Justicia /Gobierno /Política | Ensayo | 1.JUN.2025
¿Y después del 1 de junio, qué? / Revista Nexos
(Este texto fue publicado originalmente en la revista Nexos. Sus autores, Diana Rouzaud Anaya y Mauricio González Alcántara, son abogados y trabajadores del Poder Judicial de la Federación. La ilustración tomada de la misma revista, es de Fabricio Vanden Broeck)
En el debate público se han señalado los estragos de la reforma judicial. Se ha discutido —con razón— los riesgos para la independencia judicial; el desmontaje del servicio profesional de carrera; e incluso si asistir o no a votar. Pero poco se ha dicho sobre lo que vendrá después del 1 de junio. El abuelo de un amigo decía que “para atrás, ni para tomar vuelo”. Y sin embargo, esta reforma judicial nos está obligando a recular. Y si ya nos empujaron, habrá que convertir la caída en impulso. Porque, por más que lo neguemos o repitamos como mantra, el retroceso ya está ocurriendo.
¿Qué pasará cuando haya una presidenta virtual del Poder Judicial, electa por el voto popular? ¿Cómo será el proceso de transición hacia un nuevo modelo, en el que los operadores de justicia ya no provengan de una trayectoria técnica, sino de un ejercicio electoral? El panorama es uno donde el Poder Judicial recibirá una avalancha: jueces y magistrados electos por voto popular, sin experiencia jurisdiccional, con legitimidad precaria y un reto descomunal. Y no habrá periodo de gracia. El Poder Judicial no se detiene a esperar que nadie aprenda. Desde el primer día, cada nuevo juzgador tendrá en sus manos cientos o miles de expedientes. Demandas que no paran, audiencias que se celebran sin pausa, acuerdos que no esperan y sentencias que no se dictan solas. Aquí no hay curva de aprendizaje. Se llega directo a los catorrazos.
Todo apunta a que, tras las elecciones, quienes se resistían a abandonar el barco terminarán por sumarse a las filas de quien resulte la más votada. Y más allá de ese reacomodo político, queda una pregunta clave: ¿cómo se desarrollará el día a día en la impartición de justicia durante ese periodo de incertidumbre? Muchos de estos nuevos jueces y magistrados llegarán con entusiasmo, con discursos de justicia, con el apoyo de su electorado. Pero cuando se enfrenten a la realidad del día a día —ese entramado que no se explica en campaña— el entusiasmo no bastará. Porque el trabajo judicial, contrario a lo que algunos piensan, no es sólo de pluma, es de operación. Y operar un juzgado es un arte que se aprende con los años, no con votos.
Quienes hoy ocupan el cargo por la vía del concurso de oposición lo dicen con claridad: un asunto, por más difícil que sea, se estudia. Pero lo complicado es hacer que funcione el juzgado: coordinar al personal, distribuir las cargas, mantener el ritmo. Ese es el trabajo silencioso, pero vital, del juez. Es ahí donde se abrirá la mayor grieta. No es mera suposición; hoy en día ya ocurre. Hay jueces provisionales —secretarios en funciones que cubren a los jubilados— que no reciben el mismo respeto que sus antecesores, incluso con años de carreraa. ¿Qué les espera entonces a quienes lleguen sin ese trayecto, sin esa legitimidad interna, sin esa autoridad construida con trabajo? Porque los nuevos jueces tendrán que liderar equipos que, en muchos casos, no los reconocerán como líderes. “¿Tú qué me vas a venir a decir?”, pensarán muchos actuarios, secretarios, proyectistas. “Si nunca has trabajado en un juzgado. Si estás aquí porque unos cuantos te dieron su voto, mientras yo llevo veinte años sacando expedientes”. Si a esa base se le impone una cabeza sin autoridad moral ni técnica, el riesgo no es sólo el mal juzgamiento: es el caos.
