un carruaje usado por el presidente Benito Juárez. Conocí el convento y museo de Santa Mónica, famoso por sus riquezas y la fama de sus monjas, creadoras del delicioso rompope. Conocí el Museo de Santa Rosa, donde las monjas prepararon el mole poblano, y los chiles en nogada con los que agasajaron al general y presidente Agustín de Iturbide, ya que, preparados, los chiles llevan los tres colores de nuestra bandera. También conocí la Biblioteca Palafoxiana, la Universidad de Puebla, la iglesia de la Compañía, la catedral, cuya construcción se inició casi al mismo tiempo que la fundación de Puebla; conocí el Palacio municipal, la fuente y el Reloj de “El gallito” del Paseo Bravo, que fueron donados por otros países al nuestro.
Esos recorridos los hicimos con el fin de conocer, como estudiantes, lo cultural de Puebla, pero de la misma forma nos llevaron a recorridos para que conociéramos la industria textil que dieron progreso y renombre al Estado de Puebla, donde fue instalada la primera fábrica textil, La Constancia, a la que siguieron otras: la Covadonga, Mayorazgo y otras más que fueron tan famosas como una fábrica de vidrio y las de loza de barro donde se hacían las famosas cazuelas para cocinar el mole y el arroz; los jarros y ollas para conservar el agua fresca, todo esto hecho en el barrio de La Luz, famoso en todo el país.
Todo esto que les cuento, lo hacíamos con el fin de desarrollar un tema relacionado con lo visitado, el cual servía para la evaluación del mes. Tengo entendido que eso ya no se acostumbra en ninguna escuela, por lo que digo que, en ese tiempo, se aprendía mejor.
Fue en esa forma como conocí las estaciones del ferrocarril, que eran de diferentes compañías. Conocí las que estaban cerca de mi escuela: la del Ferrocarril Mexicano, que está en la 12 Poniente y la 11 Norte, inaugurada por el presidente don Benito Juárez; y la otra estación que estaba en la 4 Poniente y la 11 Norte y perteneció al Ferrocarril Interoceánico de los Ferrocarriles Nacionales de México, la cual contaba con una edificación de tipo inglés, una plazoleta circular en la parte del frente a donde llegaban las calandrias con el pasaje. En el interior contaba con oficinas, andenes para los trenes de pasajeros, su casa de máquinas con su mesa giratoria donde se acomodaban las locomotoras para su revisión antes del viaje, y talleres de reparación de máquinas, carros de pasajeros, carros de carga; y los departamentos de carpintería, herrería, fundición, bodegas de almacenamiento de flete y un patio de vías para que se formaran los trenes de carga.
Al hacer este resumen siento nostalgia, porque en esa estación que desapareció comencé mi trabajo y vida de ferrocarrilero, que más adelante les contaré.
También viene a mi memoria el recuerdo del sistema de transporte urbano que se usaba para moverse del centro a las pocas colonias de la periferia, pues en ese tiempo Puebla fue una ciudad tranquila, provinciana y pequeña, y su gente era amable, comunicativa y bulliciosa, celosa de la limpieza. Se contaba entonces con un servicio de tranvías eléctricos que hacían el recorrido de Puebla al pueblo de Cholula; su terminal estaba a un costado de la iglesia de La Merced, en la 10 Poniente y 5 Norte. Me contaron que los primeros tranvías fueron movidos por un tiro de mulitas ¡cosas del pasado!
Otra cosa que desapareció y yo conocí y disfrute en paseos, fueron las calandrias tiradas por caballos, de las cuales existieron varios sitios o paraderos distribuidos en lugares estratégicos como las estaciones del ferrocarril, el Paseo Bravo, el mercado de La Victoria y en el zócalo, desde donde efectuaban recorridos turísticos y dejadas a domicilio.
Además, en la esquina de la 11 Norte y la 8 Poniente, a un costado del, en ese tiempo famoso edificio de cuatro pisos, el más alto de Puebla, se encontraba un sitio de carretas encargadas de efectuar cambios de casas o traslados de carga, es decir, efectuaban mudanzas. ¡Lástima que todo eso desapareció, quitándole a Puebla cierto atractivo! El servicio de transporte urbano de calandrias fue sustituido por camiones de pasajeros, con las líneas Rojo-Santa María, Centro-Carmen; los "verdes", los Estación-Aviación-Panteón; los "amarillos" Garita-Panteón; los "azules", que iban a San Matías; los "cafés" de Analco; los "rojo plata" y otras rutas más, que eran identificadas de acuerdo con el color de los camiones.