Si, como todo apunta, la Suprema Corte termina cooptada por perfiles afines al régimen —más atentos a las señales del poder que a los principios constitucionales—, la responsabilidad de proteger los derechos de los ciudadanos de a pie quedará en manos de los juzgados y tribunales. Y aun ahí, el margen se estrecha: este mismo año cambiará la mitad de los juzgadores; la otra mitad —la que permanece hasta 2027— es donde se deposita hoy toda esperanza. Si esa resistencia se sostiene con jueces de carrera, con convicciones firmes y sin aspiraciones políticas, aún podría contenerse parte del deterioro. Claro, siempre que no les tiemble la mano. Siempre que no opten por convertirse también ellos en aplaudidores.
Hoy, en medio de campañas donde abundan candidatos dispuestos a todo con tal de asegurar respaldos —ya sea desde el oficialismo, sindicatos u otras estructuras de poder—, se dibuja un escenario preocupante: el día en que ningún litigante pierda un juicio sin preguntarse si acaso su contraparte apoyó electoralmente al titular que ahora le niega la protección de la justicia. Ese tipo de sospecha, ausente en el modelo regido por concursos de oposición, abrirá una grieta de desconfianza sistémica. ¿Qué ocurrirá cuando ya no asista la razón jurídica, sino el pago de favores, de cuotas y lealtades?
Este 1 de junio, el país acudirá a una elección sin precedentes. No sólo se elegirán representantes populares; se sellará también el destino del Poder Judicial como lo conocemos. Sin embargo, pensamos que ese día no marcará el final de nada, sino el comienzo de otra etapa. Una etapa difícil, sí, pero que, tarde o temprano, volverá a colocar sobre la mesa el valor de tener jueces profesionales, autónomos y con verdadera vocación de servicio.
Algún día, cuando los efectos de una justicia electoral no puedan ocultarse—cuando las sentencias respondan más a intereses de campaña que a principios constitucionales—, alguien propondrá revertir lo que hoy se impone con aplausos. Así como en los noventa la reforma de Zedillo cerró un régimen, en algún momento llegará otra que enmiende este desvío. Y quizá esta sacudida sirva, paradójicamente, para impulsar una transformación más profunda y sensata. Porque si algo puede salir de este momento crítico es la oportunidad de repensarlo todo: la forma de seleccionar jueces, los sistemas de capacitación, la estructura de los juzgados, la distribución de la carga de trabajo. Ojalá esta caída nos haga ver que hay otras reformas más urgentes: las que apuntan a lo que sí necesita arreglo.
Como decía Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Hoy toca entender que ni las victorias ni las derrotas son eternas. Y ese día, ¿qué diremos? ¿Recordaremos que no todos guardaron silencio? ¿Que algunas voces advirtieron que elegir jueces mediante urnas sería ceder la justicia al espectáculo? ¿Que hubo una generación dispuesta a reconstruir lo que otros destruyeron?
Mientras tanto, desde adentro, lo que se avecina es una temporada dura. Pero si algo hemos aprendido es que este Poder Judicial —con todas sus fallas— puede resistir. Ya veremos quién mantiene el rumbo y quién se hunde en la contradicción de sus propios discursos. Vendrá el desgaste, la presión, la tormenta. Pero cuando todo pase, el tiempo pondrá a cada uno en su lugar. Y mientras eso ocurre, más vale sostenerse. Aunque sea con los pies en el lodo.
Y si de reconstruir se trata, la academia tiene una tarea impostergable. Hoy más que nunca, se necesita que las universidades, institutos y colegios de abogados dejen de ser espacios decorativos o de mera reflexión teórica. Si se tomaran en serio su papel, podrían ofrecer un contrapeso real al vaciamiento profesional que se avecina. Imaginar un sistema en el que haya colegios profesionales fuertes —como ocurre en otras latitudes, con sus luces y sombras— permitiría establecer estándares mínimos para quienes aspiren a ejercer la judicatura, incluso en un modelo de elección popular. Integrarse a un colegio significaría contar con un respaldo de formación, ética y competencia, y sería una forma de legitimar trayectorias que hoy, sin el servicio profesional de carrera, podrían parecer intercambiables con las de cualquier figura electa por popularidad. Si esta reforma quiere alguna oportunidad de no fracasar por completo, la academia y los colegios profesionales deberán asumir su parte. De lo contrario, el vacío que deje la justicia profesional lo llenarán otros. Y no serán los mejores, como se verá en estos días.